Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Acerca del lenguaje deportivo

El cierre de Revista de Libros, en Madrid, diciembre 2011, ha sido uno de los más rudos golpes que la crisis le ha asestado a la cultura en lengua española. Revista de Libros, a lo largo de sus quince años de existencia, se convirtió en el santo y seña de la crítica literaria independiente en nuestro idioma, en una referencia inexcusable e imprescindible.

El cierre llegó de la noche a la mañana y a mí me agarró con tres reseñas sin publicar. Como no quiero que se pierdan y en honor a la propia Revista de Libros, las publicaré aquí en tres semanas consecutivas. Esta es la primera, acerca de un libro del que ya hablé en este blog en el momento que llegó a mis manos:

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Términos deportivos de origen extranjero, de Edmundo Loza Olave y Jesús Castañón (Universidad de la Rioja, Logroño, 2010)

 

Dos han sido los sectores donde los idiomas han extendido más sus fronteras a partir del tercer tercio del siglo pasado, y lo siguen haciendo sin cesar: la comunicación y el deporte. Nunca fue antes tan masiva, tan compulsiva, la necesidad de someter nuestros órganos léxicos a una cirugía de urgencia vital: el trasplante, o al menos el injerto, de nuevos términos.

En el caso de la comunicación casi todos esos términos eran, y son, anglosajones, excepto su protagonista, que en el español de España no es un anglicismo sino un galicismo: ordenador en vez de computador/a. Y todavía quedan almas cándidas que así lo creen más castizo.

En el terreno del deporte, el enriquecimiento de nuestro léxico ha tenido lugar bajo el signo de la globalización: les debemos préstamos literalmente impagables, amén del inglés, al portugués, al japonés, al chino, al coreano, etc. Empezando en ciertos casos por el propio nombre de dichos deportes o similares: bádminton, squash, surf, capoeira, sumo, kung-fu, taekuondo. Pero no hay  que alarmarse: tenis, golf, rubgy, hockey, boxeo, béisbol e incluso fútbol (castellanizados hoy) fueron un día préstamos tomados a otra lengua.

Así las cosas, un libro como este merece la mejor bienvenida posible, avalado como llega, además, por la coautoría de Jesús Castañón. Ya en el año 2000, nada menos que la sesuda Real Academia solicitó su colaboración para revisar los términos referidos al deporte en la 22ª edición de su Diccionario. Y en la bibliografía del libro que reseñamos, una lista de 60 publicaciones de su autoría, en solitario o al alimón, dan fe de su dedicación al tema.

Términos deportivos de origen extranjero atiende al registro de  los procedentes de 39 lenguas,recoge su «uso actual en España, con un enfoque descriptivo sobre su situación al cierre del último ciclo olímpico en 2008», abarca «2.761 entradas, 2.969 acepciones diferentes, y 1.197 equivalencias en castellano», y se completa con una bibliografía de 1.142 referencias acerca de este lenguaje específico.

Un repaso concienzudo de las 192 páginas del corpus principal, el léxico, es hacer un recorrido fascinante por los distintos lances de ciertos deportes, donde uno, de pronto, siente el fundado temor de que el reportero que transmita un match de taekuondo, por ejemplo, no logre terminar de describir la acción de un jugador (“han sonnal morntong bituro makki”) cuando ya el otro le haya respondido con una artimaña semejante, “han sonnal morritong bakkat makki”: al reportero le faltaría literalmente el tiempo para hacerlo. Trabalenguas aparte.

Es este un libro sumamente útil, de consulta inexcusable, que recomiendo sin duda alguna, y de deleitosa lectura, como casi todos los que pueden abrirse por cualquier página. Sin embargo, la misión del reseñador comporta señalar ciertos lunares que demuestran nuestra irrenunciable condición humana.

Limitándome al ámbito del ajedrez, se presenta un Ataque Trompowsky como tipo de apertura cerrada; no hay ningún elemento que permita diferenciar las defensas Bogoljubov y Keres, así como tampoco las defensas Pirc y Ufimtsev; hay remisiones frustrantes a las defensas francesa (página 67) y holandesa (86), a los gambitos danés y escocés (85) y al ataque Levenfish (201), porque ninguno de ellos está reseñado en el léxico; se caracteriza al Mate de Dilaram como tipo de jaque mate que se realiza tras recibir cuatro mates del rival (en lugar de cuatro jaques); y se define el Mate de Réti como «acción de realizar un doble mate ejecutado con la torre y el alfil». Pero en ajedrez no hay mates dobles, sino sólo jaques dobles, y en según qué casos puede darse jaque mate con una tenaza [=dos jaques simultáneos], lo que no es el caso en el de Réti (su famosa partida contra Tartakower), donde sólo jaquematea el alfil.

En fútbol aparece “Canarinha” como «relativo al aficionado o jugador de la selección nacional de fútbol del Brasil», cuando en verdad debiera describirse como «nombre popular de la seleção por antonomasia, que por extensión se aplica a veces a su hinchada». Sucede lo mismo con “Hat trick”, descafeinado como «conjunto de tres goles que marca un mismo jugador en un partido», sin precisar que el hat trick puro es el que consiste en marcar tres goles consecutivos en sólo uno de los dos tiempos del partido: si el jugador anota un gol en el primero y dos en el segundo, o al revés, o hay otro(s) gol(es) de alguno(s) de los demás jugadores rompiendo la secuencia de los propios, son simplemente tres goles, no existe “hat trick”; tal es la hermenéutica ortodoxa.

En otro orden de cosas, es divertido enterarse de que la baguette, además de ser la barra de pan más golosa que inventó el ingenio humano, también es el nombre de una vara usada en el juego de petanca para trazar rayas y medir distancias. Y que Bogey no es tan sólo el alias familiar de Humphrey Bogart, sino un golpe sobre par en el golf. Y que catcher es el nombre del «jugador que se coloca detrás del bateador para coger la pelota lanzada por su pitcher cuando el bateador no es capaz de golpearla», lo que nos hace preguntarnos si traducir The Catcher in the Rye como El guardián en el centeno no admitiría otro giro. Y en fin, last but no least, que se llama Maiden al «caballo que no ha triunfado en ninguna carrera», con lo que queda canonizado, por lo menos en el lenguaje hípico, aquello de “¡Maricón el último!”

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