
«Después de los atentados a las Torres Gemelas en los Estados Unidos el 11 de septiembre del 2001, una empresa que tenía sus oficinas en el World Trade Center invitó a sus ejecutivos y empleados que por alguna razón habían sobrevivido al ataque, para compartir sus experiencias.
La gente estaba viva por las razones más pequeñas, eran pequeños detalles como estos:
– Al director de una compañía se le hizo tarde porque era el primer día de kínder de su hijo.
– Una mujer se retrasó porque su despertador no sonó a tiempo.
– A uno se le hizo tarde porque se quedó atorado en la carretera en la que había un accidente.
– A otro sobreviviente se le fue el autobús.
– Alguien se tiró comida encima y necesitó el tiempo para cambiarse.
– Uno tuvo un problema con su auto, que no arrancó.
– Otra regresó a contestar el teléfono;
– Otra, se le adelantó el parto!
– Otro no consiguió un taxi.
Pero la historia más impresionante fue la de un señor que se puso un par de zapatos nuevos esa mañana, y antes de llegar al trabajo le había salido una ampolla. Se detuvo en la farmacia por una curita y por eso está vivo hoy. Cuestión de segundos…
Ahora, cuando me quedo atorado en el tráfico, cuando pierdo un elevador, cuando regreso a contestar un teléfono y muchas otras cosas que me desesperan, pienso primero:
“Este es el lugar exacto en el que debes estar en este preciso momento”…
Encontré este texto en una página de la BBC y me pareció supremamente reflexivo.
Siempre he pensado que el destino está detrás de todo, de los retrasos o de los momentos a tiempo, de las situaciones del diario vivir. Para mal o para bien estamos en el lugar que debemos estar.
Me ocurrió algo muy particular esta semana. Tenía que cumplir una cita muy temprano, salí y comencé a estresarme con los trancones típicos de Bogotá. Comencé a zigzaguear en la autopista norte, mirando el Waze cada tanto, buscando la mejor ruta. Tomé la calle 100 y como está en obras el tráfico es peor. Por fin pude llegar a mi cita con algunos minutos de retraso, buscando un parqueadero, para ese momento ya estaba de mal genio, estresada por el trancón, por la hora, por todo.
Al salir de la cita aprovechando que estaba cerca pasé a la funeraria de la 98 a recoger un papel. Cuando entré a la funeraria sentí que todo estaba en cámara lenta, que el ruido del tráfico, esa energía fuerte y cargada de las calles iba quedando atrás… El silencio, las salas adornadas con coronas, algunas personas entrando a las salas con su mirada triste… Pensé, al final corremos tanto en la vida por una cosa y por otra, el afán del día, la presión financiera, las cargas que nos ponemos en la espalda por cosas que queremos cumplir, por cosas que no resultan… Y finalmente la vida no exige tanto, somos nosotros los que corremos. Cuando salí de ese lugar, vi el tráfico, la luz del sol que había ignorado desde que salí por el afán… Y el regreso, a pesar del tráfico, me dejó de estresar…
Estamos donde debemos estar nos guste o no, viendo lo que debemos ver, con quienes debemos estar y cada instante de nuestra vida, a pesar de los “trancones” que traiga la vida en cada aspecto, no vale la pena afanarse ni estresarnos, estamos aquí por algo.. . y pasará lo que tenga que pasar.
La próxima vez que tu mañana no arranque bien, que se te haga tarde, que tus hijos se tarden en vestirse, no encuentres las llaves del carro, te encuentres todos los semáforos en rojo, se pinche una llanta del carro, tengas que hacer una parada en una estación para ponerle gasolina al carro, se pase el Transmilenio que te servía, te deje el avión, no salgan las cosas como quieres o como las imaginaste, entre otras cosas… No te frustres, tómalo con calma. Estás en el lugar correcto.
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