Reflexiones

Publicado el RicardoGarcia

Solidaridad

Por: Ricardo García Duarte*

La pandemia crece como la maldición de un contagio en cadena. Lo hace con su miríada de eslabones que se multiplican sin cesar, por efecto de los ineludibles contactos entre los actores sociales, consecuencia de su cercanía física.

Ahora bien, de esas cercanías, fugaces o duraderas, de ese avecindamiento entre las personas, repetido como un destino sin falla, están confeccionados los hilos que enmallan la trama social. Que es la sustancia cálida de que está hecha la vida misma. Pues esta no es posible sin las relaciones entre unos y otros. La existencia humana es un entramado. Como lo es el orden que le da contexto a la circunstancia del vivir. En términos cibernéticos, este último es una red cuasi infinita de links, extendidos en todas las direcciones. Una red, solo que real, ya no meramente virtual.

El virus, ese compañero de viaje del homo sapiens, perversamente proteínico, que adquiere revestimiento social en la peste, atenta no contra el capitalismo, como ingenuamente lo postula Žižek, sino contra el vínculo social. Se apoya en este, pero lo ataca. Cabalga en el flujo de los enlaces interhumanos, solo para destruirlos. Y lo consigue al atacar los cuerpos con el arma deprimente de la enfermedad.

Biológicamente, convierte a cada individuo en el vector que transmite el riesgo de la muerte. Y, antropológicamente, lo transforma en el inconsciente transmisor del miedo. De ahí que sea un fenómeno fundamentalmente insolidario. Portador del miedo y de la muerte, separa a unos agentes sociales que por lo demás no pueden vivir sino unidos, aunque discrepen entre ellos y se disputen y a menudo se rompan la crisma.

La peste es por su naturaleza un huracán de insolidaridad social. Llega a segregar incluso a aquellos que están apegados por los lazos más íntimos de la sangre. Y para colmo del infortunio, impide que el deudo acompañe con su dolor y su ceremonial de recogimiento al difunto.

Y, con todo, es el fenómeno que debe despertar una mayor solidaridad, al extremo de que el propio distanciamiento físico, expresión externa del alejamiento, pase a ser un afectuoso gesto de cuidado con el otro, restricción efectiva para evitar la propagación, esto es, el curso presuntamente inatajable de la infección.

En este desafortunado evento patológico, la atención sobre sí mismo y el cuidado del otro se convierten en formas nuevas de una solidaridad, manifestación del apoyo, de la unión y de la coincidencia en los propósitos, que en principio tiene origen en la integración social. Su fuente es la interdependencia por la necesidad que tienen de sus intercambios, ese trueque esencial de sus urgencias; sea el de los bienes materiales, o el de sus afectos o el de los signos y palabras para el entendimiento. Claro que este es solo el reino de la necesidad, el de cada interés que circula, singular, como un átomo. Pertenece al estado natural de la sociedad.

Otro es el reino de la conciencia; allí donde se visualiza el todo; en donde se cumple el hallazgo del interés general. Convocatoria de otro juego, el de un nivel superior de solidaridad. Un mundo en el que esta consigue su carácter de valor, modelo de conducta predicable como ejemplo general, digno de una imitación consciente y consecuente. Lo cual quiere decir que, en este caso, dicho valor puede ser recreado como si se tratara de una acción en apoyo del otro, sin que sofoque su conciencia; al contrario, que la despierte y la vuelva más penetrante y, por cierto, más generosa por todo lo que el acto envuelve de desprendimiento propio.

Tal es la llama que debe encenderse en cada sujeto; en su voluntad y en su pensamiento. De modo que prenda como el fuego de una experiencia pertinente en el arte de vivir, para completar la personalidad que, en tiempos recios, se moldea frente a la fragilidad, mientras siembra la preocupación en favor de los demás, de los desvalidos y de los enfermos.

Así lo han hecho los médicos, las enfermeras y los terapeutas. También lo han asumido quienes prodigan ayudas materiales y consuelo fraterno.

Es algo que también debieran hacer los gobiernos, bajo el manto de la Organización Mundial de la Salud, para hacer de la vacuna, cuando sea descubierta, un bien público general, en forma tal que no quede atrapada en las lógicas del egoísmo y de la mera ganancia.

Rector de la Universidad Distrital Francisco José De Caldas 

@rgarciaduarte

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