¿Qué recordaremos de la fiesta al día siguiente?

El librero despertó de súbito aquel domingo. Buscó entre las sábanas el celular y cuando lo encontró, maldiciendo la luz que este desprendió y lo mareó, vio que eran las 11 de la mañana. Le dolía la cabeza de un modo desesperante y tenía náuseas, así como hambre. Corrió como pudo hasta la cocina para cerrar las cortinas del inmenso ventanal; los rayos de sol que llegaban hasta él y que lo calentaban, que hasta el día anterior constituían el motivo por el que se resistía a mudarse de ese barrio, ahora le parecía que querían matarlo. Fue hasta la máquina del café y puso a hacer un expreso; el sonido que esta empezó a hacer lo ensordeció y le destempló los dientes, intentó apagarla, pero prefirió esperar la bebida. El olor del café recién hecho salió del apartamento y recorrió todo el edificio; el librero, apenas lo sintió llegar a él, notó que el estómago se le revolvía y las náuseas se le acrecentaban, de modo que tuvo que romper su ritual de todas las mañanas. Pensó que sería buena idea ir hasta el sofá y recostarse un rato, mientras decidía qué desayunar y a ver si se iba sintiendo mejor, pero al iniciar su camino hacia la sala vio a las dos mujeres que dormían, tranquilamente, en el sofá.
Tuvo que conformarse con volver a la cama. Al parecer, además de la resaca, la fiesta también le dejó olvidos. ¿Quién era la mujer con quien dormía Ximena, con tanta confianza? Intentó recordar, pero no se le hacía conocida. Intentó recordar el principio de la noche anterior, cuando fueron llegando sus invitados, y no recordó verla entrar. ¿Habría llegado después de que él, ebrio hasta los tuétanos, había despedido como pudo a todo el grupo y de paso a la cama había visto a Ximena sentada en la sala tomándose sola una cerveza?
Entre más buscaba en la cabeza, menos certeza tenía sobre la desconocida. Se acercó a mirarlas, sin hacer ruido. Las dos mujeres dormían abrazadas; Ximena había alcanzado a ponerse el pijama, la otra estaba desnuda. El librero se esforzó por no mirarla, sin embargo, reparó en ella de reojo, y se sonrojó. Ella respiraba pausadamente. No se emborracharon, pensó, y no pudo evitar sentirse celoso.
De vuelta en la cama, recordó que en la mañana anterior Ximena se había molestado a rabiar cuando lavaban la loza del desayuno. ¿Vos no podés decir nada más de una mujer que apenas conocés o ves en la pantalla? Le había dicho, iracunda. Y agregó: ¿Sólo que es bonita? Qué criterio asqueroso el tuyo. Entonces él se llenó de rabia y empezó a gritar y a manotear y salió a la calle tirando la puerta; encendió un cigarrillo y caminó fumándoselo hasta el parque, donde los muchachos le contaron de un atraco en el edificio llegando al supermercado. Cuando regresó en la tarde, su novia no estaba, le marcó al celular, sin respuesta, hasta cuando la vio llegar avanzada la noche y, sin saludarlo, pasó de largo a hablar con los invitados y a bailar.
De un momento a otro el librero se quedó dormido. En el sueño veía gente de la fiesta, pero no a la desconocida ni a Ximena. Vio a Felipe que le pedía plata para ir a comprar más aguardiente, y a Edward leyéndole a un grupo de muchachas un cuento de Felisberto Hernández. También empezó a escuchar risas de mujer que venían de su habitación, pero en realidad las risas, que lo despertaron, venían de la cocina. Las dos mujeres habían preparado algo de comer. La desconocida, que no se había vestido aún, lo miró con una sonrisa. Ximena seguía enojada, por la forma en que lo saludó.
Entonces lo recordó todo.
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— Albeiro Guiral (@amguiral) August 7, 2017