Pareciera que se apodera de mí una especie de amnesia temporal, como si una gruesa capa de miel bastante pegajosa se encargara de endulzar mi panorama y cubrir mis preocupaciones para que sean menos amargas. Así que luzco mi cabello ondulado, me pinto los labios de rojo puta, uso jeans ajustados y pienso en las copas de vino que me esperan al final de la tarde, vivo en función de la esperanza y de las ganas que pase algo realmente divertido para cerrar la semana laboral.
Como dice uno de los tantos memes que se publican hoy, “Es viernes y mi cuerpo lo sabe” Así llueva, truene o relampaguee hago todo lo posible para que nada empañe este día tan importante, entonces la sonrisa va de oreja a oreja, la libido sube, el ánimo está de pachanga y se abre la maravillosa puerta hacia el fin de semana, que representa reencontrarme con amigos, dormir hasta tarde, relajarme y utilizar mi tiempo como me dé la gana. Siento que nada importa y que todo me divierte… hasta que el efecto de la anestesia empieza a desaparecer el domingo por la tarde. (Buuuu)
¿Pero qué pasa con el lunes, el martes, el miércoles y el jueves? que ciertamente se convierten en 96 horas de altibajos, espera y expectativa. Que de vez en cuando se me alborota la malparidez existencial, otras tantas me quejo de la rutina, del tráfico, de la gente y de miles de cosas más. ¿Pero que tanto estoy haciendo para volver más placenteras mis jornadas? Así como el lunes no tiene la culpa de la vida que yo misma me he labrado y de mi bendita costumbre de aplazar para ese día mi encuentro con la realidad, el viernes no debería ser la única fecha de la semana en donde decido ser feliz de forma consciente. Este año tiene 53 viernes y no tengo que ser una experta en matemáticas, para darme cuenta que debo aprovechar los otros 313 días restantes que ganan en número. (Si, el 2016 es bisiesto)
Así que luego de analizar el fenómeno “Keep Calm it’s Friday”, me doy cuenta que el mundo sigue girando igual, que el sol sigue calentando, que los transeúntes son los mismos, que mi oficina es la misma, que mi cara es la misma, pero lo diferente es mi actitud frente a la vida, por esta sencilla razón es que los viernes todo se ve mejor. Algo similar ocurre en Navidad cuando los bolsillos están llenos y nos dopamos a punta de azúcar con la natilla de arequipe. En definitiva los viernes me recuerdan que debo reírme de mí misma y que debo ver los problemas como lo que son, algo pasajero. Y como no existe un hada madrina fiestera que tenga por misión esparcir todos los jueves a las 11:59 pm un hechizo extraordinario para ser feliz, entiendo que todo está en mi cabeza y por ende depende de mí, hacer de cada día un viernes.
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Imágenes: Lynda Carter –Wonder Woman