Apreciada lectora, querido lector, la y lo invito a un juego corto. No le quitará más de cinco minutos. ¿Quiere jugar?
Piense tres objetos que le gusten muchísimo. Que le encanten. Tres objetos que le dolería perder. Ahora piense en tres personas (vivas) que quiere con el alma. No se afane; tómese su tiempo. Si lo cree necesario, escríbalas en una hoja.
¿Hecho?
Piense que perderá todos los objetos que no pueda cargar en una maleta porque emprenderá un viaje de cientos, acaso miles de kilómetros. Un viaje de meses, incluso años. Obviamente no podrá llevar su casa, el pc de escritorio, la nevera, la lavadora ni el microondas. Piense, además, que perderá a los hombres que están entre los diez y los sesenta años: serán reclutados si tiene menos de veinte años y, si tienen más de veinte, serán asesinados frente a sus ojos. Serán violadas todas las mujeres mayores de doce años. Asesinarán a algunas de ellas serán y es probable que algunas sean reclutadas. ¿Quién le queda y qué le queda de las tres personas y de los tres objetos? Esas serán sus pertenencias y su red de apoyo durante un viaje al exilio por causa del conflicto armado.
Cuando alguien pide guerra, pide que millones de personas salgan de sus casas con una maleta llena de ropa (que es lo único que pueden cargar) y los sobrevivientes de la masacre. Estas personas salen después de ser testigos del asesinato de sus parejas, del reclutamiento de sus hijos y violación de sus hijas. Incluso llevarán la carga de su propia violación. Lo que acabo de describir es la guerra y es la realidad de miles de familias. ¿Le gustaría vivir esa experiencia? ¿Quisiera que la vivieran sus amigos y/o familiares? ¿Se la desearía a alguien? ¿No? Entonces no pida guerra, plomo ni bala.