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Publicado el Carlos Andrés Almeyda Gómez

Rafael Baena, Siempre fue ahora o nunca

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Alfaguara acaba de publicar la novela Siempre fue ahora o nunca, del «lector y escritor de tiempo completo» Rafael Baena –así reza la nota de solapa de este libro– que se presentará el próximo martes 10 de junio en la librería del Fondo de Cultura Económica (Centro Cultural García Márquez) en el centro de Bogotá. Reproduzco aquí como abre bocas a dicha presentación y a la lectura de su novela, parte de la entrevista que en 2011 publicara el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República y en la que tuve la suerte de conversar con el autor a propósito de sus libros Tanta sangre vista, ¡Vuelvan caras, carajo! y Samaria films XXX . Alfaguara publicaría tiempo después su novela La bala vendida. Aquí un aparte de la entrevista.

¿Cuáles son los oficios de Rafael Baena, cómo llegó a la escritura como profesión?

No soy graduado en nada pero estudié Economía, luego probé con la Historia, e hice también un año de Derecho.  Postergando la tesis y el grado en Economía, me vi obligado a trabajar dado que mi padre no podía seguir ayudándome. Él era barranquillero y vivía allí. Yo llevaba ya un buen tiempo en Bogotá, por lo que me vi empujado inevitablemente a ingresar a la máquina demoledora, debía entonces buscar la manera de sobrevivir. Así inicié mi vida en el periodismo. Llegué a este sabiendo que era, como bien podía observar en el mundo literario, el camino digamos que más propicio para llegar a la escritura. Sabía que era un buen primer paso, inteligente y plausible, dado que este confiere la disciplina del oficio. El periodismo me absorbió tanto que olvidé aquel objetivo inicial durante algo más de veinticinco años. Un día lo recordé y emprendí la tarea.

 

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En sus años en Cromos (1984). Archivo particular.

 

— ¿Cómo inicia Rafael Baena en los medios, cuál fue, a grandes rasgos, su recorrido por la reportería y el periodismo en general?

Hacia el año de 1979, llegué a la Revista Antena, dirigida entonces por Fernán Martínez. Allí me ofrecí como fotógrafo. Para mí el estar tras una cámara representa la punta de lanza del oficio periodístico, el mascarón de proa, incluso la parte más romántica de este diario y atropellado quehacer. No había trabajo para ello por lo que ofrecieron, en su lugar, la oportunidad de desempeñarme como redactor, haciendo un primer texto sobre Liz Taylor. Sin pensarlo demasiado, acepté el reto. Más adelante trabajé en el Diario del Caribe, , Cromos y –ya en televisión– en Teledeportes y Noticias Uno. Fui free lance para agencias internacionales, corresponsal de fotografía e hice algo de stringer. Por ese entonces, hacia 1989, inicié mi relación con Amalia, mi esposa y madre de mis tres hijos, por la época en que fue asesinado Luis Carlos Galán (en Colombia los recuerdos personales se asocian por lo general con los recuerdos colectivos). Tiempo después, estuve en Centroamérica tratando de abrirme camino con mi cámara. Sólo que, en 1991, y  luego de un año de haber regresado a Colombia, un accidente me obligó a dejar por un rato la reportería, por  lo que decidí volver a la tele ya como editor del Noticiero de las 7. Recuperado medianamente, retomé  la reportería gráfica como coordinador de fotografía de la Revista Cambio 16, donde luego fui editor de cultura y finalmente editor general. Más adelante pasé al diario El Espectador como editor de domingo, luego como jefe de fotografía en la Revista Cromos y finalmente en la revista credencial de la cual soy en la actualidad editor general.

—  ¿En qué momento nace pues su obra?

Ya en Credencial, opte por llevar al tiempo mi trabajo en el periodismo y el proceso de la escritura. Sentía que ya era momento de darme a la literatura pues ya tenía de qué hablar. Allí contaba con algo más de tiempo pues el oficio de editor de una revista mensual me permitía en este caso el disponer de espacio para emprender el proyecto de novela así como la investigación que Tanta sangre vista demandaba. Inventarse mundos requiere de espacio, apartarse un poco de ese ritmo esclavizante al que me veía obligado en las redacciones y la reportería. Hacia finales de 2004 finalicé mi novela, la cual me tomó un año en su escritura y otro tanto corrigiéndola. ¡Vuelvan caras carajo! ocupó quizá menos tiempo. En mi caso, y que no llegue a sonar pretensioso, no me toma el tiempo que a los escritores les toma hacer sus libros. Este trabajo se asemejó al de una hilandera, ir y volver sobre los textos como en una espiral. Vuelvan caras obedeció a una investigación profunda que me vio abocado a acelerar la escritura de este libro y publicarle antes de la novela en la que venía trabajando luego de Tanta sangre vista. Manuel Bordás, interesado primero en mi segunda novela, cuyo título inicial sería Samaria Films XXX –por ahí vengo trabajando en otro libro llamado La bala vendida– se vio interesado ya en esta “tercera novela” dada la coyuntura del americanismo, muy a propósito del bicentenario del continente en el 2010, pero que vería la luz mucho antes de que el tema fuera agotado al siguiente año por la avalancha de publicaciones alrededor de esta efeméride, todo a cuenta del efecto boomerang, con el cual los medios no parecen estar muy familiarizados. Samaria Films XXX es, en cambio, una novela que pudo haber sido escrita por un tailandés y que de alguna forma no está directamente asociada con los temas históricos tratados en mis otros libros.

—  Lejos de la novela historiográfica y de la inmediatez narrativa, su obra demuestra que el lenguaje puede estar a salvo de los condicionamientos del tema que le mueve. ¿Cree que el periodismo le sirve, le limita o le condiciona al momento de escribir? 

Todo a la vez: mi oficio como redactor de prensa me resulta útil en la medida en que me da herramientas tales como la capacidad de síntesis y la desaprensión frente al papel en blanco, un mal que suele aquejar a los escritores dedicados tiempo completo a la literatura. En otras palabras, no me tomo demasiado en serio a mí mismo y no siento que estoy haciendo ‘arte’, sino llenando el boquete que me han dejado en el alma tres décadas de ejercicio periodístico. Pero también me limita y me condiciona, pues es muy grande el peligro de caer en obviedades, lugares comunes, reiteraciones, muletillas y toda clase de minas quiebrapatas lingüísticas, dado que el lenguaje periodístico, casi que por definición y en aras de valores tales como la claridad y la universalidad, debe evitar las formas alambicadas. Entonces, como yo la veo, se trata de encontrar el fiel de la balanza, el tan mencionado como esquivo punto medio que aporta desde el lenguaje pero al mismo tiempo, más que crear talanqueras, invita al lector a sumergirse en una historia que debe ser amena y relativamente fácil de leer, pero con algo de ‘calado’, algún tipo de sub-fondo, de segundo, tercero y hasta la ene niveles de lectura, en la medida de lo posible.

 

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Oficiales liberales en la Guerra de los mil días (1900). Sentado, al centro, Mayor Hermógenes Ordoñez, odontólogo santandereano, bisabuelo de Rafael Baena. Carátula de Tanta sangre vista (Alfaguara).

 

—     La condición humana, por encima de los hechos que apoyan la novela, llevan a leer Tanta sangre vista como un relato íntimo que bien podría ocurrir en ésta o en otra época de nuestra violencia. ¿Por qué ha tomado La guerra de los mil días? ¿Qué le movió a elaborar un corpus narrativo bajo el catalejo del conflicto y la historia colombiana?

El afán de encontrar las raíces, si bien no las explicaciones, de toda(s) nuestra(s)  violencia(s), es la causa que me ha llevado a tomar la historia y el conflicto como temas recurrentes. Tengo muy mala memoria y por eso no recuerdo qué escritor dijo que finalmente los autores no hacen nada distinto a escribir siempre el mismo libro… sólo que en varios tomos. Cuando uno lee a ciertos autores, piensa que a lo mejor es así, pero también puede suceder que en mi caso hayan coincidido ciertas preferencias bibliográficas con mi gusto por los caballos, la caballería y las novelas de aventuras. Lo del corpus me parece relativo, porque de hecho ya tengo escrita una novela, de momento inédita, que se desarrolla aquí y ahora en el siglo XXI y no se parece, ni formal ni temáticamente a Tanta sangre vista o a ¡Vuelvan caras, carajo!

—       En algún momento, usted declaró en una entrevista que antes no tenía un motivo lo suficientemente fuerte para escribir. Ahora, después de haber trabajado durante un buen tiempo como reportero y periodista, ¿qué le mueve ahora a hablar de algo externo a usted? ¿Por qué no ha escrito algo más personal, o en qué sentido pueden estas dos novelas tener algo que ver con Rafael Baena?

Quizá mi ‘carreta’ no sea tan ‘externa’, sino muy íntima y personal. En el fondo, sigue nutriéndose de la misma materia prima con la que he procurado ejercer el periodismo. En otras palabras, explorar los orígenes de la violencia, pero intentar intercalar en el relato salvedades, trazos que pretenden ser hermosos desde el punto de vista del lenguaje o de los sentimientos humanos. No sé si lo haya logrado o no, pero sí puedo garantizar que he hecho el esfuerzo porque sé que todo no pueden ser narraciones de batallas y soliloquios de matadores de hombres.

—  ¿Piensa en su ejercicio como algo de alguna forma beligerante, espera algo en sus novelas en un sentido estricto, acaso para remediar la desmemoria? 

No pienso en términos de remediar nada, ni de luchar en pro de cualquier idea. Soy muy ortodoxo en ese sentido y sigo creyendo que el primer compromiso de un escritor es con la escritura; la buena escritura, la amena, la eficaz en la medida en que sea comprensible. Aunque en honor a la verdad debo reconocer que sí experimento el impulso ulterior de dejar constancia, de hacer el papel del notario, del escriba que levanta actas.

—     ¿Cómo fue el proceso de escritura de sus novelas? ¿Cómo siente que se ha dado esa necesaria calma para apartar la emoción y dejar que los personajes fluyan?

Durante la fase de escritura de mis novelas procuro trabajar todos los días, con una disciplina y un horario que marquen cierto ritmo. Es necesario que ello sea así para poder ajustar mi tiempo con el del mundo real laboral, lo cual resulta ser una ventaja porque creo que, del mismo modo en que los seres humanos son ritmo, la buena literatura también debe serlo, no sólo por razones estéticas sino porque pienso que los autores debemos cuidar a los pocos lectores que quedan, facilitándoles de alguna forma la labor. De paso, es probable que podamos revertir la tendencia y hacer que cinéfilos y teleadictos regresen al redil. 

—  Hablaba usted en algún momento de García Márquez como un modelo narrativo. Sin embargo, su forma de escribir, la de Rafael Baena, posee un lenguaje incluso más limpio y fluido que no parece tener influencias cercanas. Por un lado no hay ese lenguaje fragmentario de la novela cinematográfica, ese abuso del lenguaje que posee la novela sicariesca. Por el otro, la escritura por ejemplo de Tanta sangre vista demuestra algunas breves licencias en los saltos entre la primera y la tercera persona y sus personajes poseen un léxico que no excede o trasgrede la verosimilitud en nombre de alguna postura costumbrista. ¿Cuáles son en este sentido sus influencias, sus lecturas? ¿Cuáles sus inicios como lector, los momentos en su oficio cono periodista que poco a poco lo fueron llevando al ejercicio de la escritura? 

De Gabriel García Márquez quisiera haber heredado el tono desparpajado de narrar que él a su vez dice haber heredado de su abuela, que es el mismo que por lo general busco en los autores que me gustan. La lista, como siempre en estos casos, sería enorme, pero digamos que todos los autores del boom, salvo algunos sobrevalorados, ocupan los primeros lugares de mi muy personal clasificación; sumados ellos una buena porción de autores de habla inglesa, de antes y de ahora, desde Walter Scott hasta Graham Greene, pasando por Conrad, Fitzgerald, Mailer, Capote, Talese y los paraperiodistas, claro está, inevitables para alguien que trabaja en prensa. En fin, un sancocho adobado además con textos de la gente de Rolling Stone, New Yorker, Vanity Fair y etcétera.

De resto, unos franceses por aquí, para rusos por allá, un alemán entreverado, alguna gente entrañable de Europa central y, por supuesto, algunos españoles, no muchos porque estudié en un colegio con pedagogos españoles y desarrollé algunas fobias ante la mención de ciertos nombres. Unos pedagogos tremendos, aquellos curas españoles que se despojaban del reloj de pulso para emprenderla a cachetadas contra los díscolos. 

—     En ¡Vuelvan Caras carajo!, Agnus Malone  se excusa por la traducción que de su libro se hace al decir: “Y si bien su labor fue excelente porque jamás me malinterpretó, hay frases y giros para los que hubiese preferido equivalencias más diáfanas, pero ni ella ni yo hemos podido encontrarlas”. Esa apuesta por el lenguaje permite otras lecturas paralelas sin caer en la llana reportería. Incluso justifica más la belleza en el léxico y el uso medido de la sintaxis y las figuras en esa “lengua de Cervantes”. ¿Baena es un escritor que gusta del periodismo? ¿Dónde vivía su notable hábito como escritor, por tanto tiempo escondido?

Ojalá supiera dónde estaba escondido, pero menos mal lo estuvo tanto tiempo porque a lo mejor no era el momento de incursionar en la literatura. Me debía, más que nada, a mi familia y a las responsabilidades derivadas de asumir la paternidad como la parte más importante de la existencia. Cada hijo, tu relación de pareja, son parte de tu vida. No están al lado tuyo, sino que están en ti, todo el tiempo, si tregua.

Así las cosas, queda poco tiempo para sentarse a escribir cuentos o novelas, algo que podría parecer un tanto veleidoso cuando tienes al frente objetivos muy concretos, tan específicos como el grado de fulanita, el dentista de zutanita y el beso que conforte a perencejito.

Ya que lo pienso, mejor que resultara de esa forma, porque a lo mejor no estaba listo mentalmente para escribir libros. A lo mejor en mi inconsciente vivía un pánico escénico, la certeza de saber que la literatura es el camino más rápido entre el anonimato y el desprestigio. 

—       ¿Qué textos o elementos le sirvieron de apoyo para escribir? ¿Cómo fue el proceso de investigación? 

Biografías, memorias de viajeros, novelas decimonónicas, textos de estrategia militar, los recuerdos que conservo de las historias de la Guerra de los mil días, contadas por mi abuela y por mi padre, que a su vez los escuchó en boca de su abuelo, un hombre culto que peleó en la zona de Santander en el ejército liberal, más una mezcolanza de guerrillas que un ejército, para ser exactos.

—  En Tanta sangre vista hay, como se suele decir en el lenguaje cinematográfico, algunos índices que marcan el curso de la historia apartándola del relato plano y llevando la lectura a su desenlace. En este caso, los caballos, la música –Chopin–, el cortejo medido, en otro sentido, el recorrido de los ejércitos, la incertidumbre, el acto automático de seguir órdenes o emprender alguna cruzada suicida, las escopetas de fisto y los viejos fusiles Remington. ¿Cuál fue entonces el fin último de esta novela, cual su estratagema, su excusa? ¿Cómo ve la violencia actual? ¿Acaso es narrable, desde su óptica como escritor?

El fin último, el que está por encima de todos los aledaños, de los que surgieron después y de los que seguramente surgirán, era y es sentirme bien, autosatisfacerme, sacarme el clavo después de casi tres décadas de pluma mercenaria, al servicio de causas que no eran las mías y que si lo fueron terminaron traicionándonos a todos, a los periodistas que ejercimos lo nuestro como un sacerdocio y, lo que no tiene perdón, al público. A nuestro favor sólo resta decir que nosotros también nos creíamos el cuento.

La violencia actual no es más que la secuela de las violencias anteriores, y a su vez el origen de las violencias por venir. Es un ciclo inacabable, el cuento del gallo capón, porque los colombianos, como nación, hemos sido inferiores al humano reto de aprender a perdonar, a tolerar las diferencias, a no echar más sal en heridas aún abiertas.

—      Ryszard Kapuscinski. hablaba alguna vez del verdadero reportero como alguien que realmente hace presencia en las zonas de conflicto y no detrás de un escritorio como suele ocurrir con algunos cronistas y escritores. ¿Ve usted en su oficio y trasegar periodístico señas de esa sentencia? ¿Creé según sus libros que es mejor, acaso éticamente más viable, hablar sobre lo cercano?

Estuve cerca del olor a pólvora y cordita, a sangre seca y sangre fresca, a muerto de días y muerto de horas. Por lo general la gente cree que el reportero de guerra, del eufemístico ‘orden público’, vive corriendo agachado para que no le vuelen la cabeza. La verdad es que las horas se pasan dentro de carros alquilados, recorriendo distancias inconmensurables detrás de las declaraciones de algún condotiero de nueva laya, de tipos tan parecidos en su talante como en los tonos de sus trajes camuflados. Es tedioso y juro por lo más sagrado que jamás he escuchado a un colega alegrarse por haber estado bajo fuego. El que lo hace, no estuvo allí cerca, como pregonaba Kapuscinski  y, antes de él, Robert Capa, el Kapuscinskide los fotógrafos, que son la punta de lanza de la reportería de guerra.

Afortunadamente no viví tales tedios durante todos estos años de ejercicio, pero sí el tiempo suficiente como para saber que la palabra ética es mejor no pronunciarla, por respeto a uno mismo, a los demás y al concepto mismo, tan manoseado por todos. De origen cercano o lejano, desde el campo de batalla o desde el escritorio del pensador ensayista, literatura es literatura y con eso debería bastar.

—     ¿Qué parte de Rafael Baena vive en sus personajes? ¿Acaso esos afectos que se leen entre líneas, mientras transcurre la angustia de la guerra, bañada sin embargo por la fuerza de la condición humana?

Toda literatura es autobiográfica en mayor o menor medida. Cada personaje habla desde el alma de su creador, aunque esté basado en documentos y haya surgido de una investigación. De modo que en ellos hay mucho de mí. En otros habita lo que quise ser y no fui, o rasgos de conocidos que, al ser filtrados por mí a través del teclado, terminan siendo míos. 

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