El Último Verso

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LOS POLVOS QUE NO OLVIDAS

 

ausencia

La noche te trae revanchas, des-encuentros que suceden en tu  almohadada con algunos aromas y cuerpos que ya no están, te trae recuerdos, y estos pesan más cuando son húmedos. Intentas calmar el clima, vas por hielo y te pones un poco en la frente para apaciguar los pensamientos suscritos en la madrugada.

Descubres que lo más difícil de borrar son los jadeos, los rostros con los ojos en el nirvana, esa mirada que se quiebra en la búsqueda del otro, el pavor que segrega cada palabra como si sufrieras incluso juntando las ideas. Y no tenes cómo borrar las acotaciones más impúdicas que se abrigaron a tu oído mientras disfrutabas de su cuerpo despojado de toda mentira, de toda moral, de cualquier ropa. El placer es sincero porque nos acerca, nos muestra al otro tan humano como nosotros mismos, tan ganas de querer revolcarse en nuestra piel.

Y ahí, sólo ahí aparece nuestra verdadera versión, la entrega. Cierras los ojos y los rasguños repasan tu espalda una vez más, los dientes tiñen tu oreja de un rojo suave que es dictamen de que aún no olvidas. Esa sensación empeora si la película que atraviesa tus parpados se repite pero con diferentes personajes. Con diferentes nombres, aromas, cuerpos… Entonces no sabes si el encuentro fue una victoria o tan solo una fullería del destino que ahora se vuelca sobre vos haciéndote saber que ya no están.

Salís a la calle a caminar  por los bares o incluso situarte en uno de ellos a beber algo, y sabes que vendrá a vos en algún momento un contragolpe. La melodía. Sea la canción que sea, todas sirven de boceto para que recalcar la escena, el cabello suelto entre tus dedos, la comisura de sus piernas hirviendo como si bajo ellas el abrigo de un gemido te aguardara. Y mientras padeces le das vida. Vuelve a respirar en tu cobija esa boca, vuelve la punzada, el latido más allá del corazón. El ritmo con que te adentrabas en su piel y la lisura con que se deslizaba tu ser en su vientre. Era dejar algo de vos en cada cuerpo, abandonarse un poco, alimentar tu idea del mundo desde tus entrañas.

Luego te acosan los temblores, el reflejo del clímax, el espasmo. Y podes decir que todo fue bonito, pero no rico. Porque lo bonito suele olvidarse, pero estas cosas quedan con un triste reflejo de estremecimiento, con ansias de una bocanada final, un polvo mental que no tenes como quitarte de encima…

Pavel Stev

 

 

 

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