Solteras DeBotas

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El extraño que alguna vez amé

 

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«Yo no aprendí a soltar amores
Yo no aprendí a dejarte ir
Eras una apuesta de largo plazo”

Natalia Lafourcade

 

Mi problema fue hacer caso omiso a las señales que me dieron las hojas cuando cayeron de los árboles y al hecho de no recordar que la cena se enfría si demoras en pasar a la mesa. Mi gran error fue olvidar que el tiempo pasa, que las tempestades hacen mella en los sentimientos y que nunca seremos los mismos de ayer.

Te creí mío, te creí permanente, te creí para siempre, como esos amores eternos con desenlace feliz, que solía imaginarme con gran romanticismo y que por miedo a romper el encanto, nunca me atreví a preguntar qué sucedió después de pasar la última hoja, esa donde dice “fin”.

Nunca supe si mi despecho fue por lo mucho que te quise o por darle combustible a la indolente costumbre de tenerte a mi lado, o tal vez confundí el amor con el miedo a la incomprendida soledad y con la angustia de empezar de nuevo. Fue doloroso el primer adiós, porque no solo tuve que alejarme de ti sino de todo aquello que representabas en mi vida.  Pero creo que fue aún más dolorosa la segunda despedida, esa que a través de un golpe de realidad me hizo comprender que de aquel supuesto gran amor, ya no quedaba nada.

…Y los años pasaron…

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Resolví cambiarme de acera con el fin de evitar un saludo embarazoso y me hice la distraída, la de la vista gorda, la que no recordaba tu expresión inteligente y rostro amable de naricita respingada. En caso de ser descubierta en mi falso descuido, pondría como excusa tus kilos de más y la ropa formal de color gris que te hacían irreconocible. En mi defensa alegaría que tu versión actual no coincidió con aquella imagen mental que tenía de ti, pues en la dictadura de mi memoria nunca te di el espacio para envejecer.

Quise evitar las mejillas rojas, los ojos brillantes y confundidos, las fotos de tus hijos que no tengo interés en conocer, las nostalgias alebrestadas y los frenesíes del pasado, que de manera imprudente aparecieron en medio de la calle más absurda de la ciudad. Absurda porque después de mucho tiempo, estábamos juntos en un mismo espacio, pero con la gran diferencia que ya no hacíamos parte de la misma historia. En ese breve momento en el que te vi pasar, deduje que eras un completo extraño que alguna vez amé y que ahora camina en una dirección opuesta a la mía.

Observé la verdadera naturaleza de mis sentimientos que no es estática sino mutable, muy parecida al agua, tan poderosa como para salir de su cauce y al mismo tiempo tan frágil que se evapora ante los rencores y el tedio.  Si yo cambié por añadidura mis circunstancias también, por esta razón algunas personas llegaron y luego con el mismo ímpetu se marcharon de mi vida. Ciertos movimientos no acontecieron por premio o por castigo divino, simplemente porque tenían que suceder. Pues a pesar de su gran intensidad, el amor nunca ha sido eterno y nunca lo será, todo en esta vida tiene un comienzo y un final.

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Imágenes: Audrey Hepburn y Gregory Peck en Roman Holiday

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