Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Mis Premios Nobel

Se acerca una vez más la entrega de los Premios Nobel: será el viernes 10 de diciembre, aniversario de la muerte del inventor de la dinamita, un tal Alfred Nobel, sueco. Y de unos años acá, cada vez que se acerca esta fecha, pienso que la verdad es que en materia de Premios Nobel la vida me ha tratado generosamente. He tenido la suerte de conocer a muchos y entrevistarlos a casi todos.

Mejor dicho: entre los iberoamericanos, y exceptuando a Miguel Angel Asturias y a Gabriel García Márquez –a quienes me presentaron en la Feria del Libro de Francfort  de 1970 y con quienes luego me encontré en Colonia–, los he entrevistado a todos ellos. Tanto a Camilo José Cela como a Octavio Paz y a Mario Vargas Llosa, y asimismo a José Saramago, quien siempre repetía que yo era el único español que pronunciaba correctamente su nombre, con fonética portuguesa: Yosé.

Y un Premio Nobel a quien me hubiese gustado conocer, aunque no sé si entrevistar, es a mi paisano Juan Ramón Jiménez, cuya casa natal está al otro lado del río que se veía (ahora no: hay rascacielos de por medio, que ocultan la visión) desde la azotea de la casa donde nací. Me consuelo con un verso mal citado del maestro Mutis: «No se puede tener todo».

Con Gabo me he encontrado luego varias veces más, en total cuatro: la primera en Estocolmo, durante los días felices de la entrega de su Nobel, en 1982; la segunda en París, en su café habitual del boulevard de Montparnasse, y con la compañía de amistad bicéfala del doctor Castaño Castillo; la tercera en Aquisgrán, en ocasión del Premio Carlomagno a un político español llamado Felipe González; y la cuarta de nuevo en París, un par de días después, en el boulevard Raspail, cuando lo tropezamos de repente casi en la esquina de la rue Stanislas y nos presentó a la persona con quien deambulaba, nadie menos que otro de mis ídolos, el director de cine grecofrancés Costa-Gavras.

Pero volviendo al Nobel: también entrevisté a dos de los alemanes, a Heinrich Böll y a Günter Grass, y con este incluso he convivido una semana en San Lorenzo de El Escorial, dirigiendo yo con su traductor, Miguel Sáenz, un curso de verano de la Universidad Complutense dedicado a la obra del autor de Un tambor de hojalata.

Pero no sólo entrevisté a los Nobel de Literatura, que sería lo mío: también a Biro Andras, el húngaro Premio Nobel alternativo de 1995, a quien conocí el año 1989 en la residencia del entonces embajador nicaragüense en Budapest, ese gran narrador que era Lizandro Chávez Alfaro.

Y de yapa he entrevistado a seis Premios Nobel de la Paz. Por teléfono, al mexicano Alfonso García Robles; al argentino Adolfo Pérez Esquivel; a la guatemalteca Rigoberta Menchú; al costarricense Oscar Arias, y a los dos timorenses orientales que lo obtuvieron en 1996: el obispo Belo, por teléfono desde Colonia a Dili, la capital de Timor Oriental, y José Ramos Horta, por teléfono desde Colonia a Nueva York, a Sydney y a Lisboa, e incluso en mi propia emisora, la Radio Deutsche Welle, cuando nos visitó en 1999.

«Contad sin son catorce, y es soneto», como dice Lope de Vega al final del famoso «Un soneto me manda hacer Violante / y en mi vida me he visto en tal aprieto». Pero yo no he llegado sino a treceaunque, eso sí, he tenido que ser dos veces Premio Nobel, lo que completaría un soneto con estrambote. Pero de ello mejor les cuento la semana próxima.

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