Están desnudos, sentados en los dos costados de la cama, dándose la espalda. A él le baja una gota de sudor que se pierde en la barba que empieza a encanecer. Ella tiene el cabello recogido en una cola de caballo que le llega a la mitad de la espalda. Entre ellos hay una bolsa de cuero de la que salen monedas.
—No quiero volverlo a ver, —dice la mujer rígida como una piedra.
—¿Por qué?
—¡Todavía se atreve a preguntar!
—Lo hice para que usted no vuelva a…
—¿A qué? ¿A prostituirme? ¡Dígalo! Soy una puta, ¿y qué?, — grita la mujer. Después calla mientras observa a un grupo de campesinos que caminan con bultos de cebada en la espalda.
—No se ponga así, —susurra el hombre.
—Me pongo como me dé la gana. Hágame el favor de coger sus monedas y largarse de una buena vez.
—…
—¿Qué espera? ¡Lárguese!
—Lo hice por usted.
—Ahora me sale con el cuento que lo hizo por mí. ¡Linda disculpa! Tenga huevas y asuma su responsabilidad.
—Quería que formáramos un hogar.
—Y para hacerlo no se le ocurrió nada mejor que traicionar a su amigo. Dígame, ¿qué le hizo él para que usted le pague de esa manera?
El hombre se levanta de la cama y se pone la túnica lentamente. Toma la bolsa y la ata a la túnica. Las monedas tintinean. Se inclina para besar a la mujer, pero ella levanta el brazo derecho en un gesto amenazante. Él sabe que le dará una bofetada si se mueve un milímetro más. Se endereza y camina hacia la puerta.
—Nos jodió a todos por pensar sólo en usted.
—Cuándo va entender, María Magdalena, que no lo hice por mí sino por usted; por los dos.
—No me venga con ese cuento, —dice Magdalena con la voz quebrada y después llora con un llanto silencioso.
El hombre la ve por unos segundos, abre la puerta y se va. Un kilómetro adelante se encuentra con un grupo de hombres armados de garrotes.
—¿Listo?, —le pregunta un muchacho de barba incipiente.
—Sí.
—¿A dónde vamos?
—Al huerto de Getsemaní.
—¿Cómo reconoceremos al que tenemos que apresar?
Judas guarda silencio. Le llega el recuerdo de la mano amenazante de María Magdalena y del beso que no le dio. Después mira al muchacho y responde sin vacilar:
—Es el hombre que besaré cuando lleguemos al huerto.