Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

«El Seco»: un español a secas

El año 1999 nos trajo, al calor de la Feria del Libro de Francfort, una de las obras más esperadas de la lexicografía en lengua castellana: les hablo del Diccionario del español actual, dos gruesos volúmenes con un total de 4.638 páginas y al que ya se lo conoce popularmente como «el Seco»hasta donde es posible que a un diccionario se lo conozca popularmente. Pero como «El Seco» se lo conoce ya, sí, consagrando así el nombre del director del proyecto, don Manuel Seco, de la Real Academia Española.

Es el mismo caso de cuando se habla de “el Moliner”, para referirse al Diccionario de doña María Moliner, o de la Enciclopedia Espasa, o la Larousse, bien que estos dos últimos casos, cuando hoy en día hablamos de «la Larousse» o «el Espasa», le estamos rindiendo pleitesía a las heroicas editoriales que emprendieron tales tareas de titanes.

Por lo que se refiere a «el Seco», se trata de un diccionario de nueva planta, en el que todas las palabras que constan en él, además de describirse, quedan certificadas en base a una sólida y también amena documentación extraída de los libros (no sólo literarios) y las publicaciones periódicas de los últimos cincuenta años. De los últimos cincuenta años en España.

Conviene añadir esta aclaración porque no sé que se haya hecho, exprofesamente, en ninguna de las amplias reseñas que la prensa peninsular le ha dedicado a tan magna obra. Y conste que no lo digo, lo de «tan magna obra» con ninguna ironía, antes al contrario, he sido uno de sus primeros compradores y soy uno de sus más fervientes entusiastas de “el Seco”.

Pero tiene que quedar claro, para todos aquellos de mis lectores latinoamericanos que se interesen alguna vez por poseerla, y no es precisamente barata, que los colombianos, sin ir más lejos, no van a encontrar en ella la palabra «tinto», ni los ecuatorianos la palabra «esperma», ni los mexicanos la palabra «materialista», con los respectivos significados que tienen en esos países. Eso para poner nada más que tres ejemplos.

Ahora bien: lo que sí me sorprende un poco–mucho es que don Manuel Seco, en sus palabras introductorias al volumen, y a pesar del homenaje explícito que tributa «al genial Rufino José Cuervo» (así lo nombra en la quinta línea de su preámbulo, y es el primer nombre propio que cita en ese texto) a pesar de ello, digo, no dedica ni una sola línea a precisar el hecho de que el diccionario ignora desde el vamos la existencia de varios millones de personas que también tienen el español como idioma materno. Es más: para no decir, ni siquiera dice que el genial Rufino José Cuervo era colombiano con lo cual, teniendo en cuenta el nivel de cultura general que hoy se estila en la Madre Patria, ese genial Rufino José Cuervo de don Manuel Seco puede quedar en la mente del lector peninsular como un filólogo asturiano, andaluz o leonés. Sin ir más lejos.

Es triste constatarlo porque, como digo y repito, «el Seco» es un gran diccionario, es una obra magna, es un hito en la lexicografía en lengua castellana. Pero no es ni lo puede ser, ni más ni menos, este Seco, que un español a secas.

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