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Nos quedan 24 horas

Nos quedan 24 horas
Nos quedan 24 horas

 

Hace mucho tiempo me he venido cuestionando acerca de la muerte y su importancia en nuestra vida. Creo que es un ejercicio incluso, saludable, es como un viaje a la realidad que me permito dar cada cierto tiempo, para no perder de vista lo que realmente es importante en la vida.

¿Qué tal si la muerte viniera a buscarnos de forma diferente? Es decir, no morimos por alguna enfermedad, ni vejez, ni accidente, ni nada por el estilo. Sino que a todos nos llega una carta en diferentes momentos de la vida, cuando hemos cumplido nuestro paso por la tierra. Nos anuncian que nos quedan las últimas 24 horas de vida. Nadie podría negociar con esa carta, esconderse, luchar, pedir un día más, nada, es algo irreversible. No existirían los funerales, pues todos, pasadas las 24 horas después de recibida la carta, nos evaporamos, como el último suspiro de una vela que llega a su fin.

Una carta que diga:

Hola______, tu tiempo ha terminado. Te quedan las últimas 24 horas de vida.

Al realizar este ejercicio reconozco que comenzó como algo jocoso pero, a medida que iba pensando en cómo serian mis últimas 24 horas, iba tomando un tinte un poco más serio, más sublime, más profundo, más real. Así que me tomé este ejercicio muy en serio y aquí comienzo a describir todo lo que serian mis últimas 24 horas de vida.

Lo primero que haría sería llamar a mis hermanas, contarles que me ha llegado la carta. Les pediría que nos reuniéramos con mis sobrinitos, mis cuñados, todos juntos. Ya no habría tiempo que viajara mi hermana mayor para darle un último abrazo, así que acordaríamos vernos en skype para compartir la última cena todos juntos en familia.

Correría a los brazos de un amigo a quien adoro y le daría todos los besos que a este momento no le he dado. Me fundiría en su pecho, como un acto maravilloso de amor. Le mostraría la carta y le diría una y mil veces <te quiero> y no asumiría tontamente que ya lo sabe. Lo abrazaría una y otra vez, acariciaría su mejilla, lo consentiría y besaría sus manos grandes y fuertes. Por momentos olvidaría que son mis últimas horas a su lado y conversaríamos de nuestros temas de siempre, de todo y de nada, con la certeza que esos nadas para mi fueron más importantes que muchos todo. Le diría lo bien que su vida ha hecho en la mía y todo lo que he aprendido a su lado. Creo que despedirme de él me haría caer en cuenta, una vez más, que no importa cuánto estemos preparados para este momento, despedirnos de nuestros seres más amados es lo más difícil de la vida.

Llamaría a unos cuantos amigos (a) para saludarlos, no les contaría acerca de la carta y, cuando surja el – ¿Cuándo nos vemos? La respuesta, casi automática –Un día de estos- Vendría con una gran revelación, de por qué tenemos esa manía de posponer todo como si fuéramos eternos.

A otros más cercanos les contaría y les agradecería su compañía y los gratos momentos de amistad y a todos ellos les dedicaría una canción de Alberto Cortes: A mis amigos.

Como se lo doloroso que es sacar la ropa y las cosas personales de nuestros seres queridos cuando parten de este mundo, empacaría toda mi ropa y cosas y saldría a la calle y las regalaría. Y así les evitaría a mis hermanas tener que hacerlo.

Volvería a casa y grabaría un video de despedida, primero que todo agradeciendo a todas las personas que hicieron parte de mi vida. A quienes fueron una estación y a las que han sido un camino.

Creo que diría que a mis treinta y pico lo que he aprendido es que los seres humanos a lo largo de la vida morimos muchas veces. Pensamos que no nos vamos a poder levantar y cuando menos lo creemos estamos de pie. Tal vez no enteros como antes, pero estar nuevamente de pie termina siendo una ganancia.  Nos reinventamos. Como conclusión final diría dos cosas: que la vida no se trata de pensar tanto y tener, sino de sentir. Y que lo único que realmente vale la pena hacer en la vida, es lo que hacemos por los demás.

Con mi familia vería el último atardecer detenidamente, tomaría una última foto para mi colección de cielos en Instagram y la titularía con una frase de una canción de Poligamia “si tu quieres encontrarme búscame en el atardecer”, que sería como un mensaje para quienes me conocieron.

Y en compañía de mi familia pediríamos una pizza margarita, abriríamos una botella de vino, de preferencia un Malbec, pues ya no importaría mucho si me produce taquicardia.  Les agradecería por su compañía, por su amor, por ser las mejores hermanas que pude tener y las abrazaría muy fuerte. Les dejaría un seguro de vida con una clausula: tendrán que utilizarla en experiencias no en cosas. Porque lo importante de la vida no es acumular cosas materiales.  Lo más importante es vivir experiencias en compañía de quienes más queremos, como un viaje, un paseo, algo que sea para compartir y que les deje un buen recuerdo.

Escucharía con un poco de nostalgia la canción Las Cuarenta en versión de Andrés Cepeda. A Dean Martin con Everybody loves somebody y finalizaría mi vida con What a wonderful world de Louis Armstrong. Y como una vela apagándose, hasta el último suspiro.

Al hacer este ejercicio les pregunté a varias personas qué harían y casi todas llegaron a la conclusión de estar junto a quienes aman y todo lo demás perdería importancia. Cuando le pregunté a Tatiana Munevar qué haría, me respondió que de inmediato estaría con su esposo y su hijo, visitaría a su hermana y le grabaría un video a su hijo Lucas, preparándolo para la vida. Camilo Rincón me dijo que él estaría con sus amigos y su familia. Jorge Castañeda me dijo que él no le mostraría la carta a nadie, para que no sufrieran antes de tiempo, solo se pasaría esas 24 horas junto a su familia y amigos.

Con una de mis hermanas, de hecho con la que tuve una larga conversación sobre este tema, llegamos a la conclusión bastante lógica y que a veces olvidamos y es que, cualquier día puede ser nuestras últimas 24 horas y no lo sabemos. Por eso es tan importante darle valor a lo que realmente vale la pena. Dejar de lado lo superfluo, lo frívolo y dejar de perder tanto el tiempo en cosas que no valen la pena. Lo único que importa al irnos es todos los besos y abrazos que dimos, el amor que le profesamos a nuestros seres queridos, las experiencias vividas, las buenas obras, la huella que dejamos en los demás. Nada nos cuesta ser un poco más buenos cada día.

A todos nos ocurre que en ocasiones le prestamos demasiada atención al éxito, al dinero, al trabajo, a la imagen que queremos proyectar, a la foto perfecta en redes sociales, a conseguir cosas que verdaderamente no necesitamos y a veces las ponemos por encima de las personas y sacrificamos momentos maravillosos con nuestros seres queridos.

Hoy los invito a hacer esta reflexión.

Si hoy comenzarán a trascurrir sus últimas 24 horas de vida, ¿usted qué haría?

En twitter: @AndreaVillate

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