Uno de los libros más golosamente leídos por mí en lo que va de siglo se titula E = mc². Una biografía de la más famosa ecuación del mundo. Su autor, el del libro, no el de la ecuación, es el estadounidense David Bodanis, tan inteligente que reside en la Gran Bretaña.
[Ya saben ustedes lo que dijo Oscar Wilde cuando le preguntaron en la aduana de Nueva York si tenía algo que declarar: «Sí,» contestó: «mi talento». Con lo cual dejaba en claro que el talento, en Estados Unidos, era para él un producto de importación].
Todos ustedes saben que el genio de Einstein formuló esa ecuación en 1905, estableciendo que la energía (E) es igual a la masa (m) multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz (c²).
David Bodanis nos cuenta en su libro la historia de la gestación de la teoría de la relatividad y de los conceptos que la componen. Desde la energía, concebida como tal por el físico inglés Michael Faraday, hasta la velocidad de la luz, medida por vez primera en 1675 por el astrónomo danés Olaus Rømer. Dicho sea de paso, la c que designa a esa velocidad viene del latín: de celeritas, celeridad en castellano.
Y al contarnos Bodanis la historia de la ecuación nos está contando al mismo tiempo la historia de la física nuclear y de la bomba atómica, pero también la del universo y dentro de ella la del planeta azul en el que vivimos mientras haya energía solar que lo caliente y mientras no sea tan grande el agujero de ozono que esa misma energía termine por achicharrarnos.
Por supuesto que este libro es mejor leerlo teniendo unos mínimos conocimientos de conceptos elementales de la física y la química, pero yo diría que incluso sin ellos resulta apasionante. También por las servidumbres humanas que pone al descubierto.
Por ejemplo, el ninguneo histórico de tres mujeres cuyos trabajos fueron esenciales para el progreso en esta materia específica: la francesa Emilie du Châtelet (una aristócrata apasionada por la investigación científica, además de amante y compañera de trabajos de nadie menos que Voltaire), y junto a Madame du Châtelet, lejana ya en el tiempo, dos contemporáneas: la austríaca Lise Meitner (a quien en realidad corresponden la gloria de que disfruta y el Premio Nobel que recibió Otto Hahn) y la inglesa Cecilia Helena Payne-Gaposchkin, la primera en descifrar la composición química del sol.
Este libro también nos muestra al desnudo el entusiasmo nazi de científicos alemanes como Geiger (el inventor de los contadores radioactivos que llevan su nombre) y Heisenberg, que siempre se vanaglorió de haber podido inventar la bomba atómica antes que Oppenheimer en el desierto de Nevada, pero que no lo hizo para no ponerla en manos de Hitler: una mentira que hizo circular para salvar su prestigio, después de perdida la guerra, sin saber que los ingleses habían grabado ocultamente todas las conversaciones que mantuvo mientras estuvo internado…y que demuestran todo lo contrario.
Claro está que Heisenberg, una vez ya inventada la bomba atómica, no podía aspirar a la suerte del criminal de guerra von Braun, llevado con todos los honores a los Estados Unidos para que allí desarrollara sus proyectos balísticos: los mismos que había ensayado durante la guerra haciendo bombardear Londres con los mortíferos cohetes V1 y V2: para quienes no sepan alemán, esa V es la inicial de Vergeltung, que significa –fundamentalmente– venganza.
Pero en fin, no nos desviemos del tema. Este libro de David Bodanis es una de las lecturas más atrayentes que pueden proponerse a quienes aspiren a conocer cómo funciona el mundo de los científicos y cómo lo manejan los políticos para sus fines.
Nota bene : Desde el 2005 existe una edición en el idioma de don Santiago Ramón y Cajal y de Severo Ochoa, de Mario Molina y de Bernardo Alberto Houssay.
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