Nada te puedo ofrecer. O casi nada. Quizás una partícula mil veces dividida hasta ser una mil millonésima parte de aquello que de arranque ya era poco: una brizna de viento, una migaja de silencio, una mota de esperanza. Nada, pero lo que se dice nada de nada, te pueden ofrecer estas manos torpes, esta boca que calla cuando debe hablar, que habla cuando debe callar, este cerebro que tuerce los caminos de la razón. Tú en cambio tienes tanta alegría encharcadas en las cunetas de los ojos, tanta esperanza huyendo por los atajos del viento, tanto amor en las arrugas de tu corazón. Qué injusto este azar que te pone cada día en mi mente como si estuvieras escondida en los dobladillos de mi alma…
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