Reseña de la novela El día de mañana de Ignacio Martínez de Pisón. Seix Barral.
El hombre es el producto de las palabras que lo nombran y de las historias que lo acorralan. En consecuencia no somos otra cosa que lo que refieren y referirán las personas por las que cruzamos como una sombra o como una ráfaga de viento.
Precisamente eso fue lo que me impactó de El día de mañana: Justo Gil Tello sólo existe en los relatos de doce personas que cruzan por su vida. Pero ellos no se limitan a hablar de él, también cuentan sus existencias y las de quienes están a su alrededor, tejiendo y destejiendo historias que quedan sueltas o que se enlazan en algún recodo de la novela.
La casa de su primo Martín Tello es la primer estación de su tránsito por la historia: “Sí, éramos medio parientes, dice Martín Tello. Pero es que en los pueblos pequeños todos son parientes o medio parientes. Mi padre y su madre se apellidaban igual y, aunque no sabían de dónde les venía el parentesco, entre ellos se llamaban primos.”
A partir de este momento Justo empieza a tener decenas de empleos y a emprender toda suerte de negocios que siempre, sin excepción, terminan mal. Carme Román se cuenta entre las personas que trabaron relaciones comerciales con él, siendo la primera persona que refiere haber sido robada por Justo.
De acá en adelante empieza a desdibujarse la idea que él es un hombre marginado que lucha para sobrevivir, un campesino honesto que trabaja para ascender, pero a quien la suerte le da la espalda.
Sin embargo no es el único. Todos los personajes tienen aciertos y errores, bondades y defectos como cualquier hijo de vecino. Por ello no es raro que tengamos el impulso de identificarlos con amigos o familiares o que los veamos deambular por las calles. Al respecto afirmó Martínez en una entrevista: “No me gusta la literatura de los grandes nombres, me gustan aquellas novelas en las que los personajes son seres anónimos, segundones; seres menores. Me gustan las pequeñas historias de los pequeños personajes. En el fondo, lo que busco con la literatura es que el lector se sienta identificado con los personajes”.
Entretanto Justo va ascendiendo hasta ser miembro de las élites económicas e intelectuales. Subió, como es razonable suponer, a fuerza de cepillar y hacerse a la sombra de los mejores árboles, siempre olvidando el escalón anterior, siempre traicionando a quien le tendió la mano.
Pero no sólo es un hombre, también es un sujeto político del final del franquismo. En esta época aún se hacía espionaje sin recurrir a las torturas que empleó Franco en los primeros años. Por consiguiente, los grupos en los que se mueve Justo (intelectuales y jóvenes adinerados) eran rastreados por personas que se infiltraban para informar a las autoridades de sus movimientos.
En este punto aparece un policía asegurando: “Para nosotros era el Rata, simplemente el Rata, dice Mateo Moreno. No sé de dónde le venía el apodo pero la verdad es que le pegaba, quién sabe si por esa mirada inquieta que tenía o por el pelo algo encrespado o por su manera de moverse, cautelosa, solapada. Vete a saber. De todas formas, con la gente como él siempre usábamos apodos, y cuando digo la gente como él me refiero a los colaboradores, es decir, a los confidentes, a los chivatos, a los membrillos.”
Entonces no sería descabellado preguntarse si Justo es el Rata. Y de serlo, ¿Cómo llegó a este lugar? ¿Lo descubrirán sus compañeros? ¿Qué le harán si es descubierto? O, por el contrario, ¿Justo fue víctima de un chivato y por ello pasó sus últimos años en un calabozo?
Sería arbitrario, incluso abusivo, que les cuente lo que resta de novela.
En este punto, siguiendo mi costumbre, les invitaría a que fueran a la librería más cercana a comprar la novela, para que se deleitaran con una prosa impecable, con los matices de los personajes, con el entramado social, histórico y político que se escurre entre los relatos de los personajes, con la maestría que sólo he visto en Ignacio Martínez. Lo haría, decía, pero sería una injusticia puesto que esta novela no se encuentra en ninguna librerías o bibliotecas de esta (e imagino que de ninguna) ciudad. Este hecho sería razonable si Ignacio fuera un autor desconocido o si la novela fuera mala. Sin embargo no se da ni lo uno ni lo otro: basta darse una vuelta por la red para deslumbrarse con la carrera del autor o para descubrir que esta novela ha obtenido premios como Premio Hislibris de 2011, Premio de la Crítica de Narrativa Castellana de 2011, Premio Ciutat de Barcelona 2012, Premio Espartaco 2012 y fue finalista del Premio al Libro Europeo del Año 2011.
Quizás, me digo al calor de la palabra, la función del reseñista no es estrictamente informativa o, ¡no lo permita el cielo!, absolutamente comercial. Su obligación debería inclinarse por salvar a aquellas obras que la negligencia burocrática o la voracidad mercantilista han lanzado a los barrancos del olvido. O, en casos más afortunados, hablar de los libros que merecen rescatarse del torrente de textos que el mercado arroja a las calles.
Este olvido me impulsa a invitarlos a que soliciten la novela en librerías y bibliotecas para liberarla de las cadenas de la ingratitud comercial o de la negligencia oficial.
¡Mil Gracias!