En contra

Publicado el Daniel Ferreira

Literatura naranja

La revista El Malpensante y la Cámara Colombiana del Libro reunió a dos editores y dos autores para responder a las siguientes preguntas sobre emprendimiento y escritura (literatura en el contexto de la economía naranja) y políticas culturales: ¿Quién es un autor? ¿Quién le paga a un autor? ¿Debe el autor ser un emprendedor?

Al parecer, por las respuestas, todos son autores, porque todos están en la capacidad de producir contenidos. Para las demás responden los editores de fondos subvencionados y editorial independiente colombianas: ¿Cómo puedes cobrarme si te voy a editar algo que nadie está buscando? Y sobre el emprendimiento y la innovación se asume como si de cualquier manera el autor no estuviera perdido: Autopromoción, autogestión, exhibición o nadie se enterará de lo que haces.

El trasfondo es que escribir poco tiene que ver con la literatura naranja en un contexto donde la economía naranja colombiana sigue la política del BID para los países con tratados de libre comercio y la aprobación de la ley Lleras llevó a Colombia a la Ocde. La política económica del actual gobierno es solo la continuación del modelo que lleva 8 años acentuándose. El monopolio de patentes y la adopción del copyright norteamericano determina las políticas actuales que redefinen la cultura según su rentabilidad.

En principio las preguntas sobre el neoliberalismo naranja aplicado al sector editorial no deberían responderlas los autores ni los pequeños editores sino los economistas y los abogados que aprobaron los tratados y las leyes vinculantes:  ¿qué se supone que debe ser un emprendedor? ¿cómo puede hacer el estado apoyos sociales que no pasen por ceder los recursos públicos a los privados? ¿Es la cultura patrimonio inmaterial y el apoyo del estado debe garantizar su crecimiento sin exigir el ánimo de lucro? ¿Los libros son patrimonio de la nación o de las empresas o de sus autores? ¿Siguen en el orfanato las obras huérfanas tras la aprobación de la ley Lleras 6.0? ¿Qué dependencias del estado deben administrar el sector, las bibliotecas públicas y los apoyos a creadores? ¿Por qué no es conveniente velar por la seguridad social de los artistas? ¿El sistema de estímulos tiene recursos suficientes para la desigualdad social del país? ¿El modelo actual de distribución de esos recursos respeta derechos fundamentales como el derecho a la igualdad y normas como la protección del patrimonio? ¿Ayuda el estado al sector imponer el iva del 19% al libro? Las respuestas tal vez demostrarían una vez más que Colombia desmerece a los artistas que tiene.

No todos los que escriben son autores, y pocos querrán serlo si se enteran además de esto: con o sin economía naranja a los autores nadie quiere pagarles, menos el gobierno actual. Los estímulos a los editores por parte del estado no contemplan el pago de los derechos de autor como parte fundamental del estímulo. Cuando el ministerio compra libros para las bibliotecas paga ediciones especiales que cuestan solo el 20% del valor comercial de las obras. Muchos eslabones ganan dinero en la cadena del libro, pero el autor solo ganará el 10% una vez se haya vendido el tiraje, y ahora que también el libro pagará iva con la leche y los huevos, se venderá cada vez menos. ¿Cuántos de quienes compran libros están dispuestos a pagar iva por un producto de valor suntuario? ¿Cómo afecta la declaración del ministro de hacienda de que el salario mínimo es “demasiado alto” a la venta de libros?, esas serían preguntas secundarias que no hay a quién hacerle en los foros de introducción al emprendimiento.

La noción misma de cultura es la que se ha degradado con la llegada al poder del neoliberalismo naranja que apela al concepto perverso de “industria cultural”. La cultura es patrimonio inmaterial y nace sin ánimo de lucro. Proteger eso, y no el lucro, es lo que debe garantizar el estado; todo lo contrario a la “industria cultural” que protegerá con recursos públicos a la iniciativa privada. El estado está en la obligación de defender la cultura, pero no debe intervenir en los contenidos. El arte nace de la existencia misma, del deseo de exaltar la experiencia vital, del deseo de expresar la incomodidad frente a una realidad absurda. Son los autores, no las obras, los más desprotegidos en esta realidad voraz de libre mercado donde el libro es un producto que se vuelve pulpa si no se vende, el autor tiende a desaparecer si no se vuelve un vendedor de productos de consumo, y el lector es solo eso: un consumidor más.

Nadie que haya escrito un libro es considerado autor si el libro no ha sido antes publicado, en el medio actual. La definición de autor es algo que te otorgan los demás y que varía si se está redefiniendo desde el mercado (con la noción de propietario) o desde una práctica estética (como creador). El panorama del mercado del libro no ha cambiado desde que Papini dijo: “los libros que se escriben no se publican, si se publican no se venden, si se venden no se leen”. Los libros que se leen hoy en Colombia, la más de las veces, no han sido siquiera comprados, y los que han sido comprados son adquiridos por aquellos que se enteran (por estrato, por ocio, porque van en enero a Cartagena, porque leen revistas, porque ven la franja de comerciales de la tv privada y oyen la radio matutina o viven en ciudades y barrios en los que aún quedan librerías) de que existen. El índice de crecimiento en la lectura es otra ficción desesperanzadora de los indicadores del neoliberalismo cultural. Si se contrasta con el índice de los títulos más vendidos surge la prueba de la destrucción moral e intelectual del pueblo colombiano sumido en el analfabetismo funcional.

Hay una cosa que abunda más que los libros hoy: gente que quiere ser emprendedora. La figura de autor se desvanece. Los poetas, los cuentistas, aquellos que escriben aunque no se les publique en géneros que no son comerciales, son los que mantienen viva la función de la literatura, porque paradójicamente viven en un mundo donde las palabras son importantes para la vida aunque estén por fuera del mercado. Para la economía naranja la inmensa mayoría de autores no venden, y los que no venden no existen, o no deben ser considerados autores, o solo pueden ser considerados tales si se convierten en emprendedores, esto es: efectivos vendedores de productos de consumo.

La economía naranja aplicada a la política pública cultural va a tener un efecto perverso en la sociedad: va a empobrecer la cultura. Para que se lea más hay que aumentar el nivel de toda la cadena de la cultura, hay que elevar el nivel del teatro, de la televisión, de las bibliotecas, del cine, del patrimonio editorial al punto de que aquel que decide pagar una entrada a cine lo decida con criterio, que una madre o padre de familia lleve un libro en lugar de un videojuego en el canasto, que la feria del libro no cobre la entrada o vaya al barrio donde no hay libros, que se ponga dinero del estado donde no hay industria y no se entregue como salvaguarda a la empresa privada, que se eduque para escribir a la gente que no tiene cómo formarse, todo eso contribuiría a aumentar el nivel de la cultura que necesitamos para diferenciar entre cultura y el valor de las cosas.

Si se sigue mezclando producción y educación con mercado neoliberal, en pocos años para ser considerado autor no solo habrá que ser superventas sino estar certificado. Esa certificación pasará antes por los títulos académicos, los premios de capital estatal pero de administración corporativa, las cooperativas de gremios que definirán no solo lo que debe ser publicado sino lo que debe ser leído y las tarifas de lo que se les pagará a quienes decidan elegir como “autores” del momento y el monopolio industrial.

Si la literatura resistirá o no la pintura naranja habrá que preguntarlo a los egresados de las facultades de cultura naranja de Estados Unidos que retornan para administrar las entidades privadas con los recursos públicos de los gobiernos neoliberales, no a los autores o a los editores independientes (independientes significa sin plata).

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