Tejiendo Naufragios

Publicado el Diego Niño

Remolino de cenizas

Alicia Cocaine

Reseña de la novela Alicia Cocaine de Carlos Castillo Quintero. Editorial 531; 2016. (Ganadora de la bienal de Novela Corta Universidad Javeriana, 2012)

La demencia ha sido uno de mis mayores temores. Tiemblo ante la persepectiva de deambular por laberintos que conducen a puertas que abren otras puertas y otras y otras y otras, en una serie infinita que desborde mi conciencia. O puede que no la desborde, sino que la desmenuce en miles de fragmentos en los que me repetiré mil veces sin saber si soy la suma de las fracciones o si soy una pelusa que revolotea en el silencio y la oscuridad.

Quizás esa sea la razón por la que Alicia Cocaine, la novela de Carlos Castillo Quintero, me produjo una mezcla de fascinación y horror de la que aún no me puedo reponer. Primero, porque la novela es un laberinto cuyos capítulos abren puertas que van a otras puertas y otras y otras, en una suerte de matrioska literaria, que genera el vértigo de quien pierde el juicio. Algunas veces la narración desemboca en salones enormes, en los que mujeres sin brazos ni piernas, juegan con una pelota de golf, “haciendo pases, sin dejarla caer, la bolita iba y venía en medio de los gritos, rebotando en las cabezas, los hombros, las rodillas, los muñones, las prótesis… hasta que alguna perdía, y la pelotita, como un pájaro muerto, quedaba varada en medio de unos senos, atascada en un pliegue, una arruga, una falda, o en cualquier otro andrajo”.

Pero no se trata sólo del laberinto físico de cuartos, pasillos, altillos, zonas de servicio, jardines interiores, sino del laberinto de historias que se trenzan con el entorno físico como fibras del mismo tejido. Basta citar el caso de Rubiela, una mujer que vive en un cuarto que es invadido constantemente por basura. Es tanta la saña de la niña que le lleva basura, que al lector le queda la sensación de que ella actúa bajo los mismos mecanismos con los que el tiempo le arrebató la belleza a Rubiela. Pero no sólo le quitó la belleza, también le robó la salud mental, que se deteriora a la misma perseverancia con la que ella espera el regreso de su hijo.

Pero su hijo no regresa. Nadie regresa. En la demencia sólo hay soledad y desolación. Sólo hay una catarata de palabras que salen sin que exista posibilidad de atajarlas en su afán de estrellarse contra las paredes que amenazan ruina. Probablemente ese es uno de los grandes aciertos de Carlos: crear un lenguaje coherente con la demencia. Un lenguaje que, a pesar de parecer inconexo, acaso incontenible, va narrando sin que el lector pierda el interés o se desoriente definitivamente.

Por ejemplo:

“La ciudad. ¿Cuál ciudad? La ciudad ha cambiado de manos: ahora pertenece a los sicarios. Demonios hechos carne. Policías a millón de pesos. Barrios marginales de Medellín. Barrios marginales de Bogotá. Barrios marginales de Cali. Barrios marginales, marginales. Hay que prohibir la extradición. La intra-adicción. La ficción. Ella no miente. King Kong perdido en un cine, flaco. Una mujer fumando pielroja recargada contra un poste del alumbrado: If your thing is gone and you wanna ride on, dice. El país de la infancia ha desaparecido. ¿Dónde quedó tu álbum de chocolatinas? Vamos a jugar banquitas: Colombia 5 – Argentina 0 y reinicia la guerra. ¡Asesinaron a Gaitán! ¡Asesinaron a Galán! ¡Asesinaron a tu hermano! al pasar por un sitio en donde había una estatua de la virgen, ahí lo ametrallaron”.

Naturalmente la novela no se reduce a descripciones de esta naturaleza. La mayoría son pasajes gobernados por el orden:

“Baja por el frente de mi casa. Viste una camisa blanca, de manga corta, y una falda a cuadros con tirantas: el uniforme del colegio. Ya van a dar las ocho de la noche, y llueve. Llueve mucho y ella está empapada. La camisa se le pega a la piel. El cabello mojado cae en su espalda. La veo desde la ventana de mi cuarto. Sé quién es (su hermano estudia conmigo), cómo se llama, en dónde vive y de dónde viene a esa hora. Pero no es cierto. Realmente no sé nada de ella: hoy la veo por primera vez. Es linda. Me retiro de la ventana, busco un paraguas y salgo”.

Alicia no trata exclusivamente de la demencia; en ella también hay violencia. Pero no es la violencia de madrazos y disparos que agreden los sentidos como único recurso para llamar la atención del lector. En Alicia la violencia es contenida, marginal si se quiere, pero corre por toda la novela como un murmullo que se amalgama con los monólogos hasta transformarse en historias que fluyen bajo una lógica que no podría —no debería— explicarse con elementos de la razón.

Ahora, para quienes seguimos la trayectoria de Carlos Castillo, las historias de esta novela son hermanas de los relatos Dalila Dreaming: Ricardo Buenahora es hijo de Alma Patricia, esposa de Franz Klevens, aquel gringo que fumaba Marie Rogêt en un pueblo de cuyas entrañas emergieron todos los personajes de Dalila. Tal vez la única diferencia entre una y otra, es que los personajes de Dalila viven en el límite de la demencia y la cordura, en tanto que los de Alicia están completamente desquiciados.

Al respecto dijo Carlos Castillo en su columna de El Diario, que tanto Dalila como Alicia pertenecen a la saga Gabinete de curiosidades de Mr. Ce. Esta saga, afirma Carlos, nació para dar respuesta a “la bella vampira que se fundió con la neblina tunjana”, una noche de finales del 2008, quien le reclamó por no escribir sobre la violencia.

Pero las historias y personajes no son los únicos que las hermana: la poesía también es fundamental en las dos. Y no puede ser de otra manera porque la poesía es, quizás, la única forma de locura. Por esta razón la poesía no sólo salpica los monólogos o las descripciones, sino que hace parte del argumento.

No puedo concluir sin decir que es tanta la veracidad y vitalidad de la novela, que a veces tengo la certeza que me encontraré en la calle con alguno de los personajes. Más aún: a veces creo que Carlos pertenece a ese universo: quizás pasó sus tardes hablando con Mister Klevens, jugaba ajedrez con el Padre Ricardo o hablaba con la mujer del mechón blanco.

Pero esas son especulaciones que se resolverán —o rebatirán— cuando se publiquen las siguientes novelas y libros de relatos que componen la Saga. Por lo pronto releeré Alicia Cocaine, la novela que para el 2014 era poco menos que un mito urbano: la mayoría creíamos que era un delirio de mentes alcoholizadas, pero ahora, gracias a Editorial 531, sabemos que, no sólo existe, sino que es mucho mejor de lo que decían las malas lenguas. Más aún: es mejor de lo que afirmaban las buenas lenguas.

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Carlos Castillo Quintero (Miraflores, 1966). Medalla al Mérito Santos Acosta del consejo de Miraflores, ganador, entre otros, de la bienal de Novela Corta Universidad Javeriana (2012), Concurso Nacional de Cuento Universidad Central (2012) y recientemente del Premio de Novela CEAB (2015).

El lanzamiento de Alicia Cocaine se hará el próximo sábado 30 de abril de 2016, 2:00 pm, en Salón Ecopetrol 5, en el marco de la FILBO 2016. La presentación estará a cargo del escritor Jairo Andrade, quien hablará con el autor sobre la novela.

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