Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Un relato de José María Ruiz Palacio

No es la primera ni será la última vez que le cedo este espacio a una de mis amistades para que publique un texto de su autoría. Lo hago por puro egoismo, para que mi blog mejore su nivel.

Hoy quiero ofrecerles un breve relato de mi amigo y compinche en Twitter, José María Ruiz Palacio, poeta y tuitero (@josetenene) antioqueño. El cual, según él mismo cuenta, nació «como era de esperarse, en una fría y lluviosa noche de Octubre de 1951, en La Vereda La Miel, del Municipio de Caldas, más conocido como Cielorroto». Su relato me lo envió hace un par de días y mi reacción automática y espontánea fue pedirle permiso para publicarlo acá. Y como es un alma de Dios, me concedió el permiso y eso salen ustedes ganando. Voilá!

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Dedicatoria : Observo desde la ventana el trascurrir de los acontecimientos que conforman la historia y veo que poco a poco va aumentando el rumor que se genera al paso del rebaño de los herederos del Galileo, guiado hasta hace poco por un Pastor Alemán y ahora en manos de un controvertido individuo contratado para la labor pastoril en el sur, muy al sur, del continente americano, e hijo de una congregación a la que alguna vez se le llamó «el brazo armado» de la Iglesia Católica. Y el rumor aumenta. Ya es casi algarabía a la que se suman ovejas montaraces, hijas de otras fugadas a la sombra de los ataques del lobo feroz de la conciencia crítica y que ahora consideran al nuevo Pastor venido de la Pampa como su salvador. Y crece la fábula que un día será mito y después milagro por obra y gracia de las sombras y consejas que aumentan y distorsionan las realidades cuando el sol cae sobre ellas al atardecer de los tiempos, tal y como sucede con muchos de los que entre el rebaño han sucedido y que hará correr la misma suerte a relatos como este :

La Virgen del Acueduto

Corrían brumosos por las calles, caminos y veredas del municipio de Cielorroto los años 90s. La vida de la familia Macías Pajas, como la de cualquiera otra del lluvioso rincón de ese valle verde, verde y frío, frío que era Cielorroto, era tranquila, sin sobresaltos.

Entre las costumbres muy propias de tierra fría, era el que los Macías Pajas, como casi todos los habitantes de ese pueblito, se bañaran nada más cuando hacía sol, a excepción del niño de la casa, Johan Esneider, que lo hacía a diario, muy de madrugada, en los charcos de la quebrada “la Valeria” un poco más arriba de la boca toma del acueducto. Decía el niño que él no sentía frío, porque una señora muy bonita, hacía brotar de una piedra grande un chorrito de agua tibia con la que se bañaba.

De boca en boca, la versión del niño se convirtió en comidilla del barrio y aunque muchos no creían, algunos imbuidos de un raro misticismo, se encargaron de hacer conocer entre quienes quisieran escuchar el supuesto milagro.

El rumor fue creciendo; igual Johan Esneider. Ahora ya venían inclusive de los barrios vecinos y hasta alguien de otro pueblo a presenciar el milagro del agua tibia, pero no. Nunca nadie pudo ver a la bonita señora y muchos menos meter por lo menos los dedos en agua tibia…Pero así y todo, la gente ya hablaba de la misteriosa señora, como de una virgen; una manifestación de la naturaleza o de algún dios que la ponía ahí, para que nada más Johan Esneider pudiera bañarse a diario.

Y sucedió que la costumbre de volver verdades los rumores sin comprobar, fue generando una romería de caminantes, peregrinos, que propalaron de boca en boca el mensaje y ahora ya se habla con propiedad en toda la región, de una virgen que hace brotar agua tibia de una piedra y ya muchos de ellos aseguran que sí, que el agua de la piedra es tibia y aunque nunca nadie, a excepción de Johan Esneider, ha visto a la bonita señora, a la que  ahora llaman la “virgen del acueduto”, todos saben de lo milagrosa que es y alaban las propiedades curativas de las aguas de la quebrada “La Valeria”

Un devoto, que jura le ha curado una caspa crónica, nada más por lavarse la cabeza con agua de la tal quebrada, le construyó un oratorio con chorrito incluido, que permanece iluminado con veladoras y engalanado con placas conmemorativas de supuestos milagros.

Hoy Johan Esneider como buen negociante, tiene un caspete bien surtido junto al oratorio, en el que ofrece a visitantes y peregrinos, frasquitos con aguas que curan diferentes dolencias y muchas otras vainas, mientras recuerda con cariño a la vecina de arriba de la toma del  acueducto, que le tibiaba agüita para bañarse, mientras él le mantenía calienticas las cobijas, a las que regresaban juntos después del lavatorio matutino. El puesto de comidas, lo administra su hijo, que parece de su misma edad. ¡Milagros de las agüitas curativas de “La Valeria”! Dice él.

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