El presidente Petro no es lo peor que ha habido. Aquí seguimos hablando de él después de treinta y un meses.

El otro día el analista Germán Yances me decía que “la oposición, con tal de no darle a ganar un punto a Petro, se puso del lado de Trump”. Creo que está en lo cierto. ¡Hay que leer las cosas que dijeron el fin de semana los columnistas!

En El Espectador, (“Diagnóstico reservado”), Ramiro Bejarano le achaca su primer triunfo internacional a Trump gracias a la torpeza de Petro. “Le propinó la más estruendosa muenda que no olvidará mientras viva y pasará a la historia como la más grande humillación sufrida por Colombia, que nos hizo recordar la pérdida del canal de Panamá…”.

No, mi querido Ramiro, esta no es “la más grande humillación” que ha sufrido esta sufrida nación.

Nada iguala las vergüenzas que hemos pasado planetariamente tras la separación de Panamá, vendida por la bicoca de 25 millones de dólares, bajo el gobierno del conservador Manuel José Marroquín. Vender un brazo no es una tragedia menor. Ni qué hablar del estigma que nos legaron los narcos a partir de los años 80: al presidente Samper le quitaron la Visa tras el escándalo de los narco-casetes y quedamos como un país de mafiosos. Cómo olvidar la humillación en pleno Mundial de fútbol (USA 94), por el autogol frente a Estados Unidos, que le costó después la vida al tristemente célebre Andrés Escobar.  

¡Qué exagerado o sobreactuado el columnista Bejarano! Más adelante asevera que Petro “hoy es el hazmerreír del planeta”.

Después de un siglo largo, el mundo ya no recuerda que fuimos los dueños de Panamá. O que en su momento (1989), Gabriel García Márquez condenó en una columna del diario Granma de Cuba la intervención de Estados Unidos en Panamá,  en tiempos de George Bush papá y el dictador Antonio Noriega. Los escritores e intelectuales algo tenían que decir contra esa tiranía norteamericana.

En cambio, yo sí recuerdo que el mayor hazmerreir del mundo, a la fecha, sigue siendo Cesar Gaviria tras la fuga de Pablo Escobar. Se burló de todo un país desde la Cárcel de La Catedral. Pena ajena sentimos. De esas narco-épocas nada que nos levantamos y la violencia se mantiene por el negocio, socio.

No creo que el mundo se esté riendo de Petro. No somos el ombligo del universo. El planeta está pendiente de las locuras de Trump (cada día sale con una nueva) o de si habrá un nuevo orden mundial a partir de su guerra comercial. Desde hace rato, estamos en un desorden mundial que mejor echémonos a llorar o pongámonos en cadena de oración. La quejadera es lo de estos tiempos.

En su columna “Entre bravucones” también exagera nuestra escritora Piedad Bonnett al hablar de los “cientos de colombianos que perdieron sus citas para las visas y tuvieron gastos imprevistos y zozobra. Y todo para terminar reculando y bajando la cabeza, en un acto que no sólo lo humilló a él sino al país entero”.

¡Qué horrible ese verbo recular! Solo intenten conjugarlo en los diferentes tiempos, empezando por el yo reculo y tú también. Peor esa otra expresión: patrasear (echarse atrás), verbo pronominal usado coloquialmente en Colombia.

Retroceder, claudicar o desistir suenan más elegantes.  

Recuerdo que cuando llegó la pandemia a Colombia, en marzo de 2020, yo tenía mi cita para entrevista en la embajada para renovar la visa. La cancelaron por culpa del virus y la entrevista se postergó para dos años después; luego la corrieron para 2024. Lo que quiero decir es que ni morí ni el mundo se acabó entonces. Hace un año largo tengo la visa y ni maleta tengo, quizás porque no sufro de estadouniditis.

Se tiene la visa porque nunca se sabe cuándo realmente se va a necesitar. Con ella o sin ella, la vida sigue.

¿Saben que si extraño? Esas épocas en que los escritores colombianos asumían, sin dobleces, una postura política respecto a lo que pasaba en el mundo. Eran menos domésticos, se tenía una visión amplía del presente, mirando más allá de lo evidente. Por encima de las gafas se ve la sala de nuestra casa.

Recordemos que en 2001, Gabriel García Márquez y otros escritores y artistas firmaron una carta de protesta contra el gobierno español (a cargo del conservador José María Aznar), por exigirle visa a los colombianos para entrar a la que se supone es nuestra Madre Patria. Lo secundaron Fernando Botero, Álvaro Mutis, Fernando Vallejo, William Ospina, Darío Jaramillo Agudelo y Héctor Abad Faciolince.

“Los hispanoamericanos no podemos ser tratados por España como unos forasteros más. (…) Somos hijos, o si no hijos, al menos nietos o bisnietos de España”, se quejaron los intelectuales por escrito. Estoy seguro de que de haber existido Twitter, habrían trinado en esa red social que —para gusto de unos y disgusto de otros—, es el telegrama de nuestro tiempo. La forma de comunicarnos cambió, nosotros envejecemos y queremos que todo siga siendo como antes. No señores: el mundo que conocimos quedó atrás.

Cuando recibió el Premio Nobel, en 1982, Gabo tomó la vocería por el continente en el discurso que tituló “La soledad de América Latina”. (Escucharlo aquí en la voz de Gabo).


Echo de menos esa época en que los intelectuales colombianos se juntaban epistolarmente ante las injusticias del mundo y sus gobernantes. Los intelectuales eran personas sumamente respetables. Y su opinión necesaria. ¿Dónde está la intelectualidad colombiana? ¿Cuántos son y de qué están hablando hoy? ¿Se podrían contar con los dedos de la mano o son más de cinco?

La prensa del fin de semana fue una perorata al unísono contra Gustavo Petro sobre lo que ya sabíamos, porque la mayoría no están diciendo nada que no sepamos ya.  Se repite el mismo discurso antipetrista con diferentes palabras y tonalidades, unos más documentados que otros, unos más rabiosos que otros. Todos quieren ver fuera a Petro rapidito, del mismo modo que el gringo quiere fuera a los colombianos de su reino.

Petro no es perfecto porque gobernar es en sí mismo un acto altamente demencial y suicida, donde las debilidades y vulnerabilidades de cada gobernante quedan expuestas; Petro es humano y como humano no creo que cambie, porque nadie cambia de la noche a la mañana, menos con el timón en las manos.

Lo acusan de narcisismo (la periodista Juanita León sin ser psiquiatra enlistó ese calificativo en el quinto lugar de lo que ella llamó “Cinco rasgos del liderazgo de Petro que reflejó el episodio de Trump”).

Juanita: el egotismo es una característica inherente al poder, en cualquiera de sus formas: político, empresarial, incluso periodístico. Cada quien se engrandece dependiendo qué tanto se crea su propia grandeza. En lo puntual, no se llega a presidente de un país sin una dosis alta de engreimiento.

El arranque del perfil debajo de la nota que firma Juanita León es elocuente: “Soy la directora, fundadora y dueña mayoritaria de La Silla Vacía”. Todos queremos ser grandiosos. O grandiosas. Cada cual se cree dios o semidios a su manera y en sus terrenos. Queremos ser reyes aunque nos falte el reino.

Dice Juanita León: “Esta percepción sobre su estado mental se desprende de los miles de mensajes en redes sociales y memes”. No, Juanita, para determinar el estado mental de cualquier persona la medicina tiene protocolos. Mañana nadie te puede tratar de loca por lo que escribes en tu portal.

Podemos cuestionar y concederle algo al otro como fórmula despolarizadora. William Ospina, crítico de Petro, a quien considero un intelectual de quilates, juicioso, culto e informado, con una mirada universal de la realidad, en su análisis sobre la personalidad de Trump, puso en su columna de El Espectador del domingo (“Elogio del enemigo”), una frase en la que todos podríamos examinarnos: “Que otros obren equivocadamente no significa que nosotros estemos haciendo lo justo”.

Quizás sea el momento de que el señor presidente y sus detractores miren cuánta paja se les metió en el ojo.

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