Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Un cuento de Alejandro Arcila

Reincido en la presentación de textos de amigos míos que vienen a enriquecer y a elevar el nivel de este blog. Hoy se trata de un cuento de un talentoso joven colombiano, Alejandro Arcila, cuya cuenta en Twitter, @alercilo, les puede deparar simpatiquísimas sorpresas.

Este cuento forma parte de un volumen en gestación, el cual espera concluir en el 2015  y que en principio se titulará Los cuentos rurales, pues, como Alejandro dice, “si existe el cuento urbano, tiene que existir el cuento rural”. Y aquí está el cuento :

El regalo

Entonces se oyó un ruido tremendo en la cocina. El viejo  había descargado el armatoste en el mesón de madera  y los hijos se precipitaron a observar con curiosidad el aparato que esperaban desde hacía tiempo. Al viejo se le asomó una sonrisita burlona por debajo del bigote y a la mujer se le iluminaron los ojos.

El menor de todos los hijos, que apenas estaba aprendiendo a leer, se fijó en la plaquita de metal dorado, leyó en voz alta “SIN-GER-SINGER-A-A-nueve-tres-dos-tres-nueve-cero” y levantó los ojos al padre que todavía se reía en silencio:

− ¿Qué es, papá?

El padre, presa de una felicidad exaltada le respondió:  – ¡Una máquina de coser! – y soltó una carcajada.

− ¿Y para qué sirve? – preguntó inquieto el pequeño.

–Pues para coser – respondió secamente  uno de sus hermanos mayores – ¿para qué más va a ser?

Y la pregunta se fue diluyendo en un pesado silencio.

La mujer se acercó a su marido y lo abrazó, las lágrimas estaban a punto de llegar y sin embargo ella quería contenerlas, “¡una máquina de coser!” pensaba y no daba crédito todavía a lo que sus ojos veían, había deseado mucho tener una máquina de coser y ahora que la tenía enfrente sentía que sus piernas no iban a resistir mucho tiempo la emoción. Por fin dijo: “¡Una máquina de coser!, ¡y está tan bonita!, tiene unas flores pintadas, se pueden hacer muchas cosas con una máquina de coser”

El niño más pequeño se acercó a su madre, la abrazó por las piernas y se puso a llorar sin saber muy bien si lloraba de la emoción o por lo que había dicho su hermano. Todos se quedaron absortos mirando la máquina; ninguno sabía cómo funcionaba, ni siquiera la mujer. Sonriente, el hombre salió de la cocina y se puso a fumar su pipa.

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