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Tiempo de balances

En esta época las compañías, los medios de comunicación, los bancos, entre otros, comienzan a hacer el balance de fin de año. Hasta las aplicaciones de música nos envían cuál fue nuestra canción más escuchada, cuál fue nuestro artista favorito, hasta cuántos minutos al año le dedicamos a la música, entre otras cosas.  Y aunque este año ha sido tan atípico para todos, que nos cambió la manera de vivir la vida, creo que el balance se resumiría en un interrogante:  

Si el 2020 te pudiera preguntar: ¿Qué te he enseñado? ¿En qué has cambiado? 

¿Cuál sería tu respuesta?

Aquí va la mía:  Yo tuve muchos aprendizajes, sin lugar a dudas el más importante de todos fue el valor de la libertad. Cuando estábamos en cuarentena, con tantas restricciones, realmente yo no extrañaba salir, yo lo que realmente extrañaba era la libertad de elegir.  Y valoré o más bien caí en cuenta de lo importante que es la libertad en el ser humano. 

Aprendí a valorar el aire y a disfrutar lo placentero que es sentir el viento rozando mi cara y mis mejillas. Tal vez algo tan simple como respirar tranquilamente nunca lo había sentido tan profundamente.

Este año me mostró la verdadera amistad.  Por más restricciones que existan, pase lo que pase, a quien verdaderamente le importas te busca y te lo demostrará con hechos. También me enseñó que hay mil maneras de decirle a alguien: Estoy presente, estoy aquí para ti. 

Fueron días difíciles, pero tuve amigos que a punta de detalles, como un vino, un pastel, un tamal con envuelto, un mensaje, una conversación, hacían que cada día fuera especial.  Un día nos reunimos unos minutos por internet para hacer un brindis por la vida.  Algo tan sencillo que tal vez, si la pandemia no hubiera aparecido, no lo haríamos. 

Aunque siempre he valorado a mi familia como lo más importante que uno tiene en la vida, extrañé mucho su compañía física, extrañaba nuestros almuerzos de domingo, en esa época en donde no nos podíamos reunir. 

Este año me enseñó lo importante de la compasión por otros seres, poco importaba si no los conocía al ver su sufrimiento en las noticias, o la manera en que crecían las cifras de fallecidos por esta pandemia en el mundo, me di cuenta que estoy viva, al sentir tristeza por tantas familias y por tantas historias de sufrimientos por causa de este virus.  

Aprendí que los seres humanos nos recuperamos de casi todo. Al comienzo hubo un caos pero, poco a poco nos fuimos acomodando y haciéndonos la vida como venía. 

Con el distanciamiento social comprobé cuánta razón tenía el alemán Bertolt Brecht cuando escribió su poema titulado: La Piel 

La piel, de no rozarla con otra piel se va agrietando…

Los labios, de no rozarlos con otros labios se van secando…

Los ojos, de no mirarse con otros ojos se van cerrando…

El cuerpo, de no sentir otro cuerpo cerca se va olvidando…

El alma, de no entregarse con toda el alma se va muriendo.

He escuchado que mucha gente dice que este 2020 es un año para olvidar, qué fue lo peor que nos pudo pasar. Eso me hizo acordar de una fábula que aparece en el libro: “El Monje que vendió su Ferrari” de Robin S. Sharma. 

Pedro era un niño muy tranquilo, todos le querían: su familia, sus amigos y sus maestros. Pero tenía una debilidad, era incapaz de vivir el momento. No había aprendido a disfrutar el proceso de la vida. Cuando estaba en el colegio, soñaba con estar jugando fuera. Cuando estaba jugando afuera soñaba con las vacaciones de verano. Pedro estaba todo el día soñando, sin tomarse el tiempo de saborear los momentos de su vida cotidiana. 

Una mañana, Pedro estaba caminando por un bosque cercano a su casa. Al rato, decidió sentarse a descansar en un trecho de hierba y al final se quedó dormido. Tras unos minutos de sueño profundo, oyó a alguien gritar su nombre con voz aguda.

Al abrir los ojos, se sorprendió de ver a una mujer de cabello blanco a su lado. En la mano de la mujer había una pequeña pelota mágica con un agujero en su centro, y del agujero colgaba un largo hilo de oro.

La anciana le dijo: “Pedro, este es el hilo de tu vida. Si tiras un poco de él, una hora pasará en cuestión de segundos. Y si tiras con todas tus fuerzas, pasarán meses o incluso años en cuestión de días” Pedro estaba muy emocionado por este descubrimiento. “¿Podría quedarme la pelota?”, preguntó. La anciana se la entregó.

Al día siguiente, en clase de ciencias, Pedro se sentía inquieto y aburrido y solo pensaba en salir al recreo. De pronto recordó la pelota mágica. Al tirar un poco del hilo dorado, se encontró en su casa jugando en el jardín. Consciente del poder del hilo mágico, se cansó enseguida de ser un estudiante de colegio y quiso ser adolescente y tiró una vez más del hilo dorado.

De pronto, ya era un adulto y tenía una bonita amiga llamada Elisa. Pero Pedro no estaba contento, no había aprendido a disfrutar el presente y a explorar las maravillas de cada etapa de su vida. Así que sacó la pelota y volvió a tirar del hilo, y muchos años pasaron en un solo instante. Ahora se vio transformado en un hombre adulto. Elisa era su esposa y Pedro estaba rodeado de hijos. Pero Pedro reparó en otra cosa. Su pelo, antes negro como el carbón, había empezado a encanecer. Y su madre, a la que tanto quería, se había vuelto vieja y frágil. Pero él seguía sin poder vivir el momento. De modo que una vez más, tiró del hilo mágico y esperó a que se produjeran cambios.

Pedro comprobó que ahora tenía 90 años. Tenía su cabello blanco, su esposa había muerto unos años atrás. Sus hijos se habían hecho mayores y habían iniciado sus propias vidas lejos de casa. Por primera vez en su vida, Pedro comprendió que no había sabido disfrutar de las maravillas de la vida. Había pasado por la vida a toda prisa, sin pararse a ver todo lo bueno que había en el camino.

Pedro se puso muy triste y decidió ir al bosque donde solía pasear de niño para aclarar sus ideas.  Al adentrarse en el bosque, advirtió que los arbolitos de su niñez se habían convertido en robles imponentes. Se tumbó en un trecho de hierba y se durmió profundamente.

Al cabo de un minuto, oyó una voz que le llamaba. Alzó los ojos y vio que se trataba nada menos que de la anciana que muchos años atrás le había regalado el hilo mágico. “¿Has disfrutado de mi regalo?”, preguntó ella. Pedro no vaciló al responder: “Al principio fue divertido pero ahora odio esa pelota. La vida me ha pasado sin que me entere, sin poder disfrutarla. Claro que habría habido momentos tristes, como cuando mi mamá moriría  o mi esposa y también momentos estupendos, pero no he tenido oportunidad de experimentar ninguno de los dos. Me siento vacío por dentro. Me he perdido el don de la vida.  La anciana lo miró y le dijo: “te concederé un último deseo”.  Pedro pensó unos instantes y luego respondió: “Quisiera volver a ser un niño y vivir otra vez la vida”. Dicho esto se quedó otra vez dormido.

Pedro volvió a oír una voz que le llamaba y abrió los ojos. Era su madre de pie a su lado. Tenía un aspecto juvenil, saludable y radiante. Pedro comprendió que la extraña mujer del bosque le había concedido el deseo de volver a su niñez.

Pedro saltó de la cama al momento y empezó a vivir la vida tal como venía. Conoció muchos momentos buenos, muchas alegrías, triunfos y también pasó momentos muy duros, pérdidas, fracasos, tristezas, pero nunca quiso escapar de ello, porque sabía que todo lo que vivía por muy bueno o muy duro que fuera era parte de su vida y de su aprendizaje. Todo empezó cuando tomó la decisión de no sacrificar el presente por el futuro y empezar a vivir en el ahora, con todo lo bueno y con todo lo malo. 

Nadie puede escapar de lo que le toca vivir. No podemos huir de lo que nos depare el destino, todos tenemos momentos buenos y momentos malos… pero TODO deja un aprendizaje y hace parte de nuestra leyenda personal.  Así que creo, como esta fábula, que este año, a pesar de todo lo malo, fue un aprendizaje. Puso en valor lo realmente importante. ¿Desearía saltarnos este año?  mi respuesta es No. Con todo lo bueno y con todo lo malo.   

Si el 2020 te pudiera preguntar: ¿Qué te he enseñado? ¿En qué has cambiado? 

¿Cuál sería tu respuesta?

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