Relaciona2

Publicado el

Fluir

Atardecer en Santa Marta

 

A veces nos toca renunciar a los sueños. Es un hecho. Y también es un hecho que cuesta mucho aceptarlo. Creemos, falsamente, que tenemos el control total de nuestra vida y que todos los sueños y anhelos que tengamos los podemos realizar si “le metemos ganas y tomamos las decisiones correctas”. Hay quienes dicen que con solo imaginar lo que queremos y actuar en consecuencia es la clave para conseguir lo que nos propongamos. Y no hay nada más alejado de la realidad que eso.

Escribir sobre renunciar a los sueños no es fácil para mí aunque, debería serlo. Hace algunos años escribí en mi web personal la lista de cosas para hacer antes de morir. Era la lista de sueños que quería llevar a cabo.

Entre esa lista, bastante larga por cierto, había escrito cosas que quería lograr, lugares que quería conocer y algunas otras cosas que quería aprender. Algunas las he ido cumpliendo, otras no y otras ya no me interesa hacerlas.

Creo que de esa lista lo más importante que quería lograr era tener hijos. Ese era mi deseo principal. Desde muchos años atrás quería tener una hija y desde que era adolescente le tenía nombre, se llamaría Guadalupe. Pensaba mucho acerca de cómo sería sentirse en embarazo, debía ser mágico sentir otro corazón latiendo dentro de mí, ver su crecimiento en las ecografías, cómo se iba formando poco a poco, fantasear con su carita, aquellas dudas de si tendrá o no mis ojos y qué sentiré en ese proceso y claro, lo más importante era tener a mi lado un compañero de vida, a quien admirara tanto que deseara con todo el corazón que el hijo que tuviéramos se pareciera a él.

Pero hay cosas que ocurren en la vida que demuestran que no tenemos el control de nada. Que no dependen de nosotros, que hacen parte de las circunstancias de la vida, del destino que cada uno tiene que vivir.

Renunciar a tener hijos ha sido de las cosas más difíciles que he tenido que vivir. Cerrar este capítulo para mí no ha sido nada fácil. Cosas del tiempo, de la salud, de las circunstancias que simplemente no se dieron. Y luchar contra el imaginario de lo que pudo ser y no fue, es un juego doloroso, pero que indudablemente sana paulatinamente, para sorpresa mía, cuando lo aceptas.

No hay nada que nos desgaste más como seres humanos, que luchar a toda costa con circunstancias que no podemos cambiar.

Odin Dupeyron, un escritor mexicano, le llama a esa capacidad de lucha incansable, esa programación de excesivo positivismo de ‘todo lo puedo’, como el “pensamiento mágico pendejo” y según su teoría, asegura que de ahí es que nacen las frustraciones que llevamos en el alma, por aferrarnos a cosas, a personas, a objetivos que aunque la vida nos demuestra que por ahí no es, seguimos empecinados en seguir por ese camino y a la final esa negación impiden vivir la vida como se presenta. Y lo único que se acaba es el tiempo.

No se trata de no luchar, no se trata de no tener sueños, se trata, más bien, de ir fluyendo por los caminos que la vida muestra, es pintar con los colores que tenemos.

Es bailar al ritmo de la música que escuchamos, si queremos cambiar la canción y podemos hacerlo, maravilloso. Y si no, tal vez se trata de aceptar la melodía que nos tocó escuchar y bailar, siempre bailar.

Tal vez todo sea cuestión de aceptar lo que no podemos cambiar.

En Twitter: @AndreaVillate

Comentarios