Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Antología de páginas inolvidables (25) : Esperanza Ortega

Continúo con mi antología de páginas inolvidables como las que ya les ofrecí de Liv Ullmann, Jorge Amado, Marcos Ana, José López Rubio, Juan Ramón Jiménez, Gottfried Benn, Luigi Pirandello, Rainer Maria Rilke, Álvaro Mutis, Arthur Miller y el poeta neerlandés J. B. Charles (seudónimo de Willem Hendrik Nagel), así como William Somerset Maugham, Tomás Segovia,  Franz Kafka, Oscar Wilde, la gran poeta costarricense Eunice Odio, la mayor poeta en lengua alemana de todos los tiempos, Else Lasker–Schüler, y asimismo Sor Juana Inés de la Cruz, la monja mexicana cuya obra es una de las cimas de la poesía en lengua castellana, y el Premio Nobel alemán Heinrich Böll. Completó la veintena Gabriela Mistral y vinieron luego la impar Jane Austen, y como resultado de un lapsus mío (auspiciado por la pésima programación de una página web que consulté) la estupenda poeta madrileña Belén Reyes, con su sentido homenaje a la inolvidable Gloria Fuertes. Y una semana después, la costarricense Ana Istarú, a quien se considera una de las voces mejor dotadas para la poesía amatoria y erótica en castellano. Por último, un breve relato de una cuentista de cuerpo entero, la neocelandesa Katharina Mansfield, la mejor del siglo XX, al lado de Chejov y Pirandello.

Hoy quiero ofrecerles el fragmento del Canto V del “Infierno” en la Comedia (lo de “divina” es cosa de Boccaccio), allí donde Dante se encuentra con Francesca de Rímini y su amante Paolo. La versión es de Esperanza Ortega, para mi gusto la mejor poeta española viva, y lleva una necesaria introducción suya, que firma traviesa pero solidariamente con el apellido de su gran colega florentino, a quien su versión le hace no poco honor.

Fragmento del canto V del “Infierno” en la Comedia, de Dante
por Esperanza Ortega (a) Aligheri

Valladolid, 13.2.2007

Ricardo, aquí tienes una muestra de mi traducción de Dante. Lo traduzco en alejandrinos y no en endecasílabos, porque creo que es el verso que hubiera utilizado Dante en el siglo XIII, de haber sido castellano en vez de florentino.
Empecé a traducirlo porque mis alumnos no entendían las versiones en verso que estaban a su alcance. Yo prefiero entre todas la de Pezuela, que me regaló Francisco Pino. Sin duda es la más elegante, pero pienso que está un poco pasada de moda; quiero decir que es del XIX y esto se nota sobre todo en el léxico. Será paradójico, pero Dante, en su toscano original, sigue sonando mucho más moderno. (Algo parecido sucede con Jorge Manrique, cuyas Coplas parecen haberse escrito la semana pasada, pero ese es otro tema).
En fin, yo he querido hacer una traducción «vulgar», que se entienda y se disfrute. Aspiro a que alguna pareja se condene al besarse mientras lee “mi canto”, que es como yo llamo al canto V de la Comedia de Dante.En las campañas actuales de animación a la lectura se les dice a los jóvenes que los libros les pueden ayudar a ser mejores, a saber más de la vida… y no se les dice nunca que los libros también son peligrosos, que incluso les pueden arrastrar al Infierno. Creo que ellos preferirían que les habláramos de la relación entre libro, eros y pecado, como lo hace Dante en el Círculo de los lujuriosos.
Nada más, Ricardo, y cuidado con lo que lees.
Esperanza Alighieri

INFIERNO. CANTO V
CíRCULO DE LOS LUJURIOSOS

Traducción de Esperanza Ortega

1-25. Descenso al segundo círculo y encuentro con Minos, que es quien dictamina, según las vueltas que dé a su rabo, a qué círculo del Infierno debe ir cada alma según sus pecados.
25-51. Descripción del castigo que sufren los lujuriosos, que consiste en ser impelidos por una borrasca continua a la que no pueden dominar, como ellos tampoco dominaron en vida la fuerza de sus instintos.
51-73. Enumeración de los enamorados lujuriosos con los que Dante y Virgilio se van encontrando entre el torbellino infernal.
73- al final. Encuentro con Francesca y Paolo de Rimini. Los dos enamorados cuentan con una sola voz cómo pecaron mientras leían juntos un libro.

De este modo bajé del círculo primero
al segundo, que ocupa un espacio menor,
aunque es mayor su pena y los gritos más fieros.

Rechinando los dientes, Minos es el señor
que allí juzga las culpas de cada condenado
y con su rabo indica el castigo mejor.

Es decir, cuando un alma se sitúa a su lado
y obediente a sus órdenes las faltas le confiesa,
siendo conocedor de todos los pecados,

designa en el infierno el lugar que le espera;
como señal su rabo se ciñe tantas veces
cuantos círculos manda que el pecador descienda.

Ante aquel se presentan almas constantemente,
respetando su turno antes de ser juzgadas;
tras hablar y escuchar, al abismo descienden.

¡Oh tú que del dolor visitas la morada!
– exclamó al verme Minos, dejando de ejercer
el horroroso oficio al que se dedicaba–:

No te fíes y mira donde pones los pies;
la amplitud del portal no engañe tus sentidos.
– ¿Por qué gritas? – mi guía le gritaba a la vez.

No trates de impedir que llegue a su destino.
Donde se ha decidido los deseos son órdenes.
Y no preguntes más, que estorbas su camino.

Tras esto comenzaron a escucharse las voces
más tristes y dolientes, y llegué hasta el lugar
en que me conmovieron los llantos más feroces.

Entramos a un recinto de oscuridad total,
con igual resonancia que los vientos opuestos
cuando chocan y ruge la tormenta en el mar.

La tromba de este infierno nunca encuentra reposo,
arrastra a los espíritus al raudo torbellino,
en donde los agita su vendaval furioso.

Cuando sobre la piedra desgastada del friso
por fin van a estrellarse, allí son los lamentos,
las blasfemias e insultos contra el orden divino.

Y comprendí por qué sufren este tormento
aquellos que perpetran los delitos carnales,
que al instinto someten razón y pensamiento.

Como los estorninos que en días invernales
vuelan en sus extensas y compactas bandadas,
así aquel gran tornado a las almas culpables

desde un extremo al otro, inermes, las arrastra.
Ni en alcanzar perdón, ni en redimir la pena,
confían sus espíritus privados de esperanza.

Como lanzan las grullas al volar en hilera
acentos hacia el cielo que semejan gemidos,
así al venir lanzaban suspiros de tristeza

las sombras impelidas por aquel torbellino.
Al verlas pregunté: Maestro, ¿quiénes so
los que en el aire ciego soportan tal castigo?

La mujer que preside –dijo mi preceptor–
al grupo del que quieres que te cuente su historia
sobre pueblos y lenguas diversas imperó.

Tan lujuriosa era, que le cabe una gloria:
la de haber propiciado el insano placer
por camuflar la suya en la común escoria.

Su nombre es Semíramis, y en los libros se lee
que sucedió en el trono al rey Nino, su esposo.
Reinó donde hoy el brazo del sultán es la ley.

La otra se suicidó, aunque ante sus despojos
había prometido no olvidar a Siqueo.
Detrás va Cleopatra, de la lascivia el colmo.

Mira a Helena, que dio origen en su tiempo
a terribles batallas. Mira a Aquiles, el fuerte,
a la postre rendido al vigor del deseo.

Mira a Tristán y a Paris… y de la misma suerte
hasta más de mil almas señaló con el dedo,
caídas por amor en poder de la muerte.

Al escuchar sus nombres de labios del maestro,
perdí casi el sentido, de piedad embargado
hacia las viejas damas y hacia sus caballeros.

Y comencé a decir: Poeta, de buen grado
hablaría a esos dos que ligeros, sin peso,
parece que flotaran en el aire abrazados.

En nombre del amor que ha enlazado su vuelo,
aguarda a que se acerquen –me respondió mi guía–
e invítales entonces a venir a tu encuentro.

El viento hacia nosotros vi que les dirigía,
así que alcé la voz: ¡Almas atormentadas,
acercaos, si no hay nadie que vuestro paso impida!

Igual que dos palomas del deseo acuciadas,
con las alas abiertas hacia su dulce nido,
vuelan para atender del amor la llamada,

así surgieron ambos de donde estaba Dido,
bajando hacia nosotros por el aire viciado,
al oír nuestro amable y vigoroso grito.

¡Oh tú, ser generoso y bienaventurado
que a visitarnos llegas entre un aire tan negro
a aquellos que de sangre el orbe hemos manchado!

Si fuéramos queridos por el rey de los cielos,
para ti pediríamos que alcanzaras la paz
ya que has compadecido nuestro dolor acerbo.

Del tema que prefieras bien hablar o escuchar,
diremos y oiremos, según sea tu agrado,
mientras la voz del viento se decida a callar.

En la tierra nací donde ya aminorado
llega el caudal del Po para desembocar
y con sus afluentes halla en el mar descanso.

Amor, que avaricioso del corazón leal,
de un cuerpo hermoso al mío le hizo quedar prendado,
me lo arrebató en forma que aún no sé soportar.

Amor, que no dispensa de amar al que es amado,
hizo que disfrutara con él de tal placer
que, como ves, aún a él prosigo enlazado.

Amor nos hizo a ambos morir y padecer;
Caín espera al alma de quien robó las nuestras.
Sus voces acordadas dijeron a la vez.

Al oír de estas almas heridas las querellas,
incliné la cabeza y así permanecí
hasta que mi maestro me preguntó ¿en qué piensas?

Y cuando reaccioné ¡Oh Dios! –le respondí–
¡Cuán dulces sentimientos, qué adorables deseos,
en el valle doliente fueron a sucumbir!

Volví después mi rostro compungido hacia ellos
y dije estas palabras: Francesca, tu martirio
ha inundado mis ojos de lágrimas de duelo.

Pero dime: en los días de los tiernos suspiros
¿cuándo? ¿de qué manera os reveló Amor
la respuesta al enigma de aquel mutuo delirio?

Nada produce – dijo– más intenso dolor
que acordarse en la pena de las horas felices.
Eso lo entiende bien tu sabio preceptor.

Pero si conocer la raíz y el origen
de nuestro amor deseas, voy a hacer como aquel
que entre llorar y hablar, ambas cosas elige.

Leíamos a solas, por deleite, a la vez,
que en las redes de Amor Lancelot fue prendido,
disfrutando al unísonode un secreto placer.

Al cruzar las miradas varias veces sentimos
palidecer los rostros que próximos leían,
pero sólo al poder de un verso sucumbimos.

Al leer que el amante la anhelada sonrisa
de su amada cubrió con beso tan ansioso,
éste al que desde entonces permanezco prendida,

la boca me besó con labios temblorosos.
Y no leímos más. De alcahuete aquel día
autor y libro hicieron, igual que Galeoto.

Mientras una entre lágrimas su historia refería,
tanto lloraba el otro que, mudo y apiadado,
oyendo ambas desdichas, creí perder la vida.
Y caí como cuerpo del alma abandonado.

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