Tejiendo Naufragios

Publicado el Diego Niño

¿Realidad? ¿Qué es eso?

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Días atrás un lector afirmó en un correo que era preferible que escribiera sobre la realidad en lugar de perder el tiempo con ficciones que a nadie interesaban. Esa respuesta me asombró porque estamos inmersos en la ficción.

De entrada pasamos cerca de la tercera parte del día durmiendo. Es decir, el 33% de la vida se pasará en medio de sueños (la más extrema y sorprendente forma de ficción). Pero hay más: la memoria también ficciona. Al menos así lo demuestran los resultados de la investigación hecha por Kathy Pezdek (Universidad de Claremont). Ella interrogó a un grupo de neoyorkinos sobre los recuerdos del 11 de septiembre. El 73% aseguró haber visto la transmisión en vivo del primer atentado aéreo. Lo cual es imposible gracias a que este hecho se transmitió horas después.

Los resultados de las investigaciones hechas por Elizabeth Loftus (Universidad de California), apuntan en la misma dirección: la memoria no es un relato fiel, sino una invención. Por ejemplo miles de personas afirmaron haber visto a Bugs Bunny en disneylandia (algunos incluso afirman tener fotos con él), a pesar que él pertenece a la Warner Brothers. En otro estudio un buen número de entrevistados aseguraron haber visto animales heridos durante un atentado sucedido en 1999 en la ciudad de Moscú, a pesar que no había animales en ese momento.

Ahora, los relatos que hacemos sobre nosotros y nuestro entorno, también pertenecen al reino de la ficción. Piénsese, por ejemplo, si usted y yo presenciamos un accidente y luego hablamos de él. Lo más razonable es que referiremos circunstancias distintas, no porque alguno quiera mentir, sino porque nuestra psique tiene una configuración diferente, gracias a que nuestros pasados son divergentes. Por tanto, podemos elegir la expresión del rostro de un niño que miraba por la ventana del auto, el vértigo de la velocidad, el contexto socio económico de los implicados, el azar o dios. Hay decenas de objetos que serán el punto de partida.

De hecho, la narración, a pesar de partir de un hecho concreto y de querer aferrarse a la verdad, será ficticia en la medida que recurre a la palabra, que es ficción en sí misma. Para ilustrarlo, piense en la palabra mano. ¿Cómo es la mano que le llegó a la mente? En mi caso fue la mano de mujer de piel canela, cuyos dedos son largos y elegantes. Quizás mañana asocie la palabra con una mano sarmentosa y temblorosa. Porque la palabra no sólo es ficción, sino que es ficción móvil.

Imaginen entonces el relato del accidente. Debe iniciar en uno de la decena de vértices y luego tomar algún de las miles de caminos. Todo esto usando cientos de palabras que señalan objetos que serán cambiantes en la mente de quien habla (o escribe) y de quien los lee (o escucha).

Si eso no es ficción, no sé qué podría serlo.

Así las cosas, del 67% que pasamos en la vigilia, lo que recordamos y lo que otros refieren de su mundo y de sí mismos, pertenece al mundo de la ficción. Entonces sólo queda ese pequeño reducto que denominamos presente. Sin embargo, apenas lo vivido cruza las grietas que separan el presente del pasado, deja de ser real para transformarse en un hecho ficticio, en la medida que empieza a ser recuerdo.

En consecuencia, su vida, la mía y la de todos los humanos, navega sobre las inestables aguas de la ficción. Lo que significa, apreciado lector, que lo que usted pide es imposible porque eso que usted llama realidad, no es otra cosa que una dulce mentira.

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