Tejiendo Naufragios

Publicado el Diego Niño

El capucho y el celacho

Dicen que el celador se quedó en su puesto a pesar de los gases lacrimógenos, el humo y el agua. Probablemente era nuevo en el puesto (los veteranos desaparecen a la tercera papa-bomba). Cumplió con su deber hasta que colapsó el cuerpo. Dio un paso, trastabilló y cayó. No se movía. Un capucho se acercó, se inclinó sobre el celacho, quizás le habló. Le tocó un brazo, pero el hombre no respondía. Lo levantó como pudo y se lo echó al hombro con dificultad. Caminó hacia la ambulancia sin importarle que los gases se arremolinaban y que las aturdidoras y las papa-bombas estremecían el piso. Algunos fragmentos de ladrillos rodaban hasta los pies que continuaban avanzando sin afán. Eran dos hombres que convergieron a una batalla por motivos no muy claros. Quizás uno estaba por obligación y el otro por decisión. Tal vez uno estaba por necesidad y el otro por convicción. El capucho se tomó su tiempo para transitar los treinta metros que lo separaba de la ambulancia. No sé qué pensó en ese puñado de segundos. Tampoco sabré qué lo impulsó a ayudar al celador. ¿Tiene familiares que trabajan en seguridad? ¿Sintió compasión  por el hombre caído? ¿Tiene convicciones más grandes que las que lo llevaron a encapucharse?

Los pasos, aunque lentos, lo llevaron al lugar en el que lo recibieron dos hombres que lo ayudaron con el cuerpo que empezaba a moverse. Acostaron al celador en la camilla. Movía los brazos con dificultad. Se miraron a los ojos por un segundo. Quizás había agradecimiento en los ojos de uno y alegría en los ojos del otro. El capucho dio media vuelta para regresar a la batalla. Su regreso también fue lento. No miró sobre su hombro ni una sola vez.

*Recreación inspirada en tres fotos halladas en Mr Universitario. Los derechos de las fotografías les corresponden a sus respectivos autores.

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