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Publicado el Carlos Andrés Almeyda Gómez

Fe de erratas, un cuento en homenaje a Rubem Fonseca

En 2010, El Instituto de Cultura Brasil Colombia rindió un  homenaje al novelista, cuentista, guionista y ex detective brasileño Rubem Fonseca (Juiz de Fora, Minas Gerais, 11 de mayo de 1925 – Río de Janeiro, 15 de abril de 2020) a través de su concurso «El Brasil de los sueños» en el que se invita a los lectores y nóveles autores a dar continuidad a algunas líneas tomadas la obra del autor homenajeado. Por allí han pasado escritores del Brasil como Nélida Piñón, Vinicius de Moraes, Machado de Assis y João Gilberto, entre otros. En aquella oportunidad, a partir de uno de sus cuentos, «Los ángeles de las marquesinas» (Cofradía de los espadas, 1998), se realizó la cuarta versión de este concurso, toda vez que la más vistosa influencia de los textos sería precisamente aquel elemento fundacional en la literatura de Fonseca: la violencia y las pasiones humanas vistas en personajes suyos como el detective Guedes o el propio Mandrake, sibarita amante de los vinos, el ajedrez y la vida galante, historias que desnudaban sin sordina el clima de violencia y desequilibrio social característicos de las principales ciudades latinoamericanas, junto a una apuesta por el sondeo realista de entornos siempre supeditados a la doble moral del establecimiento. Una crítica a la ley, el poder, la justicia y la sociedad contemporánea, «miserables sin dientes» abriéndose camino entre la podredumbre y las esperanzas humanas.

Comparto aquí uno de aquellos cuentos finalistas del concurso en homenaje a Fonseca, incluidos en el libro que sirve de memoria a esta versión de «El Brasil de los sueños» (no sé si la publicación esté aún disponible en el Ibraco para consulta o descarga digital). Un breve cuento que escribí para entonces y que comparto hoy en medio de las vicisitudes de su muerte.

 

Fe de erratas*

 

«Después de notar que yo estaba simultáneamente feliz y lúcido, una conjunción no sólo rara sino imposible, ella también quiso sentir lo mismo, saberse cómplice de mi inconsciente infortunio».

 

Sofía me pide entonces que abra las persianas para que el sol invada por fin el rancio aire de mi oficina. Le digo que mejor se tome el resto del día, que vaya a caminar por ahí y se busque algún quehacer. Me mira con desconcierto y añade algo así como un «¿se siente usted bien?» lleno de una falsa preocupación que le noto apenas vuelve a lo suyo, recoger el desorden de hojas de diario que colman el escritorio. Le digo que nunca había estado mejor. Sin preguntármelo por segunda vez, sube las persianas y recoge la papelera. Minutos antes, Sofía entraba a mi oficina luego de gritarle por el intercomunicador. Traía el café y unas revisiones, eran las pruebas de imprenta del diario de la mañana: El Noctámbulo. Aún llevo puesto el abrigo que tomé de casa de Patricia apenas pude sortear el amplio jardín de su casa, sin siquiera ser sorprendido por dos guardias que jugaban al piedra papel y tijera junto a los alambrados del pórtico.

Siempre me ha gustado mi oficio. Siendo aún joven recogía las páginas de decesos de los periódicos y las archivaba en una carpeta. Por ello, este ir y venir por las imprentas, entre la viscosidad de las tintas agolpadas sobre el pobre cadáver del papel, me ha llevado al núcleo mismo de mi oficio, a la causa, al hecho. Hoy, por ejemplo, llevo un abrigo con olor a naftalina, el broche de la solapa está de más pero no me atrevo a tirarlo.

Miro las hojas iniciales y sus encabezados revisando faltas ortográficas y desaciertos. Muerta en extrañas circunstancias esposa del general conjunto de las fuerzas armadas. Vaya noticia, las fotos del reportero no están nada mal, hay ángulos interesantes, igual no hay forma de pedirle a un cadáver una pose perfecta. Nunca se es competente del todo en este mundo, ni siquiera estando muerto.

Releo el titular. Pobre mujer. Dos impactos de 9 mm en el cuerpo y un golpe contundente en la cabeza.  Cierro del todo las persianas mientras marco la extensión del editor de judiciales. Al otro lado de la línea, un caos de máquinas y voces entremezcladas me disuade por un momento de mis pensamientos. Alguien contesta. Sí doctor, ya mismo.

–Sí, qué puedo hacer por ti. Entiendo. ¿En verdad? Bien, justo a tiempo. Aún no se ha mandado a fotomecánica. Llámame si surge alguna otra novedad.

Cuelgo. En el altavoz de los pasillos escucho la sinfonía del nuevo mundo de Dvorak. Me tranquilizo un poco y llamo yo mismo al idiota que escribió la nota. Le corrijo.

-No es posible que no reconozca la diferencia entre un proyectil de 9 mm y un 40 G&A, la formula es mejorada. El calibre 40 brinda una densidad seccional que permite lograr un adecuado stopping-power a las velocidades normales de una pistola. Además, es mucho más seguro y contundente. El .40 G&A, aunque sea un calibre ya clásico, y así le parezca algo obsoleto para el tipo de armas cortas que se ven hoy día, ofrece mayor capacidad de penetración combinando la velocidad del 9mm con un peso de punta del .45 ACP. Cuanto mayor es el calibre, mayor es la posibilidad de impactar sobre áreas vitales. El .40, no es tan bueno en eso comparado con el .45, es ciertamente mejor que el 9mm, hablando desde el punto de vista de la densidad seccional ofrecida por cada calibre.

-Disculpe señor…

-O si no mire usted al agiotista ese que encontraron muerto el jueves pasado en la autopista. Un disparo a la cabeza desde unos cien metros de distancia. Eso es tener buen gusto para matar. Nada de tiros de gracia. Colocarlo en la mira y ya, el pobre habrá caído al suelo sin sentir siquiera el impacto. Ahí tiene usted las proezas del proyectil .40 G&A en manos de un buen tirador.

-Señor…

-Además puede atinarle fácilmente a un blanco en movimiento. Un venado, por ejemplo. No, qué digo venado, mejor aún, a cualquier desconocido. El venado es muy escurridizo y para ello es mejor un rifle de caza con un proyectil más eficaz.

Tiro el teléfono sobre el escritorio sin colocarlo en su base y cierro las persianas. Escucho una vocecilla que sale de la bocina, alguien me habla, supongo, lo levanto y sin llevármelo al oído le grito Idiota.

Perfecto, me digo en voz baja y apuro unos sorbos de café para recuperar el buen juicio. Arrojo el diario al cesto de la basura y reparo en la presencia de Sofía que permanece inmutable junto a los archivadores mientras finge buscar algún papel en las gavetas. Sin siquiera decir palabra, recoge el diario, el café y se marcha.

Al cerrar la puerta tras ella, alcanzo a ver al editor general que camina desde el final del pasillo junto a un guardia de seguridad. No, así estoy bien, les digo algo ofuscado puntualizando con los labios cada palabra como si lograran leer mis labios del otro lado del cristal. Dvorak ha dejado de sonar en los altoparlantes.

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*Una versión no muy diferente de este cuento fue publicada originalmente en el libro EL Brasil de los sueños. Homenaje a Rubem Fonseca (El Peregrino ediciones – Ibraco, 2010).

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