Si yo fuera un desarmador de palabras, me ocuparía de quitarles fuerza, autoridad, fuego y veneno, vigencia, vigor y penetración social, a una serie de palabras o frases, cuyo significado natural degeneró, por haber sido usadas de manera inadecuada por personas que, desde el poder, y sin la solvencia moral necesaria, las usaron, las tocaron, las manosearon, volviéndolas nada o envileciéndolas. Es como si el uso de ciertas palabras precisará de legitimidad moral.

1. El valor y el honor militar. Lo único que distingue a un militar de un asesino es el valor y el honor, porque ese valor y ese honor sirven de fundamento y límite al uso de las armas. El militar usa las armas después de ser seriamente entrenado en su disciplina, solo en casos extremos y para defender la vida de sus conciudadanos. Esencial a su oficio es defender, proteger, salvar. ¡Son héroes!

El asesino, en cambio, puede ser entrenado y lo es, tal vez demasiado, pero no busca defender, proteger, ni salvar a nada ni a nadie. Lo suyo es atacar, masacrar, destruir. Carece de honor y de valor, Son cobardes armados y al servicio de criminales que no aman a sus semejantes. ¡Son villanos!

Por eso duele que nuestros altos mandos militares, los militares retirados y sus asociaciones, en vez de reivindicar ese valor y ese honor, reclamado el pronto actuar de la justicia, prefieran apostarle a negar a pie juntillas los excesos criminales de sus hombres, como si no fuera el honor y el valor lo más importante, sino una absurda solidaridad de cuerpo, el tapen, tapen. Renuncian así a ser verdaderos héroes y se abandonan a la condición de villanos.

2. Igualar a la fuerza pública con los bandidos. El sector más conservador del país, tal vez a instancias de su máximo exponente, cuestiona que los militares puedan acogerse al mismo sistema judicial al que son sometidos los guerrilleros desmovilizados.

Ese cuestionamiento es absurdo y carece de toda lógica, por cuanto los beneficios a que tienen derecho son absolutamente generosos, muestra de ello es la cantidad de oficiales y suboficiales que se han acogido a dicho sistema.

Un espectador desprevenido consideraría exagerada esa generosidad. Si se estima que estas son personas a las que se les pagaba para hacer cumplir la ley, el nivel de castigo debería ser mayor. Los bandidos al fin y al cabo eran bandidos y, mal que bien, negociaron con el Estado; pero a los policías y soldados se les pagaba para hacer cumplir la ley, no para violarla, y lo que es peor, uno como ciudadano cree en ellos, son depositarios de la fe pública. Muchas personas les aceptaron su invitación a lugares distantes de sus casas sin saber que los iban a matar.

3. “No estarían sembrando o recogiendo café”. Una frase que seguramente es patrimonio cultural de hombres y mujeres del campo cafetero colombiano, y que al ser utilizada por el gobernante de turno para poner en duda la reputación moral de ciudadanos inermes asesinados por la fuerza pública perdió toda su bondad.

Qué lástima que ya nadie diga esa frase para referirse a una pequeña travesura de algún amigo o miembro de la familia, sino para referirse a quien al pronunciarla parece haberle matado su mágica belleza.

4. “Vayan votando esa ley mientras los detienen” o “Aprueben esa ley, así sea inconstitucional, que mientras la Corte la tumba ya habremos goleado”. Con esas frases, dichas desde el poder, parecen haber institucionalizado en Colombia la ley del atajo y del todo vale y pase lo que tenga que pasar. Es una apología de la falta de vergüenza.

Desde la intimidad de la biblioteca, uno pensaría que esas frases, por malas que sean, cualquiera podría pensarlas, pero salir a decirlas voz en cuello y desde el poder es un absoluto desafuero ético y estético. ¡Desvergonzados! Qué mal ejemplo para las nuevas generaciones.

5. “El que pone la plata pone las condiciones”. Esta frase ha hecho carrera en nuestro país desde que tengo memoria y se salió de madre, desde que el poder económico decidió, sin ningún pudor, apoderarse también del sector político.

Tanta arrogancia detrás de la mera posesión material, tanta ceguera y tanta falta de generosidad y solidaridad con los que nada tienen. Eso que son católicos, o tal vez por eso, prefieren la caridad cicatera y mirar desde arriba a los destinatarios de su limosna, a la solidaridad que implica generosidad y mirar a los ojos del otro frente a frente, entendiendo que somos semejantes y que lo único que nos distingue son los designios de Dios o del Azar.

En los países nórdicos, que son lo más parecido al paraíso sobre la tierra, los detentadores del poder económico tienen serias limitaciones para acceder al poder político, éste básicamente se lo disputan los partidos políticos como aquí, pero éstos tienen detrás, una sociedad civil organizada en sindicatos, ligas de usuarios y ligas de consumidores.

En alguna de sus aventuras, El Quijote y Sancho poseídos por él hambre tuvieron la suerte de encontrar un pan. El escudero lo tomó y partió un pedazo pequeño y se lo ofreció a su amo quedándose con la porción más grande, a lo que El Quijote lo reconvino con singular vehemencia, diciéndole más o menos así: Detente oh, Sancho, hijo de puta, malparido, has de aprender hoy y para siempre la más elemental fórmula de la justicia: “el que parte no escoge”.

Todo parece indicar que los nórdicos leyeron a Cervantes, y aquí en vez de eso, nos hemos inspirado para construir nuestra justicia social en esa frase arrogante que propicia de manera impúdica la lucha de clases: “El que pone la plata pone las condiciones”. ¡Terrible error! Si el Derecho y la Política (así con mayúscula), no están al servicio de los más débiles, no sirven para nada.

6. “El que le presta plata al amigo, pierde la plata y pierde el amigo”. Esta frase terrible que rompe la confianza en el otro y nuestro tejido social, debió ser ocurrencia de un banquero o de uno de sus más inteligentes empleados.

Desde esta frase que parece ser ley en nuestra sociedad, se logró romper los vínculos de solidaridad y de confianza que existían en el pasado. Dicen que los abuelos hacían sus negocios de palabra y la palabra empeñada era la ley, hasta que los bancos lograron romper esos vínculos para hacer más próspero su negocio y más pobre la vida en comunidad.

“Para el argentino, la amistad es una pasión y la policía una mafia”, decía don Jorge Luis Borges, y esto debió haberse acentuado después del llamado “Corralito financiero” en el que definitivamente perdieron la fe en la banca mundial. Nosotros aún creemos en ella más que en los amigos.

Por mi parte, yo nunca renunciaré a la amistad de los generosos amigos a quienes les debo, por lo menos hasta que les pague; y me seguiré preguntando, ¿quién sería el genio perverso a quien se le ocurrió semejante puñal contra la confianza y la amistad sincera y solidaria? ¿Cuántas personas se habrán quitado la vida por no encontrar salida a sus dificultades por cuenta de esta ley?

7. “¿Cómo voy yo ahí?” O el llamado CVY. Desde los años 80 el sector público en Colombia comenzó a ser tomado por el sector privado. Las comisiones mercantiles usadas entre empresarios para sus negocios, comenzaron a introducirse en el sector público pero duplicándolas o triplicándolas, y hasta más.

Como se trataba de lo público, se evitaba el término comisión y se utilizaba en voz baja el de coima o mordida. El pudor agonizaba.

Todos entendían que esta práctica era algo inmoral, había algún respeto todavía por lo público que, sin que nadie supiera, desaparecía.

Tanta fuerza y valor cobro esta práctica, que un expresidente se volvió famoso por proponer reducir la corrupción a sus justas proporciones. Se decía entonces en un tono más alto y más tranquilo, que la comisión o coima o mordida justa, era del orden del 10%.

Siempre la comisión era la consecuencia de ayudar a la realización de un negocio, pero los tiempos cambian y hoy la comisión es, casi siempre, la causa y la finalidad del negocio.

Esto es lo que se conoce hoy como el CVY. El intermediario es el que propone el negocio, junta al privado y al público y lo primero que pone de presente es: ¿cómo voy yo ahí?

Se olvidó el 10% que ya parece irrisorio y a veces la comisión supera el valor del objeto del contrato.

Dicen que cerca de 50 billones de pesos al año produce en utilidades este emprendimiento del nuevo poder político en Colombia, los intermediarios.

8. El salario mínimo. El salario mínimo surgió, como su nombre lo indica, buscando cubrir con él las necesidades mínimas de los trabajadores. Es un derecho del trabajador y una obligación mínima del empleador.

Con esa exigencia mínima legal, el Estado les dice a los empresarios lo que, según sus cálculos, un trabajador necesita mínimamente para vivir. Es una norma orientada a las pequeñas empresas, que no producen grandes utilidades para pagar salarios más grandes.

Pero Colombia es un país maravilloso, todos los empresarios, los grandes y los medianos, renunciaron a su natural arribismo y se igualaron con los más pequeños; todos se pegaron del bendito salario mínimo.

Sin importar sus utilidades, por enormes que éstas sean, pagan el salario mínimo. En verdad son unos prohombres que, además, consideran que le hacen un enorme favor al trabajador dándole trabajo y por supuesto, pagándole el bendito salario mínimo.

Salvo contadas, y por ello, admirables excepciones, como la del empresario y Exalcalde de Cali Maurice Armitage, quien paga cuatro salarios mínimos como salario mínimo dentro de su siderúrgica, y además, distribuye el 10% de las utilidades cada tres meses entre sus empleados; los empresarios colombianos no son generosos, son egoístas y avaros.

¿Por qué no dar voluntariamente, el 10, el 20, el 30 o más porcentaje, de las ganancias netas a los trabajadores que me ayudan a conseguirlas?

Con razón dicen que Pablo Escobar decía que los ricos colombianos eran demasiado pobres.

9. “Ya no se puede confiar en nadie”. Creo que todas las constituciones del mundo contienen el principio de la buena fe. A las personas hay que creerles.

En Colombia este principio en materia legal hay que estarlo reivindicando permanentemente, y en la vida social se ha diluido, se ha deshecho. El tejido social está roto. Nadie cree, nadie confía en el otro. Los amigos reales escasean y las personas viven ocupadas en sus negocios o en cómo sobrevivir, y el otro se convirtió en un rival, un competidor, un enemigo o un solemne desconocido. Los amigos están siendo reemplazados por un sicólogo, un sicoanalista o un coach. Asistimos a la extinción de las amistades reales y la soledad dejará de ser voluntaria y se convertirá en sinónimo de abandono. ¡Ojalá esté equivocado!

10. Cristianos. Jesucristo logró ser el centro de la historia para un importante sector de la humanidad; hoy es seguido por más de 1.500 millones de personas en el mundo, y en Colombia por el 99% de la población.

Según cuentan las escrituras, enfrentó el poder imperante, mostró su predilección por los humildes y por los más débiles, sacrificó su vida enarbolando las banderas del amor, el perdón, la reconciliación y la paz. Ideas todas estas afines a la izquierda del espectro político.

Uno se pregunta, si hoy resucitara en Colombia y escogiera militar en un partido político, ¿cuál escogería? La mayoría de sus seguidores militan en los partidos tradicionales de derecha, ¿estarán equivocados de partido? O será que los ateos y escépticos se aproximan más a su ideario como producto de uno más de sus milagros.

11. Derechos y obligaciones. Cuenta la historia que, una vez promulgada la ley de divorcio en 1976, un grupo significativo de las mujeres de la clase alta de Bogotá hizo una manifestación en silencio y de luto hasta las afueras del Palacio de San Carlos, donde funcionaba la casa presidencial para la época.

Enterado de la situación, el presidente de la República salió a recibirlas e invitó a ingresar al palacio a un grupo de sus directivas, damas con las que el presidente tenía, además, una gran empatía. Estas, entusiasmadas, le preguntaron si él iba a retirar la ley de divorcio.

El presidente las saludó alborozado, las felicitó por la organización de la marcha, y les dijo que no iba a retirar la ley, pero que les tenía una excelente noticia.

Ustedes van a poder seguir casadas, les dijo, porque la ley de divorcio consagra un derecho y no una obligación.

Desde entonces, se sigue repitiendo lo mismo en Colombia, no se entiende porqué a las mayorías les molesta tanto que a las minorías se les concedan derechos como el de poner fin a los dolores a través de la eutanasia; evitar tener un hijo no deseado; casarse con una persona del mismo sexo, o que parejas del mismo sexo adopten un hijo abandonado por una pareja heterosexual.

Hace falta una gran pedagogía que les permita a los ciudadanos distinguir entre lo que es un derecho y lo que es una obligación, para que no se molesten cuando a las minorías se les haga alguna concesión.

Y tú, amigo lector, ¿qué palabra o qué frase desarmarías?

Avatar de José Ricardo Mejía Jaramillo

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