Transcribo de nuevo una anotación museal en mi diario, esta vez se trata del Tropenmuseum [Museo de los Trópicos] en Ámsterdam, seguida su visita de unas reflexiones sobre el Mal.
27.7.2005, Ámsterdam
Nos despertamos y llueve. Desayunamos y llueve. Salimos a la calle y llueve. Día que ni hecho de encargo para visitar museos, y además, desde el último viaje a Á’dam nos habíamos prometido regresar al Tropenmuseum, al museo de los trópicos, cuya visita debimos interrumpir entonces (2002) justamente cuando llegamos a las salas latinoamericanas y caribes, en el tercer piso.
Tropenmuseum. Al comprar las entradas nos regalan a cada uno, en el mostrador, una piedrita contra la mala suerte: en el primer piso está expuesta en estos momentos una amplia muestra dedicada nada menos que al Mal, el que se escribe con mayúscula. Me prometo verla, amparado por mi piedrita, pero ahora le toca el turno a otros males. Este museo fue, en un principio, el de las colonias neerlandesas en Ultramar, algo así como el de América en Madrid, pero entretanto se ha convertido en algo distinto, en algo así como el museo de lo que (sin cosechar reproches por la incorrección política) se llama universalmente Tercer Mundo.
Es algo extraordinario, como documento de un expolio pero también de un síndrome coleccionista: no sé, en último término me asalta la duda de si un museo como éste no sería en sus comienzos el Ersatz “civilizado” de los recibimientos triunfales que los romanos tributaban a sus generales vencedores de los bárbaros. Sea como fuere, la plétora de material de primera, primerísima calidad, casi anula la reflexión.
Esta vez nos concentramos en América Latina y el Caribe. En la salita de entrada, en un cuartito dedicado a „los héroes”, fotos y documentos de El Santo, Gardel, Che Guevara, Emiliano Zapata, Pancho Villa, Pedro Infante, Pelé… Hay un tablero que puede activarse para poner en el monitor documentos audiovisuales. Oigo a Gardel cantar lo de “todo, todo se ilumira” (esa n gardeliana vocalizada como r que es toda una marca de fábrica). Veo los cuatro campeonatos mundiales de fútbol ganados por Brasil hasta 1994. Reveo el gol de Metadona con la mano, en México 1986, contra los ingleses: vuelvo a despreciar el fraude. Y una vez más Evita, de un carisma que a su lado Madonna parece la sirvienta de Mata Hari. En ese mismo vestíbulo hay un quiosco de prensa, y un altar de santos y yo qué sé cuántas cosas más.
Yendo adelante, un segmento dedicado a la Guadalupana, que no me dice ni la mitad que Yemanjá, mi diosa. Un panel, luego, con lupas de aumento que permiten visualizar las filigranas exquisitas de las pulgas vestidas, esas figuras esculpidas en las cabezas de los palillos escarbadientes: unos prodigios de artesanía. En cambio las vasijas antropomórficas de Chancay despiertan la impresión de que los indígenas de esa etnia fueron víctimas premonitorias de la talidomida. Me asombra, por otra parte, que un museo que invierte el dinero y la dedicación que éste, se permita deslices como hablar en algún audio de Franchesco de Orellana, con pronunciación italiana del nombre Francisco, o rotule algunas imágenes marianas como siendo de Nuestra Signora. Me impresiona mucho más adelante el espacio dedicado a la presencia neerlandesa en el Caribe, especialmente en Curaçao, donde descubro la presencia de judíos sefardíes que llegaron allá escapando literalmente de la quema inquisistorial española. Oigo testimonios al respecto, en ese curioso híbrido que es el papiamento.
Una experiencia la de esta visita que pienso repetir pronto, con centros de gravedad para detenerme ahora que ya sé dónde se ubican sus tesoros. Camino de la exposición dedicada al Mal paso por las salas dedicadas al Islam, que ya conocía de la vez pasada, pero en aquella ocasión se me pasó por alto un panel audiovisual dedicado a cinco inventos árabes que hemos asumido al 100% en Occidente: el cuadrante, la brújula, las cerraduras de las puertas, la retorta y la granada de mano. Sí, las primeras las fabricaron los sirios y las usaron contra los cruzados, haciendo una mezcla de azufre, grasa, aceite y nitatro, que embutían en unos recipientes de cerámica donde insertaban una mecha a la cual prendían fuego.
Concluyo la visita al museo con una mirada fugaz a la exposición cuyo protagonista es el Mal. ¿Seguro? ¿no será más bien la superstición? He visto allí cientos de referencias a la serpiente inductora del pecado original y hasta a los personajes malvados de las últimas películas basadas en Tolkien & Co., es decir, todo lo que es el Mal como literatura (y hasta la mala literatura), pero no he visto en la muestra una sola referencia al Mal en la realidad, es decir, por ejemplo, Hitler, y esa ausencia, en una muestra dedicada al Mal, es de veras grave.
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