Tejiendo Naufragios

Publicado el Diego Niño

El voto no se pierde

Voto

Votar, en un país con un volumen de abstención electoral es cercano al 60%, termina siendo un acto revolucionario. Pero no se vota para unirse a los ganadores o a los vencidos. El sufragio no es un partido de fútbol ni una apuesta. El voto no se pierde cuando se marca la casilla del tercero, cuarto o último candidato de las encuestas.

Votar, gracias al volumen de ciudadanos, es un acto de la misma naturaleza de quien compra un libro o un disco. En este caso, al votar no sólo se le dice al candidato que le gusta su hoja de vida, su pasado y su plan de gobierno; también se le dice que sin importar si gana o pierde, podrá contar con usted más adelante, cuando se postule a otro cargo de elección popular. Porque, hay que decirlo, se lanzará de nuevo a otro cargo: su trabajo es la política, por tanto estará en las toldas electorales por muchos años.

Pero el voto no sólo premia, también da la posibilidad de castigar: se le dice al candidato “la vez pasada voté por usted, pero no lo haré más porque me sentí defraudado con su administración”. No votar por el candidato es darle la espalda al mentiroso, al tramposo o al cínico. Es hacerle pistola al politiquero.

Se vota para tener la autoridad moral de juzgar al ganador sin importar si se votó por él. Y digo moral porque la normatividad permite vigilar al alcalde a pesar de no haber votado. Sin embargo, ¿con qué autoridad se juzgará si ni siquiera tuvo la voluntad de levantarse de la cama para votar? Quien critica sin sufragar, actúa como el esposo que duerme toda la mañana y en la tarde a grita a su esposa porque estuvo mal hecho el aseo. Nada ni nadie le impide que juzgue y repruebe el aseo. Pero, ¿es justo?

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