Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Galende, un insulto inédito

Se lo crean ustedes o no, estoy bastante seguro de que en alguna vida anterior he sido el arquero del primer equipo de fútbol que hubo en España, el Real Club Recreativo de Huelva, la ciudad donde me trajeron a este mundo cada vez más ancho y más CNN.

El Recre, como familiarmente lo llamamos en nuestra ciudad, fue fundado por ingleses nada nada menos que el 23 de diciembre de 1889, por lo cual es el decano de los clubs españoles, anterior en nueve años al Athletic de Bilbao (fundado en 1898), en diez al Barça (1899) y en trece al Real Madrid (1802). Pero a ello debe añadirse que el fútbol como tal, todavía no organizado en clubs, comenzó a jugarse en España también en Huelva, en 1874.

El centenario de esa fecha se festejó en Huelva, y conservo el cartel, con fútbol desde las 2:30 pm hasta bien entrada la noche del 13 de diciembre de 1974. Fueron cuatro encuentros de los que destacaré el primero, dedicado a la nostalgia, entre los aficionados del Riotinto y el Recreativo, y el tercero, dedicado a subrayar la histórica vinculación del fútbol español, y sobre todo el de Huelva y su club decano, con el fútbol inglés; se enfrentaron en ese encuentro el Recreativo de Huelva y el Stoke City, de la Premier League. Reforzado con jugadores del Barça, el Español y el Levante, nuestro Recre ganó por 2:0. Como nota curiosa añadiré que durante los cuatro partidos (tres de ellos amistosos) los árbitros –sin ser galendes (ver más abajo)– se vieron obligados a sacar ¡¡¡ocho tarjetas rojas!!!

Todo esto valga como introducción a un acercamiento al tema de los insultos en los estadios, que por regla general suelen dirigirse inapelablemente a un señor vestido de negro y al que según las latitudes lo llaman árbitro, referee o juez de la contienda.

Sospecho que no hay uno solo de ellos, en todo el mundo, a quien aunque sólo sea una sola vez no le han gritado en el estadio que su madre ejerció o continúa ejerciendo la dizque profesión más antigua del mundo. Pero también sospecho que los árbitros nacen genéticamente inmunes al insulto, gracias a un proceso que dura ya bastantes años y los debe haber acorazado acústica y mentalmente contra las mentadas de madre y demás lindezas que prorrumpe el público cuando no pita a su gusto.

En cualquier caso, no creo que haya habido jamás en toda la historia del fútbol un árbitro más insultado que un tal Galende, quien condujo un partido en el viejo campo del Velódromo, de Huelva, a mediados de los años 50, entre el Recreativo de Huelva y el Atlético Baleares. En aquél encuentro, nuestro querido “Recre”, se lo jugaba todo: si ganaba, ascendería de Tercera a Segunda División. Pero tan sólo si vencía; el empate no bastaba.

Ya se imaginan ustedes lo que era aquella tarde el viejo campo del Velódromo. Bullía, hervía, rugía. Y mucho más empezó a bullir, hervir y rugir cuando el público comprobó que el tal Galende no estaba dispuesto a permitir que nuestro querido “Recre” ascendiese de categoría en el fútbol nacional. Allí fue Troya. El huracán de insultos barrió todo el espectro del idioma y de las genealogías presentes, pasadas y futuras de la familia Galende, con préstamos tomados a todos los matices coprológicos, escatológicos y napolitanos de la lengua de Cervantes.

Hasta que el propio público, de manera subconsciente y unánime, se unió en un solo grito que quintaesenciaba todos los insultos del planeta y hasta del sistema solar y de varias galaxias a la redonda. El grito fue: «¡¡¡Ga–len–de Ga–len–deGa–len–de Ga–len–de Ga–len–deGa–len–de!!!» En el apellido del árbitro se resumió de una vez y para siempre el diccionario completo y exhaustivo del insulto en lengua española.

El Recreativo no ascendió aquella temporada, pero Galende quedó como el insulto/compendio de todos los insultos en Huelva, aunque los árbitros que a lo largo de los años sucedieron a  Galende seguramente no se sentían insultados al oirlo; pensarían que el público reclamaba la presencia de algún jugador a quien el entrenador local mantenía en el banquillo de los reservas.

Una llamada a mi amigo Joselito en Huelva, antes de escribir esta columna, me permite confirmar que los viejos del lugar, más de medio siglo después, continúan usando el insulto. Pobre Galende, vean ustedes qué porción de inmortalidad le fue a tocar en suerte. O mejor dicho: en malísima suerte.

**************************************************************

Comentarios