Mincultura abrió 123 convocatorias, representadas en más de 578 estímulos en 2014 y ninguno para escritores colombianos. Detallazo.
Un día, en la ceremonia de entrega de un premio de cuento (yo era el tercer lugar) escuché esta conversación entre el segundo y el primer lugar:
-¿Qué hará con la plata del premio?
-Hacerme una cirugía de nariz.
Y el primer lugar creyó que era cierto. Luego se alejó y me dijo, entre nos, que la señorita del segundo áccesit tenía más pretensiones de top model que de escritora. Creo que no comprendió la ironía. Lo que ella le dijo más o menos es que los sueños de los escritores jóvenes se parecen a los de los futbolistas. La dama había soltado esa frase genial casi como si la hubiera tomado del goleador del campeonato: “Comprarle una casa a mi mamá”. Los Premios Literarios son tan viejos como la imprenta y la escritura. Cuenta Hugo Hiriart en uno de los ensayos de Disertación sobre las telarañas, que los Premios que se daban en la corte de España durante el Siglo de Oro eran unos humildes guantes de ámbar y tres monedas que simbolizaban la musa y la recompensa por seguir sus aromas. En Grecia antigua había concursos que hoy serían considerados de plagiarios, porque consistían en que todos los dramaturgos debían hacer variaciones sobre un mismo tema: Edipo, Troya, Electra. Sin embargo, las mejores versiones de esos temas manoseados por todos son las que sobreviven hasta hoy como Clásicos de la Tragedia Griega: Eurípides, Esquilo, Sófocles. Este último, según dice una leyenda que ronda por la web, ganó 19 veces el primer premio en las fiestas dionisíacas y murió a los noventa años después de recibir un golpe con un caparazón de tortuga en el certamen por otro competidor ensoberbecido, ya que acababa de ganar con Edipo el primer premio. Los premios literarios de la actualidad, gozan de buena salud. En solo España hay más de mil certámenes, y eso que la crisis redujo considerablemente la lista de aspirantes a escritor en ese país. En el escalafón de países que más premios ofrecen, está México y Cuba. Sin embargo, no en todos lados un premio trae consagración y lauro para su elegido. De gruesas acusaciones, de oscuros manejos políticos, de amañados, de inmerecidos no se salvan ni el Premio Nobel, ni el Cervantes, ni el Lenguas Romances de México, ni el Alfaguara de Novela, ni el Juan Rulfo. Aun así, los que rechazan un premio como protesta son contados, y la mayoría de escritores siguen participando o aceptando galardones aunque provengan de instituciones y empresas viciadas, tal vez por la lógica del si García Márquez recibió un premio de una transnacional petrolera ¿por qué tú vas a rechazar ese premio nacional que da el gobierno español, Javier Marías?
Hay muchos tipos de premios literarios: a la labor de una vida, a la excelencia, a la revelación luminosa, a las óperas primas, a las consagradas, y hay muchos tipos de entidades que premian: públicas, privadas, empresas editoriales, academias, grupos empresariales, cuerpos colegiados, lectores calificados. En lo personal, no tengo problemas con los Premios Literarios. Si son inmerecidos, una buena actividad crítica puede discernir si el premio está inflado. Si son merecidos, seré el primero en sacudir el litro de champaña y quitarme la camisa y aplaudir a Sófocles. Pero hay una categoría particular de premios que son los que otorgan las entidades de un gobierno dedicadas a proteger el patrimonio cultural de un país. Cuando las partidas económicas del Estado que deberían destinarse a premiar a los creadores se dividen entre los mercaderes del arte, algo está podrido.
En Colombia, el gobierno de Juan Manuel Santos ha sepultado los Premios Nacionales de Literatura 2014. En los últimos tres años, la premiación se redujo a un género por vez: este año a poesía, el siguiente a cuento, el que le sigue a Dramaturgia, etc. El año 2014, en esa lógica de pinochazo, correspondería a Premio a Novela Inédita, porque el año pasado fue destinado a Poesía y el antepasado a Cuento, pero finalmente no hubo convocatoria para ningún escritor en ningún género. En su lugar, el concepto “premio” se ha transformado en concepto “estímulo”. Esto, a priori, parecería una buena medida, porque exoneraría el “estímulo” del cobro de impuestos del 20% que el gobierno belicoso anterior impuso a Cultura y Deporte: el rubro de los juegos de azar (como si partirse el lomo para alcanzar una medalla de oro o quemarse los ojos durante media vida para hacer una obra poética fuese un golpe de dados). Este año hay siete “becas” o “estímulos” para literatura en las convocatorias del Ministerio, pero en ninguna de las siete se aceptan obras de personas naturales. Solo se aceptan libros y proyectos de “Editoriales Constituidas”. Es decir, que se darán estímulos a editores, pero no a escritores. Parece otro de los progresos de que se ufana este gobierno: el que hayamos pasado de ser un país sin escritores a ser de repente un país de editores. Así como pasamos de ser un país sin lectores a un país con bibliotecas: por un simple salto retórico (y una omisión francamente ofensiva que al menos viola una norma constitucional: la igualdad).
El espíritu de los “estímulos”, viene viciado de fondo. Puede verse en el primer inciso con que el Ministerio de Cultura (sus funcionarios) fundamenta el Programa Nacional de Estímulos:
1.2. Objetivo General:
Estimular la creación, la investigación y la formación de los actores del sector, así como la circulación de bienes y servicios, para la sostenibilidad cultural de la nación.
Si partimos de que la cultura para el gobierno es una “industria”, que debe facturar “bienes y servicios para la sostenibilidad de una nación”, el concepto de cultura que maneja la cartera de este gobierno no se diferencia con el de “mercancía”, que es todo aquello que se puede vender o comprar. La cultura que debe defender el Estado no es un bien ni un servicio en el sentido económico. El Estado debe proteger la identidad, las expresiones y las ideas y las manifestaciones culturales en un sentido social, incluyente. Al menos, si los gobernantes aspiran a que haya cohesión y convivencia y posibilidades para desarrollar el intelecto y la vida sin agresiones.
No los echaremos de menos, simplemente porque los Premios Nacionales hace rato que seguían dejando al ganador inédito: se le daba la tercera parte de la bolsa después de los descuentos de rigor, y no incluían edición del libro. En los años noventa, al menos, los Premios Nacionales de Colcultura imprimían los libros premiados y así pudimos conocer obras como Opio en las Nubes de Madiedo, o Metatrón de Potdevin, o Cada vez que ladran los perros de Rubiano. Los estímulos de 2014, son aún más desalentadores que los premios de antes. Con diez millones, si se editan mil ejemplares en rústica, no alcanzará para pagarle un salario mínimo a un escritor por sus derechos. Falta ver cuáles son esas “editoriales constituidas” que hay en la provincia colombiana y cuántos autores inéditos serán convocados de forma abierta y transparente por esas editoriales. Curiosa omisión que coincide con el anuncio de un premio Iberoamericano de cuento que honrará la memoria de García Márquez con una bolsa de 100.000 dólares. Veremos si para ese premio convocarán también a Editoriales Constituidas de Iberoamérica o a Obras Editadas. Mientras tanto, parece que la política inclusiva del ministerio es coherente con la filosofía política de un gobierno que puso en bandeja todos los recursos, todos los bienes, todos los servicios, y ahora también el presupuesto de cultura. Prosperidad para pocos.