Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Mutis y el Premio Cervantes

En las antevísperas de la entrega del Premio Cervantes, el día 23, a Eduardo Mendoza, y a quince años de distancia, quiero recuperar la crónica que envié a HJCK en las antevísperas de la entrega del mismo Premio a Álvaro Mutis. Conté en ella lo siguiente :

En el otoño de 1986 me desplacé a Hamburgo, para informar acerca de un congreso de escritores españoles, portugueses, brasileños e hispanoamericanos. Hasta me tocó conducir una lectura literaria seguida de diálogo con los autores, y en la que participaba, entre otros, uno de mis colombianos más queridos: Luis Fayad.

Pues bien: a los dos o tres días llegaron los poetas, los últimos invitados al magno congreso, y el Senado de Hamburgo puso a disposición del mismo su aristocrática barcaza para que todos los participantes en el evento hiciéramos una excursión por el puerto hanseático. Por cierto que Antonio Skármeta, el novelista chileno, viendo zarpar desde ella a uno de los ferries que conectan el Elba con el Támesis, y que lucía en su popa el nombre HAMLET, comentó: «Parte con rumbo incierto».

Entre los que se rieron estuvo un hombre cuya pinta me era familiar desde mucho tiempo atrás a través de una pródiga iconografía, pero mi respeto y mi timidez tan grandes me inhibían de acercarme a él y presentarme. Providencialmente, a los pocos minutos empezó a llover y se produjo la más cobarde de las estampidas: ¡todo el mundo corrió a refugiarse bajo techado!, todos menos quien les cuenta, protegido por su boina vasca, y el hombre que les digo, impertérrito bajo su gorra de lobo de mar. ¡Ay, Maqroll!, pensé, ahora sí que no te escapas.

Y me acerqué a él y le propiné la más que superflua pregunta «¿No es usted Álvaro Mutis?». Cordialmente me contestó que sí, le expliqué que era periodista español residente en Alemania y que quisiera hacerle una entrevista, y a su vez me preguntó: «¿Usted vive aquí, en Hamburgo?» «No, en Colonia», le dije, añadiendo tras una pausa que era el segundo Álvaro colombiano que conocía, y que el otro se apellidaba Castaño Castillo. «¡A ver!», exclamó Maqroll, echando mano a su cartera, «el doctor es muy amigo mío, y cuando supo que venía a Alemania, y que voy a ir a recitar a Colonia, me dijo que al llegar allí no dejase de llamar a«, desdobló un papelito y leyó un nombre: el mío. «Soy yo», le dije.

Y desde ese instante nos volvimos inseparables para todos los días de Hamburgo y para todos los que han seguido luego, a lo largo de los muchos años, en Colonia, París, Fráncfort, Madrid, Bad Ems, Huelvay lo que venga. Y aparte de todo el cariño que nos tenemos, hay algo que mi esposa y yo nunca les vamos a poder pagar a él y a Carmen: que salvaran de la desesperación a nuestra hija menor, Montserrat, cuando la  pobre capituló con armas y bagajes ante el monstruo llamado «defe», que es como los chilangos (los habitantes del DF, o Distrito Federal) llaman a Ciudad de México.

Ahora, dentro de cuatro días, Álvaro Mutis será distinguido más que merecidamente con el más preciado galardón de la lengua castellana, completando así una terna que no posee nadie: porque al Cervantes que le entregará el rey hay que añadir el Reina Sofía que le llegó de manos de la reina, y el Príncipe de Asturias, que recibió del heredero de la corona. Para alguien que se confiesa monárquico debe ser algo muy especial este trío de reyes conseguido en el azaroso póker de los premios literarios.

Yo estaré ese día muy cerca de Alcalá de Henares, patria chica de Cervantes y escenario de la entrega del premio que lleva el nombre del príncipe de los ingenios españoles. Tan cerca que estaré en Madrid, pero no asistiré a dicha ceremonia, porque en ella concurren dos instituciones que no me son nada simpáticas: la monarquía y la tuna, es decir, una de esas bandas musicales callejeras universitarias, con sus capas y sus cintajos, sus bandurrias y sus guitarras, y sus eternas y monótonas interpretaciones de temas tales como “Clavelitos”, canción horrenda donde las haya.

Recuerdo una noche cenando con Álvaro y Carmen, y con el director de cine colombiano Francisco Norden y su esposa, en un restaurante madrileño. Mutis estaba sentado con la espalda contra la pared y de frente a la puerta de entrada. De repente se puso pálido y manoteó veloz buscando su cartera, extrajo un billete de alto tonelaje y me dijo con angustia: «Baden Powell» (que es como siempre me llama), «dales esto y diles que se vayan sin tocar una sola nota». Me volví a mirar cuál era la causa de su terror y vi que era la tuna que penetraba en el restaurante. Por supuesto, no nos libramos: tuvimos que aguantar su concierto.

Como tendrá que soportar el pobre Álvaro, dentro de cuatro días, en Alcalá de Henares, ese que tradicionalmente le dedican los tunos al Premio Cervantes, además de que lo hacen cantar al desgraciado de turno. Para que ustedes sepan (y teman) lo que es el peso de la púrpura.

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