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Publicado el Carlos Andrés Almeyda Gómez

Fernando Pessoa… Drama en gente*

«Soy apenas una sensación mía. Por lo tanto, ni de mi propia existencia tengo certeza».

F.P.

fernando-pessoa_noticiaAunque mucho se haya dicho hasta hoy sobre el “caso Pessoa”, sobre todo desde esos trechos de la biografía que -al no tener en el autor una gran suma de acontecimientos narrables- se ha dedicado a fantasear y dirimir hipótesis sobre el génesis y el porqué de los heterónimos, baste con saber que una parte considerable de su ars poetica no ha podido ser delimitada desde un contexto unificador, acaso uno que pueda o deba entender dicho caso a partir de un flanco objetivo del discurso creativo, acaso relativo a la despersonalización o la invención propiamente narrativa.

En algún momento, João Gaspar Simões  asumía una tesis algo freudiana al pretextar el nacimiento de sus personajes como consecuencia del trauma provocado en el joven poeta tras la muerte de su padre y el segundo matrimonio de su madre, cuando este contaba apenas con siete años de edad(1). Luego, dicho fenómeno -para los más avezados fruto de una inquietud metafísica-, no sería más que un caso clínico del cual sin embargo el propio Pessoa, al tener alguna vez la sospecha de llegar a ser víctima del psicoanálisis, supo rehuir al catalogarse como un histérico neurasténico, amparado en el que fuera su comodín y su cómplice más cercano en la escena, Álvaro de Campos, heterónimo que resultaba ser, en palabras de Pessoa, “el más histéricamente histérico en mí”, o, como acertadamente reconfirma Octavio paz en su texto «El desconocido de sí mismo»: “El más pessoanamente pessoano en Pessoa” (2).

En carta a Gaspar Simões, fechada en Lisboa el 11 de diciembre de 1931, Fernando Pessoa subraya aquel carácter dramático que le empujó a ser el ‘médium’ de una poética plural:

«El punto central de mi personalidad como artista es el de ser un poeta dramático: tengo continuamente en todo cuanto escribo la exaltación íntima del poeta y la despersonalización del dramaturgo. ( …) Desde el momento en que el crítico establezca, sin embargo, que soy esencialmente un poeta dramático, tiene la llave de mi personalidad, en lo que puede interesarle a él, o a cualquier persona que no sea un psiquiatra, que, por hipótesis, el crítico no tiene que serlo. Provisto de esta llave, puede abrir lentamente todas las cerraduras de mi expresión. Sabe que como poeta, siento, que como poeta dramático, siento despegándome de mí; que, como dramático (sin poeta) transmito automáticamente lo que siento en una expresión ajena a lo que he sentido reconstruyendo en la emoción una persona inexistente que lo sintiese verdaderamente y por eso sintiese, como derivación, otras emociones que yo, puramente yo, me he olvidado de sentir” (3) .

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Fernando Antonio Nogueira Pessoa nace en Lisboa el 13 de Junio de 1888. Habiendo perdido a su padre a los dos años de edad, es prácticamente desterrado de Portugal y de su lengua, mudándose junto con su familia y su nuevo padrastro a Durban, ciudad sudafricana en la que el entonces general Rosas había sido nombrado como cónsul encargado. La imagen de este nuevo lugar fue alguna vez comparada por la crítica con la de aquel general Aupick, padrastro de Baudelaire, dada la ingerencia que pudo haber tenido esta figura de poder en los primeros años de Pessoa y, por consiguiente, en el nacimiento de sus primeros heterónimos. La relación no tiene, en realidad, más sustento que el de una coincidencia, sobre todo cuando en algunos casos a la academia no le queda otra cosa que especular (4).

Aún pequeño y lejos de su natal portugués -alguna vez declararía que su patria era su lengua- debe resguardarse del mundo exterior convocando el lugar más álgido de la ficción y del drama, la enajenación, ese desdoblarse en numerosos pessoas (Pessoa traduce al español Persona, Mascara, Nadie, Personaje), disímiles por la riqueza formal que alienta en cada quien un discurso propio y una poética subyacente.

Al tiempo que hace de su segunda lengua. El inglés, la casa y la voz de sus primeros poetas, tiene a su vera la más rica tradición anglosajona y se acerca, por ende, a Shakespeare, a Milton, asunto que de alguna manera habría de delinear parte de sus intereses estéticos, sobre todo de aquellos que terminan dando color a su drama plural. Pessoa no existe más que como «punto de reunión de una pequeña humanidad». De ahí, ese drama en gente que sintetiza el fenómeno de la heteronimia como luego aclarará en una nota escrita el año de su muerte: «Se trata, a pesar de todo, simplemente del temperamento dramático elevado al máximo escribiendo, en vez de dramas en actos y acción, dramas en almas” (5) . El ejercicio de sus múltiples personalidades aleja aquí cualquier posibilidad concreta de estimar el conjunto de su obra en relación a una incompleta y algo fantasiosa biografía. De alguna forma una parte de la crítica ha mirado su vida de todos los días no más que en relación a una estética del desasosiego, vista sobre todo en Álvaro de Campos; el Bernardo Soares del Libro del desasosiego -un heterónimo menor que tiende a ser del todo Pessoa y quien en un principio tomó el nombre de Vicente Guedes-; la misantropía; su supuesto homosexualismo -que a ratos colinda, sobre todo en los poemas del ingeniero Álvaro de Campos, con los cantos de Walt Whitman-; sus deudas; su alcoholismo; su amor hacía Ophelia de Queiroz; ese Pessoa de quien, según se cuenta en alguna parte, la gente se cuidaba de voltear a mirar en tanto pasaba a su lado, no sea que se desvaneciera ante sus ojos. Bien ha quedado consignado en buena parte de los libros que intentan descifrar las vidas de Fernando Pessoa, el nimio valor que una biografía puede tener para sostener una obra, más cuando ella se funda en la despersonalización de un lisboeta siempre alejado de la aureola que concede la celebridad, tal y como sentencia el heterónimo Alberto Caeiro:

«Si después de que yo muera quieren escribir mi biografía no hay nada más sencillo. Hay sólo dos fechas; la de mi nacimiento y la de mi muerte. Entre una y otra, todos los días son míos” (6).

Gaspar Simões -en su biografía Vida y obra de Fernando Pessoa– se inclina por no conceder a quien fuera su maestro más que este génesis plural como un simple asunto sintomático, no obstante haber sido uno de los autores que consolidara la obra de Pessoa tras su muerte. No obstante, el problema ontológico que sugiere más bien un nacimiento místico de estos pessoas, conviene más a la investigación dado que su obra se faculta a cada rato como fruto de personalidades diversas. de las cuales -según el propio Pessoa aclaró en su momento- algunos apenas se han cruzado por la calle con los otros e incluso uno de sus heterónimos mayores, Ricardo Reis, ni siquiera tuvo tiempo de conocerle, dado que al exiliarse en el Brasil no pudo siquiera asistir al funeral de su progenitor. En cierto modo, el asunto que más compete a Pessoa y a sus personas es precisamente el que conviene en interpretar su caso como una puesta en escena. No por nada, desde la aparición de sus primeros visitantes, la sobre construcción de un entorno social permitió que aquella realidad análoga configurara un eterno performance.

Escondidos bajo la máscara secular de su protector y colega, toda esta multitud literaria -para quienes Pessoa elaboró, con todo el rigor que ello exige, cartas astrales y bio-bibliografias- fue respondiendo cuestionarios, publicando en diversos medios, interviniendo en la vida pública e incluso formulando toda clase de teorías vanguardistas. De allí que, desde su etapa inglesa y su estancia en Durban, el poeta dramático créase un mundo a su medida viviendo desde siempre sumergido en personajes ficticios, los mismos que más adelante habrían de secundarle en la mayoría de sus desafortunadas empresas. Ese «niño que jugaba» y que a muy temprana edad ya pondera su papel de pequeño dios junto a sus primeros heterónimos, caso del Chevalier de Pas, los hermanos Charles y Alexander Search así como de Charles Robert Anon. Vale entonces volver a las palabras del propio Pessoa quien aclara el nacimiento de sus más remotos «conocidos inexistentes» en carta a Adolfo Casais Monteiro, fechada en su ciudad el trece de enero de 1935:

«Desde niño tuve tendencia a crear a mi alrededor un mundo ficticio, a rodearme de amigos y conocidos que nunca habían existido (No sé. bien entiendo. si realmente no existieron o si soy yo quien no existe. En estas cosas, como en todas, no debemos ser dogmáticos). Desde que me conozco como siendo aquello a lo que llamo yo, me acuerdo de necesitar mentalmente en figura, movimientos, carácter e historia, varias figuras irreales que eran para mi tan visibles y mías como lo que llamamos abusivamente vida real (7).

El asunto de la heteronimia en Pessoa no sólo delimita una galaxia particular de su realidad imaginada como suma de experiencias poéticas al parecer fruto de un estado místico que le llevó a ser el portador de dicha avalancha de pessoas, personajes incluso más dispuestos de existencia que el propio ortónimo, poeta principal de cuya existencia constan incluso menos referencias extemporales que las que sus Otros poseen. En tanto la realidad imaginada se contrapone a una realidad objetiva que no puede ser comprobada efectivamente, estos personajes habrán de gozar de más existencia cierta que la del poeta nodriza, pudiendo una obra dar cuenta de su existencia.

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* Del libro Todos los días son mios, las vidas de Fernando Pessoa, próximo a publicarse.

(1) GASPAR Simões, João. Vida y obra de Fernando Pessoa. Fondo de Cultura Económica. Barcelona, 1996. 235 pp.

(2) PAZ, Octavio. Cuadrivio. México. Joaquín Mortiz. 1965. 160 páginas.

(3) PESSOA, Fernando. Obra poetica e em prosa. Lello & Irmão Editores, Lisboa, 1986 (Tres volúmenes).

(4) BRÉCHON, Robert. Extraño extranjero. Una biografía de Fernando Pessoa. Alianza Editorial. Madrid, 1999. 647 páginas.

(5) PESSOA, Fernando. Obra poetica e em prosa. Op. Cit.

(6) PESSOA, Fernando. Drama en gente. Antología de Francisco Cuadrado. Fondo de Cultura Económica. Bogotá, 2005. 196 páginas.

(7) PESSOA, Fernando. Obra poetica e em prosa. Op. Cit.

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