Estaban construyendo un edificio de tres pisos. La mujer iba por la calle vestida, pero para ellos parecía sin ropa. Cada vez que le decían algo era como si le fueran quitando las prendas. Hasta que todos los que trabajaban en el esqueleto del edificio habían dejado de trabajar para asomarse y decirle algo que hacía ver el primer piropo como un verso ingenioso por su palabra compuesta: “Préstamela panochambear.”
Después hablaron de sus pezones, de la sustancia viscosa con la que le llenarían el vientre, del número de hijos que tendrían, del sabor dulce de su carne y de sus huesos triturados, de raptarla, disfrutarla y abandonar su cuerpo sin vida en el bosque para nutrir a los coyotes. Entonces el mundo se detuvo porque ella se detuvo.
Pensó que no era posible que del deseo instintivo se pasara a la degradación, de ahí a la desfiguración y después al delito más miserable. Era el país con más mujeres raptadas, violadas, asesinadas y desaparecidas. En el cuerpo vejado de las mujeres y en la absoluta impunidad de estos crímenes recaía gran parte de la decadencia social y cultural del país. Así que los llamó “Nacos”, que proviene del nombre de un pueblo indígena despreciado por los indígenas dominantes y convertido en adjetivo para gente mal hablada y el hampa.
Los desafió desde el andén, haciendo una visera con la palma de la mano para taparse el sol de la tarde y poderlos encarar mejor. Exigió ver al responsable de la construcción. Ellos rechiflaron. Ella dijo que no se iría hasta hablar con el responsable de la obra. Le dijeron, desde arriba, que en ese tipo de obra todos tenían el mismo rango. Era una obra de irresponsables, replicó ella.
Una camioneta de vidrios polarizados pasó frente a ella y bajó la velocidad mientras transcurría la discusión. Metros más adelante se detuvo y un vidrio descendió automáticamente. La mujer del andén seguía reclamando a gritos la presencia del responsable de aquella obra. Los albañiles se reían de verla enfurecida, pateando las latas de zinc que separaban la obra en construcción de la zona peatonal. La camioneta retrocedió. Otra mujer observaba desde el interior del carro. Preguntó qué ocurría. La que estaba en el andén le explicó brevemente. No podía ser que una mujer por el simple hecho de pasar por allí tuviera que oír tantas depravaciones y bestialidades. ¿Y si fuera una niña? Además el responsable de la obra era un cobarde incapaz de dar la cara.
El vidrio volvió a subir, pero las puertas delanteras se abrieron. Bajaron tres hombres con armas largas. Uno, de gafas ahumadas, observó a los obreros reunidos en los tres pisos y les dijo: “Se bajan todos y entran en la camioneta”.
Como los obreros se quedaron impávidos, uno de los hombres que portaban fusil apuntó el arma y repitió la orden: “Se bajan ya: ¿no oyeron, cabrones?”.
La mujer en el andén se interpuso entre el fusil y el edificio. “Yo no quiero que los maten, lo que yo quiero es…” pero la interrumpió el sonido de la puerta de hojalata de la obra abierta por uno de los obreros.
“No nos pegue, mamá. Yo soy el responsable de la obra. Pídale que no nos maten, dígale que de por Dios”.
La mujer del andén golpeó en el vidrio. La mujer dentro del carro hizo bajar el cristal polarizado y volvió a dejarse ver. La mujer del andén explicó: “Yo no los odio. Solo quiero sentir que puedo caminar sola por la calle, no les haga nada, por favor, señora…”. Y empezó a llorar.
La mujer que estaba dentro hizo entrar en la camioneta a los hombres armados. Le preguntó a la que lloraba si quería que la acercaran a algún sitio. La otra negó con un movimiento de cabeza.
“Prefiero caminar, señora”.
(Tenían todas menos de 30 años y parecía que de un momento a otro se iba a abrir la tierra y Hades las raptaría. Tenían miedo de ser secuestradas si caminaban solas por la noche en la ciudad. Una decía que se había equivocado: debió dejar que los echaran en la camioneta y que los mataran como a perros. Otra imaginó lo que haría de tener en sus manos el poder de la mujer de la camioneta y dijo que mujeres como esa eran las que iban a cambiar la sociedad, porque aquello solo se arreglaba si las mujeres mandaban. Otra dijo que por esa calle habían secuestrado dos estudiantes, otra dijo que había pasado por esa misma calle el día anterior y los mismos obreros le dijeron cosas horribles así que quizá merecían de todos modos que la camioneta regresara ya que no escarmentaron. Aquello que deseaban para los obreros estaba cargado con la misma violencia de los piropos bestiales. Violencia para responder a la violencia. Salvo por ella, que solo quería caminar sin sentir miedo.)