Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Todo el año es Carnaval

En esta ciudad de Colonia en la que sobrevivo, y en la que he perdido muchas horas de mi vida por culpa de la impuntualidad y la ineficacia de sus servicios de transportes públicos, en esta antigua colonia romana, sus habitantes suelen decir que el año se compone no de cuatro sino de cinco estaciones: Primavera, Verano, Otoño, Inviernoy Carnaval. Y la estación que ellos llaman Carnaval se inicia todos los años el día 11 del mes 11, a las 11 horas y 11 minutos, con una puntualidad y una eficacia que ya la quisieran los autobuses y tranvías de su maldita compañía de transportes públicos, y concluye unos tres meses después, ese día que los calendarios conocen como Miércoles de Ceniza.

Y aunque desde luego debe decirse que los carnavaleros están el resto del año pensando en sus bromas y en sus disfraces y en sus desfiles, lo cierto es que la llegada del 11 del 11 a las 11 y 11 dispara unos mecanismos que alcanzan su máxima potencia el Jueves de Comadres, es decir, el jueves anterior al Domingo de Carnaval, cuando las mujeres se adueñan del ayuntamiento de la ciudad y el alcalde les hace entrega simbólica, por 24 horas, del poder municipal.

Ese Jueves de Comadres será pasado mañana, y desde pasado mañana hasta el próximo miércoles la ciudad se vuelve otra. La vecina linda pero altanera que no nos saluda nunca en la parada del autobús, en estos días, disfrazada de payaso y con una nariz rojísima de cartón piedra, no sólo nos saluda sino que hasta puede que nos estampe un beso en la mejilla helada por el frío. El tinterillo que siempre tiene algo que rezongar cuando le presentamos algún papel en el puente levadizo de su fortaleza administrativa (me refiero a la ventanilla detrás de la cual dizque trabaja), en estos días se ha disfrazado de pirata y nos guiña alegre el único ojo que lleva visible (el otro lo oculta bajo un parche), y en esa momentánea ceguera es capaz de sellar y firmar cualquier documento que le pongamos delante. Al redactor jefe de una emisora lo vemos casi sin reconocerlo bajo las plumas de su diadema de jefe piel roja y muchos de sus subordinados se pierden por ese momento de estupor la irreversible oportunidad de pedirle un aumento de sueldo, que en estos días al menos es seguro que sí la prometería, aunque luego no la cumpliese. Y esa camarera que jamás ha logrado fingir una sonrisa cuando le hemos dado las gracias por habernos traído el café que le pedimos hace media hora, en estos días, protegida de la mala educación y la escasa voluntad de servicio gracias a su indumentaria de Madame Pompadour, hasta sería capaz de sonreírnos de a deveras.

Y podría multiplicar los ejemplos ad libitum y ad nauseam, pero creo que basta con ellos para hacer la más elemental de las reflexiones. A saber: Que si para que se comporten como seres humanos normales y corrientes es necesario que se disfracen, entonces, a decir verdad, el verdadero Carnaval tiene lugar en realidad durante el resto del año; el Carnaval es, pues, el resto del año que pasan disfrazados de cavernícolas incorregibles.

De una muy buena y joven periodista alemana, y que a pesar de serlo se llama nada menos que Karin Ceballos Betancur, leí años ha un reportaje sobre lo que bautizó como «la Metromorfosis de Medellín», y allí contaba el chiste que corre por Colombia acerca de por qué los habitantes de la metrópolis antioqueña llevan siempre un pañuelo en el bolsillo: «Para limpiar su Metro», dicen que es la respuesta al acertijo.

Aplicándolo al caso clínico, casi patológico, que les estoy describiendo en esta post, uno podría preguntarse por qué los habitantes de Colonia guardan escondida su simpatía en un rincón tan oculto de sus almas. Debe ser para poderla derrochar alegremente en los disipados días de Carnestolendas. Yo no sé qué les parecerá a ustedes, pero desde el punto de vista de la convivencia humana tal vez fuese mejor que saliese un edicto del alcalde de la ciudad proclamando que todo el año es Carnaval. Sólo que para ello, claro está, me dirán ustedes con muchísima razón, debería empezar por sacarse su disfraz. Y no les digo cuál de los dos, para que echen a funcionar sus pequeñas células grises.

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