
Una pequeña de 6 años se encuentra sola en una importante calle de una ciudad. La niña está impecablemente vestida. Al trascurrir los minutos mucha gente pasa a su lado y muy preocupados le preguntan si está perdida, porqué está sola o cómo le pueden ayudar.
Más tarde la misma niña cambia su ropa. Tenis sucios, hollín en sus mejillas y en su ropa, y un gorrito de lana. Se detiene en la misma calle. Trascurre mucho tiempo, pasan cientos de personas a su lado y nadie, nadie, se detiene a preguntarle si está perdida, porqué está sola o cómo le pueden ayudar.
Hace el mismo ejercicio en un restaurante. Entra perfectamente vestida y comienza a pasar mesa por mesa. La gente se enternece, le hacen la charla, le sonríen, hasta la consienten. Cuando vuelve y se cambia de ropa, entra al mismo restaurante y pasa mesa por mesa, la gente automáticamente toma sus pertenecías, la mira de reojo, la ignoran como si no existiera, no le dirigen la palabra. Incluso un señor pide a uno de los meseros de forma despectiva que por favor la saque.
La pequeña, que es una actriz haciendo parte de un experimento social de UNICEF, no aguantó el rechazo, se sintió triste, no logró seguir con su papel y sale del restaurante corriendo entre lágrimas.
El video me conmovió mucho y sentí vergüenza, lo reconozco. Las escenas que aquí narro no son ajenas a nuestro diario vivir. Cuantas veces estamos tomándonos un café en algún lugar y entra un niño vendiendo bolsas de basura o dulces y claro, es normal que de una nuestra reacción sea tomar el celular o la cartera, porque nuestra sociedad nos ha hecho así, le decimos “no, gracias” y seguimos en nuestra vida, ignorando la dura realidad de otra persona. Cuando podríamos ser amables, hacerle la charla, ofrecerle algo de comer, tratarlo con dulzura, como el ser humano que es. Un niño es un niño, este impecablemente vestido o no.
Si la chiquita que protagonizó este experimento no aguanto el rechazo de la gente y eso que era una actuación. Imagínese lo que puede sentir un niño al verse rechazado o ignorado por otras personas.
Hace muchos años iba caminando por la calle y un señor comenzó a pedirme que le diera una moneda. Yo confieso que me asusto mucho cuando ocurren estas cosas porque pienso inmediatamente que me van a robar, por situaciones que me han sucedido en el pasado. Yo sin mirarlo le dije que no tenía y apresuré mi camino con temor. El señor también aceleró el paso y continuaba “monita una monedita, monita una monedita”… hasta que vi que había mucha gente y me detuve y le dije haciéndome la fuerte “señor ya le dije que no tengo monedas” y me dijo. -¿Ahhhh si vio, me podía mirar a la cara no?- Y se fue. Yo me sentí avergonzada. El señor tenía toda la razón, debí mirarlo a los ojos y decirle que no tenía, pero mirándolo a los ojos, como se hace cuando se habla con cualquier persona, es simple respeto.
Hay miles de personas allá afuera que están viviendo situaciones muy difíciles, tratándolos con respeto, con amabilidad sin hacer diferencias tal vez no mejoramos su vida, pero si cómo los hacemos sentir.
Considero que este experimento social deja claro que no podemos ser selectivos de a quién tratamos bien, de a quiénes ayudamos y a quiénes no, no podemos diferenciar a un ser humano por cómo se vista, como luzca, por el dinero que tenga.
#ActuaContraLoInjusto es una campaña de Unicef que salió el año pasado, pero yo nunca la vi y hoy la encontré. Me pareció muy valiosa. Creo que el camino no es indignarnos por redes sociales para que nuestro ego se enaltezca, actuemos así nadie se entere. Hagamos nuestra parte.
Recordé una frase de un libro que leí hace muchos años de Fernando Savater Ética para Amador:
«Tratar a las personas humanamente consiste en que intentes ponerte en su lugar”
En Twitter @AndreaVillate