Mi primera reflexión política la hice cuando era una niña y pasaba de primaria a bachillerato. Obviamente no podía votar, pero un candidato presidencial hizo que pensara en una de sus propuestas por varios días. Por aquella época, alrededor de las nueve o diez de la noche, los candidatos presidenciales tenían un espacio en el que podían presentar sus propuestas a los televidentes. Una noche apareció un candidato que incluyó a Cartagena de Indias en sus propuestas y capturó mi atención al hablar sobre mi ciudad. Para él, uno de los principales problemas que tenía «La Heroica» era el clima, específicamente el calor que, según él, era inclemente. Para solucionar esto, el candidato explicó que iba a colocar aire acondicionado en Cartagena de Indias y para lograrlo, metería la ciudad dentro de un domo gigante.

Recuerdo que estaba viendo eso con mi hermano menor y él exclamó con asombro y una leve molestia que lo que decía el señor era imposible. También recuerdo que mi hermano y yo hablamos sobre la propuesta del candidato antes de acostarnos, y ambos coincidimos en que era inverosímil.

Durante los siguientes dos días, mi hermano y yo continuamos hablando sobre la propuesta del candidato. Como nunca se mencionó cómo iba a hacerse, empezamos a buscar respuestas por nosotros mismos. Hicimos preguntas para encontrar las respuestas: ¿Cómo entrarían los aviones?, ¿cómo volarían y viajarían los pájaros?, ¿cómo sería un domo tan inmenso que sería más alto que La Popa? También nos preguntamos si el domo incluiría toda la ciudad o solo una parte, y cómo sería un sistema de aire acondicionado tan gigantesco. Estas y muchas otras preguntas surtieron, pero por supuesto ninguna de ellas tenía una respuesta factible, por lo que llegamos a la misma conclusión inicial que mi hermano exclamó cuando vimos la propuesta: ¡eso es imposible!

Les confieso que, antes de comenzar a escribir esta columna, realicé una exhaustiva búsqueda del candidato en Google y YouTube para traerles su nombre y el video, pero no lo encontré. Solo sé que fue a comienzos de los noventa, durante el gobierno de Gaviria o Samper. No fue Gabriel Antonio Goyeneche, quien cuando aspiró varias veces a la presidencia yo aún no había nacido, ni siquiera estaba en proyecto. Goyeneche hizo propuestas tan absurdas como pavimentar el río Magdalena. Tampoco fue «El Tunjo», un torero que se lanzó a la presidencia y que también presentó propuestas absurdas, pues su candidatura fue en el 2002.

Gracias a ese ridículo candidato, aprendí desde niña que para aspirar a gobernar se debe tener un gran conocimiento. Gobernar no consiste únicamente en lanzar ideas.

Pero lo triste es que Cartagena de Indias lleva décadas siendo gobernada por personajes que, al igual que el candidato del aire acondicionado, no sabían cuáles eran los problemas de la ciudad. Los que lograron identificar alguna problemática no supieron encontrar una solución, mientras que otros simplemente llegaron a robarse la ciudad. No les importaba el destino de Cartagena y sus habitantes, lo único que querían era llenar su cuenta bancaria.

Siempre he afirmado que un gobernante es el espejo del pueblo que lo elige, de ese porcentaje de la población que lo eligió y que representa una parte de la sociedad. Y eso es lo más preocupante de Cartagena de Indias: cada uno de sus nefastos alcaldes representa la forma de pensar, de ver la vida y de entender el mundo de una parte de la sociedad cartagenera, de esa masa que los subió al poder. Es ahí cuando me pregunto, ¿qué tipo de sociedad es la cartagenera? En una columna del año pasado hablé un poco sobre el tema y alguien me respondió: «Es que siempre han engañado al pueblo cartagenero». Entonces, suponiendo que eso es verdad, el pueblo cartagenero está compuesto de personas muy incautas e ignorantes, incapaces de reconocer una propuesta falsa o un engaño, casi como niños inocentes a los que les prometen dulces, pero les entregan piedras. Y esto ha sucedido elección tras elección hasta la actualidad.

Tengo varias teorías al respecto. He desglosado la masa de votantes en grupos según diferentes variables, como la situación socioeconómica, empleo u oficio, nivel de escolaridad, barrios y género, y tengo diferentes razones por las que cada grupo ha elegido mal al alcalde de Cartagena. Sin embargo, tengo una hipótesis transversal que afecta a todos ellos.

La mayoría de ciudadanos que votan no son plenamente conscientes de la importancia de elegir a un buen gobernante. Es precisamente esta falta de conciencia sobre la decisión de votar por un líder lo que lleva a los pueblos a abismos políticos que terminan por deteriorar una sociedad hasta sus cimientos, como es el caso de Cartagena. Un pueblo ignorante vota mal, elige mal, y cuando hablo de ignorancia no me refiero a los grados de escolaridad ni al estrato social. Actualmente, en los estratos sociales más altos, donde las personas tienen más estudios, se puede encontrar una gran ignorancia política e incluso un cinismo político desconcertante.

Sí, es cierto que los políticos juegan con las ilusiones del pueblo y se aprovechan de sus vulnerabilidades para venderles un panorama esperanzador, prometiendo cosas que ellos saben que no van a cumplir, pintando castillos en el aire y jugando con las necesidades de la población.

El caso más palpable es el de los mototaxistas. Campo Elías Terán Dix, Manolo Duque y el actual, William Dau Chamat, les han prometido lo que anhelan. ¿Por qué son mototaxistas? Por falta de empleo formal. ¿Genera la ciudad empleo formal? La respuesta es no, y el Dane lo confirma en todas sus estadísticas. Todos los alcaldes que han pasado no han sabido cómo lograr que Cartagena deje de ser una ciudad sumida en la informalidad, pobreza y desigualdad, en porcentajes aterradores. Entonces, también les prometen (como premio de consolación) mejorar sus condiciones laborales, respetar su trabajo, no estigmatizarlos, entre muchas otras cosas. Por ahí circulan en redes los videos de todo lo que William Dau les prometió para cautivar sus votos, pero ya sabemos que ha hecho todo lo contrario y más.

Pero también es cierto que hay una preocupante ignorancia política en el pueblo cartagenero, evidenciada elección tras elección, al votar por personajes casi caricaturescos, claramente incapaces de gobernar y carentes de los conocimientos y capacidades necesarias para dirigir una ciudad. Incluso, muchos de ellos ni siquiera serían capaces de manejar con éxito una tienda de barrio. El tiempo y las estadísticas han demostrado que Cartagena es como un barco naufragando, hundiéndose en un mar de ignorancia, indolencia y corrupción.

El Dane nos muestra con sus estadísticas trimestrales y anuales cómo los habitantes de Cartagena se vuelven cada día más pobres, cómo ha ido desapareciendo el empleo formal y cómo se convierte en una ciudad con niveles abrumadores de informalidad. Somos la ciudad del rebusque y también vemos cómo la desigualdad crece y pone contra la pared a miles de familias que apenas comen dos veces al día o incluso menos (56,3% de los cartageneros).

No hay nada más difícil y que requiera un mayor grado de responsabilidad que dirigir un país, una ciudad o un territorio. En las manos del mandatario está la vida y el futuro de sus habitantes. Los aciertos y los errores de un gobernante influyen directamente en el día a día de cada ciudadano: cuántos platos de comida ingiere a diario, sus ingresos, el futuro de los niños, la seguridad, la calidad de vida, el desarrollo social. El destino de una sociedad queda en manos de la persona que el pueblo elige, no solo para que los represente, sino también para que tome las decisiones que van a influir en el futuro de todos.

Sin tener conciencia de todo lo anterior, los cartageneros han elegido alcaldes por simpatía y afinidad con el «pueblo». Estos alcaldes se identifican con la gente porque suben a la tarima a bailar al son de los ritmos populares, se sientan en el andén a tomar sancocho en los barrios, hablan en un lenguaje coloquial y gracioso y provienen de barrios populares. Son razones absurdas, que carecen de raciocinio y responsabilidad, por las cuales se elige a alguien para gobernar, dejando de lado la capacidad, la honestidad y la visión de futuro que se necesitan para dirigir una ciudad.

Y sin contar con aquellos que venden su voto por efectivo y regalos, en Cartagena el proceso electoral parece Navidad: sancochos, paseos, comida, trago, regalos y efectivo

Los votantes han querido que el alcalde sea del pueblo, gestando lentamente una especie de venganza social y una revancha de clases sociales que terminó llevando al poder a un incompetente que hoy dirige el destino de la ciudad. Aunque William Dau no pertenece a una clase social popular, su forma de ser, hablar y actuar genera afinidad. No hay tarima en la que no se haya subido a bailar.

William Dau prometió al pueblo una venganza, una revancha de los pobres contra la clase política tradicional y contra las familias políticas adineradas que el pueblo considera corruptas y culpables de todas sus desgracias. Y, en parte, tienen razón: muchos de los políticos que han gobernado Cartagena han sido corruptos, robándose la salud, la educación e incluso el almuerzo de los niños de las escuelas públicas. Son inolvidables quienes facturaron las pechugas de pollo por 40 mil pesos para el Programa de Alimentación Escolar (PAE) hace un poco más de cuatro años son inolvidables.

Sin embargo, no es del todo cierto que los únicos culpables de las desgracias de Cartagena sean los políticos corruptos. La responsabilidad también recae en el pueblo que los eligió y los llevó al poder. La elección de un alcalde no debe ser una venganza de clases, ya que la corrupción no está determinada por el estrato social. A lo largo de su historia, Cartagena ha tenido dos alcaldes del pueblo, provenientes de barrios populares y de clase media baja, que han demostrado ser igual de corruptos que los políticos de las familias adineradas y tradicionales.

En Cartagena es necesario elegir personas competentes, con estudios y experiencia en el sector público, cuya hoja de vida esté libre de señalamientos de corrupción y cuenten con logros demostrados. Estos candidatos deben presentar propuestas claras, identificando los problemas de la ciudad y ofreciendo soluciones concretas y factibles. Asimismo, deben ser capaces de responder a cada problemática explicando el qué, por qué, cómo, cuándo, con qué y dónde.

En este momento hay más de 25 precandidatos a la alcaldía y al ver sus nombres, afirmo con total certeza que el 70% no está preparado ni es competente para dirigir una ciudad. Sin embargo, después de haber tenido a un alcalde como William Dau, cualquiera se siente capaz de ser alcalde de Cartagena. Muchos pensarán: «Si un incompetente como él llegó al poder, ¿por qué yo no podría hacerlo?»

El próximo año se presenta incierto para Cartagena. Si los ciudadanos siguen eligiendo bajo los mismos criterios, habrá un alto riesgo de que alguien incompetente llegue al poder y no sea capaz de dirigir adecuadamente la ciudad. Esto podría conducir a que La Heroica se hunda aún más en la pobreza, la desigualdad y la inseguridad. Los responsables de esta situación serán los propios cartageneros. Es importante que se tomen en cuenta los criterios adecuados al momento de elegir a sus gobernantes, buscando personas competentes, honestas y comprometidas con el bienestar de la ciudad.

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