Viaje a Ixtlán
Carlos Castaneda
Traducción: Juan Tovar
Fondo de Cultura Económica
Bogotá, 1998
365 páginas
Síntesis de sus dos libros anteriores, Las enseñanzas de don Juan (1968) y Relatos de poder (1971), el presente título inscribe las bases de lo que serán los conceptos e instrucciones recogidos por Carlos Castaneda junto a la presencia ‘física’ del yaqui Juan Matus. Viaje a Ixtlán examina los puntos básicos de este aprendizaje, formando al iniciado en el camino del conocimiento tolteca y guiándole por una prosa colmada de complejas reflexiones sobre nuestra civilización y su sesgada noción de la realidad.
Con Viaje a Ixtlán, tercer volumen de la ‘saga Don Juan’ y fruto de la tesis que le merecerá a su autor el título doctoral en antropología de la Universidad de California (Los Ángeles), Carlos Castaneda consigue puntualizar aquellas premisas contenidas en las enseñanzas que el Yaqui Juan Matus le impartiese en su viaje iniciático como guerrero, desde su primera entrevista con el arquetípico ‘anciano sabio’ en diciembre de 1960. Se trata, en efecto, de una guía espiritual. Si Las Enseñanzas de don Juan abrieron en su momento la discusión académica alrededor de la existencia de aquel mítico yaqui perdido en algún lugar del desierto mexicano, el asunto principal sobrevivió a las posteriores polémicas en la figura del nagual, aquel término de raíz eminentemente nahualt referente a un ser humano capaz de adquirir forma animal, naualli, o al “espíritu compañero del brujo” que le guía en la oscuridad. Luego, puede verse tras sus Relatos de poder la necesidad de subrayar aquellas máximas que constituyen el leit motiv del trabajo adelantado por Castaneda junto a un yaqui ‘casi fantasmal’ que muere apenas un año después de la publicación de su tercer libro, Viaje a Ixtlán.
Castaneda, como atento aprendiz de brujería, necesitará desprenderse de aquella manía intelectiva que le mantiene elaborando sesudas interpretaciones lógicas de todo cuanto le sucede junto a don Juan, hasta llegar a descubrirse en medio de ese ‘inenarrable’ mundo indígena regido por otro sistema de realidad. Don Juan se enfrenta, por ello, a un estudiante con férreas presunciones intelectuales que le impiden ver –algo que “ocurre sólo cuando uno se cuela entre los mundos, el mundo de la gente común y el mundo de los brujos”- más allá de las “explicaciones racionales” que rigen su mundo: la realidad vista como una descripción restringida y errónea, esa “forma de ver el mundo apoyada por el consenso social” y limitada por el determinismo de la razón, esto es, el Tonal, el mundo como una descripción que no ha sido más que el producto de un contrato social que restringe nuestra visión de las cosas a un sistema de códigos, una suerte de lenguaje unilateral que no permite equívocos.
Esa ‘realidad autorizada’, el Tonal, es el punto de partida. El yaqui don Juan enseña a castaneda las tácticas para alejarle de su idea de sí mismo, aleccionándole a “borrar la historia personal”, “romper las rutinas de la vida”, “perder la autoimportancia” y “utilizar la muerte como consejera” en aras de redefinir el constructo mental que le impide acumular suficiente poder personal para emprender su viaje y librar la batalla que corresponde: el viaje a Ixtlán, que no es otra cosa que una suerte de grado como guerrero, en el que corresponde enfrentarse a esa “última batalla sobre la tierra”, parar el mundo y dejar todo atrás, como sólo un inveterado seguidor de la Toltequidad podría hacerlo. En un sentido, Castaneda acude a una prosa de aparente carácter ficcional para dar fe de una filosofía que es explicada fuera del lenguaje meramente académico, precisamente por defender un sistema de reconocimiento de la realidad que huye del raciocinio y la etiqueta del discurso, y que se expone con acierto tras los hechos que se relatan. Dicho relato se permite poetizar, se permite la enseñanza que a veces pontifica y que traduce a nuestro entendimiento aquel rara avis bastante exuberante para un investigador que ha de mostrarse reticente ante esta suerte de ‘doctrina sin doctrina’ cuya comprensión lejos está del camino nominal de las palabras.
El ejercicio propuesto en Viaje a Ixtlán para agenciarse a las herramientas necesarias en dicha travesía, se aparta en buena medida de la ingestión de plantas o el uso de las artes fantásticas –ya Castaneda revisará el tema in extenso en otro momento- apoyándose más bien en el reconocimiento de una serie de actitudes y formas de actuar en el mundo ‘real’ y cotidiano. “El arte del guerrero es equilibrar el prodigio de ser hombre con el temor de ser hombre” afirma don Juan a un inexperto aprendiz que va tomando nota de todo cuanto el chaman le muestra, en medio de una serie de indicaciones que se apoyan una y otra vez en la figura del nagual como en una suerte de tierra prometida de la brujería.
La primera parte de Viaje a Ixtlán, reúne las lecciones de don Juan encaminadas a “Parar el mundo”, obtener cierta membresía para redefinir el entorno cambiando aquella forma socialmente correcta de entender “con claridad” un mundo que se nos ha diseñado tan linealmente en la cabeza. Para el caso, el trabajo sólo tendrá fruto en la medida que el joven discípulo ‘entienda a no entender’, a no-hacer, a dejar en ‘stand-by’ ese mundo de tonal para poder desdibujarse, borrar su historia personal, ser inaccesible, tomar lo menos posible de la tierra y de los otros. El yaqui Juan Matus -asistido por sus conocimientos y un excelente sentido del humor- orienta pacientemente a Castaneda en su formación como cazador, a distinguir lo dañino de lo benéfico, a saber caminar entre fantasmas y fuerzas contrariadas que le buscan en medio de la noche, que constantemente le retan para hacerle saber que puede ser su último segundo sobre la tierra. El cazador, “libre, fluido, imprevisible”, gana su condición no por “poner trampas ni porque conoce las rutinas de su presa, sino porque él mismo no tiene rutinas”. En este punto, aquellas máximas espirituales esconderían, si no se hablara de un antropólogo a la saga de un excéntrico maestro de brujería, enseñanzas que pueden ser equiparables a una variedad algo común de decálogo de crecimiento personal. Romper las rutinas de la vida, perder la importancia y, en fin, resquebrajar esa idea de las cosas, resuma sin embargo más allá de las cuestiones simplemente vivénciales de un tonal que busca ir hacia la luz en nombre de la razón; aquí vamos, más bien, hacia el otro lado, hacia Ixtlán, hacia las sombras.
En aras de familiarizarse con la magia, don Juan da indicaciones a Castaneda para Soñar, saber acumular poder y armarse de lo necesario en su brega con aquel mundo para él desconocido. La primera fase del entrenamiento se reduce a lo concerniente a su instrucción en la cacería, practica en la que el aprendiz aún deberá conservar algo de su personalidad para llevar a cabo un “inventario estratégico” antes de entrar de lleno en el nagual, dado que su ego puede verse afectado más adelante cuando su realidad empiece a verse trastornada por su iniciación. Con el ánimo de inducir su encuentro con lo mágico, el aprendiz empieza a acercarse al nagual a través de la experiencia física, haciendo frente a disímiles fuerzas y utilizando algunas técnicas para protegerse, como el mantener el “paso firme” tras su instructor en medio de arduas correrías por el desierto. El soñar es otra de las premisas que, al igual que el bizquear –desenfocar las cosas para hallar un lugar apropiado o poder Ver aquello que irá unido al no-hacer-, mostrará al iniciado las condiciones y el punto en que deberá sostener su ultima batalla, cazar poder o aprender a parar el mundo y dejar de hacer. La muerte es el catalizador, la contraparte a ese tonal en el cual su papel no es más que el de un rotundo final. En el mundo de don Juan la muerte es la consejera, el aliado al que hay que salirle al paso: “llegar a ser ese ser, el que va a morir es el no-hacer de la persona”, y al igual que otras fuerzas que han de ser sus aliados para obtener poder, deberá conocer sus señales y aprender a domeñarlo para utilizarlo e igual se verá obligado a ser útil en la misma medida que toma de ellos:
“Un guerrero es como un pirata que no tiene escrúpulos en tomar y usar cualquier cosa que desee, sólo que el guerrero no se aflige ni se ofende cuando lo usan y lo toman a él”.
La condición final de guerrero y la posterior aceptación de los designios del espíritu sólo tienen lugar cuando el aprendiz de brujería tolteca alcanza un alto grado de familiaridad con la muerte, la herramienta más poderosa en ese camino hacia el conocimiento. Dicho conocimiento no es una prenda fácil de alcanzar y menos cuando don Juan mismo sentencia que la brujería es para pocos. La muerte es, pues, el canal para obtener poder personal, utilizar ese centímetro cúbico de oportunidad del cual se hace consciente sólo al comprender que cualquier momento de su vida puede ser el último.
Estas lecciones, tal y como reza el subtitulo del libro, llevan a un Castaneda algo experimentado en las artes del guerrero, y habiendo hecho una especie de trato con su muerte, a enfrentarse a un adversario adecuado para su nivel. Su encuentro con la Catalina, el “adversario que vale la pena”, parece ser el cierre propicio de la primera parte de su instrucción, aquella que habrá de poner en práctica en la siguiente fase de su proceso, el viaje que cierra el libro. Don Genaro, brujo mazateco que le guiara junto a don Juan en su empresa final, introduce al ya catequizado antropólogo en los usos del poder, en el nagual propiamente dicho y en el anillo de poder del brujo. La voluntad es inherente al mundo del nagual y sólo un guerrero que está presto a parar el mundo entenderá las señales que la magia le pone en el camino. Castaneda se enfrenta al final de su instrucción, ha tenido un encuentro con la magia y deberá seguir esos designios para emprender su viaje como brujo-coyote, no hacia Ixtlán, sino hacia casa, “sabiendo que nunca llegará, sabiendo que ningún poder sobre la tierra, así sea su misma muerte, lo conducirá al sitio, las cosas, la gente que amaba”.