Dirección única

Publicado el Carlos Andrés Almeyda Gómez

«Salir por esa puerta por donde había entrado»: La tragedia de Belinda Elsner

La tragedia de Belinda Elsner
Germán Espinosa

Panamericana Editorial
Bogotá, 2021
180 páginas

El género negro y, en particular la novela policiaca, no parecen a simple vista lugares tan abiertamente visitados por el escritor cartagenero Germán Espinosa (1938-2007), sobre todo en función de lo que para su obra constituyó más bien una suerte de amalgama barroca en la que se configuraba un imaginario binario: la carga simbólica de lo onírico, la condición humana, lo ancestral; hasta el hondo devaneo propio de novelas como La balada del pajarillo o Cuando besan las sombras, y en las que convergen, en franca lid, toda clase de inmersiones profanas y psicológicas junto a su conocido entusiasmo por la historia y la investigación: aquí particularmente cuando se llevan la música, la poesía y el mito  -estos en toda su expresión- a parajes citadinos contemporáneos que trascienden en conjunción con lo metahistórico y lo metaficcional, lugares posibles dentro de una forma de narrar que busca, en su magnificencia, representar la fatalidad humana con el tamiz de un relojero o un alquimista antiguo.

La tragedia de Belinda Elsner, como novela policiaca, me recuerda ahora otra obra breve de Germán Espinosa incluida dentro de la colección de novela negra que la desaparecida editorial Norma publicara en 2003, Rubén Darío y la sacerdotisa de Amón (nota aparte, en esa colección el recién fallecido autor bogotano Julio Paredes publicó en ese entonces su novela Cinco tardes con Simenon). En estas dos novelas de Espinosa, sobresale, aparte del género que se les endilga, la presencia transversal de la poesía: en una de ellas, Rubén Darío; en La tragedia de Belinda Elsner, León de Greiff.

Como novela de crímenes y, en este particular, como novela que visita de alguna forma el género urbano, La tragedia de Belinda Elsner abandona el escarceo intelectual de un Espinosa siempre abocado a las cuestiones clásicas -aunque asistamos en esta novela a otra clase magistral de literatura y de temas variopintos como el psicoanálisis o el conductismo-, para dar paso al escenario de la Bogotá de los años noventa; allí se va de los juzgados y el cuadro de costumbres de una ciudad de clases sociales abigarradas por la desidia y el morbo, al vademécum afectivo de una familia en conflicto, un policía, una juez, médicos tratantes, viandantes y  un joven músico en silla de ruedas, Nelson Chala. Del otro lado, Belinda -su madre- cruza por la senda del libro como una presencia punzante. Víctima y homicida, su patología nutre el trasfondo psicológico de la novela. Como banda sonora, Nelson Chala cantará a De Greiff, “¿Oh las manos enlutadas / de blancuras pervertidas! / ¿oh las manos perfumadas / con aromas homicidas!”

Al unísono, escuchamos la radio, el país en guerra, paramilitares, narcotráfico, personajes de nuestra fauna política, del espectáculo, los lugares comunes a la idiosincrasia colombiana que narran sus vaguedades mientras las máquinas de escribir martillan el papel y todo el celaje de una novela policiaca se desarrolla. Sin embargo, detrás de una narrativa que en su género se esperaría efectista por decreto, aparece un detalle más que significativo: el estilo inconfundible de Espinosa. Entre diálogos de cafetería, oficinas, calles atestadas de buses, hombres y mujeres estragados por la liviandad de sus personalidades rehechas; o sainetes televisivos que presentan su show en la rimbombante escenografía de los setentas y ochentas, Espinosa narra con el detalle y la parsimonia cuidadosa de su estilo, aunque la empresa policiaca de esta clase de novelas pida una celeridad distinta, más fragmentaria y frontal. En su lugar, subyace a esta historia la idea de narrarse de manera psicológica al configurase en ella un diálogo interno entre los personajes y el clima lluvioso de una Bogotá contrastada por la violencia y la barbarie. El relato y las voces entrecruzadas en medio de la ciudad y sus rutinas de leguleyos y galenos sirve como trasfondo a esa voz en off que, sin escucharse, va narrándose en la historia para reaparecer y perpetrar la tragedia.

La tragedia de Belinda Elsner resuma de energía, esto gracias a la manera en la que el suspenso se dilata para proponer un decurso narrativo donde la realidad marque sus aristas: retratos de época, lugares de la memoria, lluvia y más lluvia, atascos vehiculares y reflexión maquinada entre la locura como crimen o diagnóstico y la parálisis como condición, como detonante de una novela signada por la enfermedad a manera de telón de fondo. La venganza y los sentimientos irresueltos le servirán de catalizador. Estos elementos de riesgo proponen un discurso que reflexiona sin aditamentos morales sobre el bien y el mal, los trastornos afectivos, el odio, la infamia, el dolor y el amor: un lienzo cuyos colores se tornan uno solo para anunciar el acto final. Un regreso al inicio para connotar de manera circular el celaje de la enfermedad mental, como en el verso de Omar Khayyam citado en medio de una consulta psiquiátrica:

“¡Oh! cuando yo fui joven, ávido he frecuentado / los santos y doctores, y oí cosas sublimes / sobre esto y sobre aquello; mas siempre me ha pasado / salir por esa puerta por donde había entrado”.

 

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