Publicado en 2013 por la editorial española Candaya, Universo Nooteboom recoge ensayos y crítica alrededor de la obra del escritor holandés Cornelius Johannes Jacobus María Nooteboom (La Haya, 1933), como parte de una colección de homenajes a escritores contemporáneos. Juan Villoro, Roberto Bolaño, Ricardo Piglia o Enrique Vila-Matas, por ejemplo.

El libro compila de esta manera un total de 30 textos críticos sobre su trabajo literario, divididos de manera capitular para contener géneros como la crítica, la crónica, el ensayo, la poesía, la novela y la literatura de viajes, tema este que lo ha llevado de la fotografía al relato personal desde un aprendizaje secular en ocasiones dotado de tintes metafísicos.

Es aquí precisamente donde se nos revela el núcleo mismo de toda su obra, la búsqueda incesante de imágenes y rostros que permitan delinear una idea del hombre contemporáneo como construcción eidética de su pasado y su devenir, el Nooteboom que sirve de médium a las voces de una humanidad en tránsito permanente, un Nooteboom en estado de latencia y transformación.

En la práctica de lo transdisciplinar, esta treintena de poetas, novelistas, ensayistas, filósofos, académicos, traductores, críticos literarios y periodistas culturales, acercan al lector a las múltiples vidas de un viajero impenitente, un autor de naturaleza convulsa y testigo oidor de la identidad como hallazgo y conmoción. Aunque en un sentido estricto no estemos ante un autor dedicado puntualmente a hablar de nuestras debacles históricas o a condonar deudas morales o políticas desde el periodismo de guerra o la novela histórica, su interés se centra en mantener la vista puesta en las cuestiones primordiales, el hombre como víctima de su interminable búsqueda de sentido, un poco lo que en algún momento mencionara este alrededor de Borges, quien, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, en lugar de leer los diarios, releía a Tácito. “En ese caso él no seguía una guerra, pero pensaba sobre lo que es la guerra en general. Creó distancia, pero sin olvidar la realidad”.

Así, alejado de la literatura realista, en boga para entonces en la tradición literaria holandesa, Nooteboom sale de casa a sus dieciséis años con una mochila a sus espaldas. Apenas unos años después, aparecería su novela Philip y los otros, de alguna manera inicio de su inacabable itinerancia. “Un día me despedí de mi madre, tomé el tren hacia Breda y una hora después me encontraba en la carretera cerca de la frontera belga con la mano alzada, y en realidad esto es lo que he venido haciendo desde entonces”, nos dice en Hotel Nómada, su libro más citado y su crónica más personal.

Universo Nooteboom se abre con un apartado dedicado al Nooteboom filósofo. Primero, desde su pregunta por la realidad y el sentido de la invención, forma de errancia en la que le es posible reconocerse en el otro;  luego, a través de su oficio principal: la poesía.  “Ante todo, Nooteboom se considera poeta”, afirman Erik Haasnot y Astrid Roig en las palabras liminares del libro. “La poesía es la sede de mi empresa; el resto de mi obra son sucursales. En el centro que soy yo, está el poeta”, responde Nooteboom.

“Narrar es jugar sin pelota”, nos dice Rüdiger Safranski en su texto alrededor del autor y la filosofía, precisamente ahondando en el ejercicio de la escritura como invención. Desde la aparición de su opera prima, Philip y los otros, Nooteboom funda una sobreescritura de la realidad desde el ejercicio mismo de la empatía, de la conversación sostenida con el entorno como una labor de encantamiento en la que este lleva a sus creyentes a acompañarle en su cartografía móvil, a jugar en su cancha. “Quien se implica en el juego sin pelota, quizá llega a descubrir que la pelota, que no está, se vuelve cada vez más real, precisamente por su implicación en el juego. Eso mismo sirve para la narración y su magia poética”, concluye el ensayista.

El hechizo del juego se funda así desde una fórmula bastante singular, el paisaje y la otredad como imaginarios categóricos. En este apartado, Rüdiger lo enfatiza, sobre todo desde la novela Una canción del ser y la apariencia:

“La constante presencia de los otros tres en su habitación, demasiado pequeña para tanta gente, le había angustiado toda la tarde antes de irse a dormir, y a eso se añadía el terrible vacío succionador del siglo que había entre su vida y la de ellos”.

Expuestos a la velocidad de la urbe y al sinsentido de su tránsito inacabable, los personajes que hablan a través de Nooteboom apuntalan –por lo general– una arquitectura bifurcada en donde la creación superará a su creador para nombrarse a sí misma. Dulcinea más que Cervantes, Hamlet por encima del dramaturgo, Fausto por encima de Goethe. El afán por dar sentido a la existencia de la que hablara Fontane. La filosofía atraviesa libros de Nooteboom como Rituales o Desvío a Santiago. Adorno, Novalis, Schopenhauer, Nietzsche, autores que aparecen y desaparecen al solaz del poeta hortónimo que presta su voz a lo largo de toda su poesía.

Artículo de largo aliento, el ensayo de Safranski trae a cuento un poema central en la estética del autor, “Escolástica”:

“Éste es el diálogo más antiguo de la tierra.
La retórica del agua
estalla sobre el dogma de piedra.
Pero en el final invisible
solo el poeta sabe cómo acaba….”

Sigue a este primer acercamiento, el escrito por la filóloga y traductora inglesa Isabel-Clara Lorda Vidal, quien se detiene un poco en otro aspecto central en la obra del autor. Esto es, la idea de la divinidad, del ángel. El mismo ángel que podrá verse en su novela Perdido el paraíso y donde la estampa del Ángelus novus de Paul Klee revela, aparte del profundo afecto del autor por la pintura, su interés en hurgar en los entresijos de la espiritualidad como “encarnación simbólica del misterio”, aquí de la mano de El paraíso perdido de John Milton.

El siguiente apartado, la poesía, se abre con el prólogo que Pedro Alejo Gómez, escritor y director de la Casa de Poesía Silva en Bogotá, escribiera en 2012 para la antología de la obra del autor holandés, recogida bajo el nombre Luz por todas partes. Recuerda Pedro Alejo la relación que Nooteboom tiene con la imagen y con la idea de la vida y de la muerte. Aquí los hombres, como las ciudades son habitados infatigablemente por esta simbiosis. Reflexiona desde el paraíso de Dante para entrever esos elementos propios a la poesía de Nooteboom en los que conviven en peligrosa armonía el dios de Spinoza o el viaje como encuentro con esos otros que, a su vez, hablan del silencio, de la peregrinación a un lejano y escondido monasterio, aspectos del yo perdido en brega por constatar el sentido de la existencia. Aquí el viaje subyace a toda una poética variopinta. Pedro Alejo lo entiende de la mano de Goethe. “Nada habría más insoportable que una indefinida sucesión de días azules”. En este sentido, García de la Banda recuerda lo expresado por Safranski cuando afirma: el autor es un romántico con ironía y sin ella, un poeta filósofo, un poeta que no se deja cegar por las ideologías, que evita las abstracciones, atesora ideas, ideas que tienen un rostro, un lugar…”

De la Banda nos pone al tanto de las cuestiones primordiales en la poética de Nooteboom, una poesía muy suya y que –sin embargo– pertenece a todos, dada la contención de su escritura en tanto realidad hecha desde una voz plural, poesía cuya libertad formal le permite austeridad y que el ensayista resume en un conjunto puntual de características: “sobriedad expresiva, creatividad, musicalidad, lirismo, referencias culturales y reflexión”. De la Banda se detiene luego en otro de los libros traducidos por él, y que también fuera publicado en Colombia para esa misma época en coedición de la Casa de Poesía Silva y la Universidad de Los Andes, Autorretrato de otro, este, un diálogo entre la pintura y la prosa poética como ejercicio visceral en donde el autor se propone deconstruir una escena en principio turbia hasta convertirla en poema móvil, casi prosa conmovida a manera de una serie de instantáneas: “El cuchillo que lo había acompañado al bucear está junto a él en la ardiente roca, un simple objeto. A través de las gafas de buceo había visto un banco de peces verdes moviéndose como si fueran un solo cuerpo”. Se trata de una conversación que el autor mantiene con el pintor Max Neumann, “una voz sombría, aunque contenida de un realismo meticuloso, que ilumina de forma exacerbada el lado oscuro de la realidad”, agrega De la Banda a la vez que concluye, de vuelta a Luz por todas partes, “en este poemario, encontramos una voz que oscila entre lo lúdico y lo dramático, sin olvidar su proverbial ironía”.

Clara Janes, Tomás Albarejo y Santos Domínguez suman su voz a este apartado sobre la poesía de Nooteboom, ahondando de paso en aspectos como su conocimiento intrínseco en temas científicos, su amor por la pintura, la música, y sobre todo por la literatura. Clara Janes nos dice en este sentido: “Por estas páginas vemos pasar a Roberto Juarroz, Ungaretti, Rilke o Basho y Lo Ho. Pero en la trama de estos poemas hay también los hilos de una poética propia”.

Cierro esta rápida lectura con algunas palabras de Alberto Manguel sobre su poesía:

“Los textos que específicamente llamas poemas comparten con tu prosa la constante presencia de temas preferidos y una calidad talmúdica de comentario suscitado (…) Insistes en señalarnos nuestra mortalidad”.

Obra de carácter poliédrico, cualquier disertación alrededor de la obra de Nooteboom nos llevará de vuelta a su trasunto poético, al viaje como mística catalizadora. Atrás de ello, permea la otredad a manera de formulación de su ars poética, así como la creación, siempre en forma de pregunta sobre la distancia entre la realidad y lo que para él constituye la literatura.

En el apartado alrededor de su novelística, Laszlo Fondenyi pone como paradigma de esta correlación un breve pasaje de la teología alemana en la que se sabe que el alma posee dos ojos, uno centrado en la eternidad y la esencia divina, mientras el oro permanece atento al paso del tiempo y las criaturas a su alrededor, aferrado también al mundo del dolor, el sufrimiento y el miedo. La referencia se centra en este aspecto, mientras el ensayista atiende algunos aspectos generales de la novela de Nooteboom, Rituales, hasta encontrar en sus novelas elementos que alimentan una sinergia constante entre la iluminación –como estado de gracia– y la condición humana como equipaje. De los textos del místico Johannes Tauler sobre los ojos y el alma, llegamos a la poesía. Aquí un poema sobre el también místico Angelus Silesius. Dice el poema: “Los sueños son verdad por que suceden, mentira por que nadie los ve, excepto el soñador solitario, en sus ojos tan solo de él”. Es así que los ensayos recogidos en este libro, subrayan los temas y guiños que fundamentan una obra que le mantiene como tema el precario equilibrio que significa de alguna forma la existencia, armonía que transcurre como en una pieza orquestal y en diferentes tempos, Nooteboom representa aquí diversos papeles, observa, encarna, se acomide a ser el otro o el figurante menor, “me dilato con aquello que absorbo, veo, recopilo”, declara en su Desvío a Santiago, de nuevo junto a Baruch Spinoza en su bu´squeda de la serenidad contemplativa.

Acompaña esta revisión, una selección de artículos breves, entre los escritos por Juan Villoro, Jesús Ferrero, Connie Palmen y otros tantos, junto a notas de prensa y otro par de escritos de Alberto Manguel, Jesús Aguado y Glenn Most. En suma, aparecen como señales de ruta para quien espere profundizar un poco más en las novelas de Nooteboom, de camino al siguiente examen, el de sus ensayos y crónicas, un apartado dedicado a breves relatos de su autoría, y un capítulo final llamado La última palabra, apartado que incluye dos entrevistas con el autor y que se abre con una de sus máximas: “Escribir es posponer la muerte”. Se trata de una conversación con Piet Piryns sobre los temas que llenan el universo particular y plural de Nooteboom: el viaje, el pasado, la memoria, los cementerios -una afortunada obsesión del autor y sobre la que ha escrito, caso del libro Tumbas: De Poetas y Pensadores, junto al trabajo fotográfico de su esposa Simone Sassen, la religiosidad, la arquitectura, la ciudad como epidermis y sustancia misma del caos y la multiplicidad, la filosofía como tema ulterior a sus personajes y su poesía, y, por supuesto, la creación hecha pregunta sobre el ejercicio de la existencia como dilatación del tiempo y de la muerte. Seguido de este texto, el libro cierra con una especie de conversación íntima, fraternal, y que a su vez remite un poco, huelga decir, al material audiovisual en formato DVD que acompaña este libro, “Desvío Nooteboom”, documental de Erik Haasnoot.

En el texto final, Alberto Manguel y Cees Nooteboom conversan sobre una y otra cosa. De las preguntas por la literatura y sus fuentes, por el cómo se escribe y qué musas o artilugios acompañan al artista, hablan de Borges, del viaje como talismán, de política, de historia, hablan del Nooteboom cardinal, nodriza de todos los personajes que se trasladan en un instante de Ámsterdam a Lisboa, historias que transcurren en São Paulo, Santiago de Compostela, Bangkok, o de personajes que se pasean conflictuados por los atascos vehiculares en una avenida de Tokio o visitan lejanas pagodas y templos, el Noteboom que visitara Colombia poco antes de esta charla con Manguel. “¿Sabes? –inquiere Manguel a Nooteboom–, es fácil encontrar símbolos en todo, pero tiene que ver con la relación que tienes con los viajes: qué es el viaje en el cual te desplazas. Tú dices en alguna parte, me parece que en Hotel Nómada, que te hace sentir a ti mismo en un lugar, que te encuentras en ti mismo. Están los dos sentidos, desplazarse y encontrarse a sí mismo, que es, claro, lo que hace una concha: se desplaza lentamente, pero es la casa que se mueve”. A la pregunta por su sentido de viaje, Nooteboom responde. “Otros escritores hubieran vuelto a casa, pero yo no. Visité Amazonas y Cartagena de Indias y después los volcanes de Ecuador. Bueno, es mi vida, ser en otra parte”.

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