Reflexiones

Publicado el RicardoGarcia

Rusia: De una estrategia fallida a las operaciones de castigo

Cuando el 24 de febrero, Putin lanzó su campaña de ocupación contra Ucrania, disfrazada eso sí, con el traje de una “operación militar especial”, para no comprometer en la aventura a la población rusa, pensó que la incursión sería tan rápida y fulminante como un rayo, una especie de Blitzkrieg, a la manera alemana, con la cual aseguraría el triunfo militar, mientras neutralizaría una eventual respuesta de la nación ucraniana y de su muy segura retaguardia, la Europa Occidental y los Estados Unidos; actores estos, agrupados como se sabe en la OTAN, la Alianza del Atlántico Norte, la misma que estuvo destinada a materializar en otros tiempos, la “contención” en el sistema bipolar.

En todo caso, no fue así, no resultaron las cosas como las calculaba el exagente de la KGB, en el poder desde hace 20 años, ese hierático y hermético gobernante, amo y señor de la supérstite Federación Rusa, muy seguro de sí mismo y afanado, lo ha dicho hasta el cansancio, por reconquistar para su país el rol de superpotencia, el que desempeñara en ese pasado brumoso, el de la Guerra Fría, a la que quisiera volver, activando una máquina del tiempo, ya sin alma y sin historia.

El país invadido reaccionó y esperó en Kiev, la capital, la arremetida del oso, el desfile amenazante y aplastante de los tanques de guerra; lo hizo, instalado en un dispositivo concentrado de defensa; y sobre todo blindado con un ánimo elevado de combate; soliviantado además por un liderazgo sorprendente, el de su presidente Volodimir Zelenski, el mismo que, de ser un dirigente liviano y farandulero, pasó muy pronto a tallarse una estatura insospechada de líder en la resistencia, capaz de galvanizar la voluntad de un pueblo ante la adversidad. Fue esta reacción la base para que Europa y Estados Unidos se movieran en el sentido de acompañar a Zelenski, mediante la diplomacia, y a Ucrania, a través de la ayuda militar, naturalmente sin jamás involucrarse en el teatro de las operaciones.

En abril, sólo dos meses después, la implacable ofensiva rusa se estancó; de pronto, los pesados carros de guerra, con sus cañones apuntando a un blanco incierto, ofrecían el cuadro patético, de no avanzar más, como si una fuerza superior los detuviera. Los dirigentes parecían sucumbir en medio del desconcierto, ya sin ninguna fe puesta en el control de Kiev y sin haber sometido al gobierno ucraniano; algo frustrante a todas luces, pues tal era su pretensión, contra todo principio progresista del orden internacional, dicho sea de paso.

Olvidaron la estrategia del ataque indirecto

El impasse, ese callejón ciego, con el que tropezaron los rusos, se explica muy probablemente porque una falla esencial se acomodó como un virus en su dispositivo estratégico. Quisieron embestir de frente contra el objetivo principal, la capital del país, situada a una buena distancia de la frontera, desde la que partía la incursión bélica. En otras palabras, al dirigirse de frente contra Kiev, con la marcha temible de sus tanques, los invasores escogieron el ataque directo y no la “aproximación indirecta”, dos opciones que hacen parte de un dilema sustancial en las definiciones de la línea estratégica, sobre todo en cualquier guerra entre enemigos con un dominio territorial repartido.

Así como se presentan alternativas de orden táctico entre la línea defensiva y la ofensiva; de igual modo, cabe para los que dirigen, una decisión estratégica: o el general al mando se decanta por la marcha directa para el ataque, o lo hace por el camino indirecto. Es un dilema, en el que la segunda posibilidad –la indirecta– puede resultar más efectiva para desbaratar los planes del enemigo escogido, objetivo fundamental de toda estrategia.

Al menos, así lo hizo notar el muy perspicaz Sun Tzu, hace 2.500 años: “En todo conflicto, uno puede recurrir al método directo para marchar a la batalla; pero los métodos indirectos son necesarios para alcanzar la victoria”.

La observación del genio chino, el creador de los fundamentos del pensamiento sobre la guerra, ha sido el punto de partida para una teoría contemporánea de la estrategia, defendida por el muy fino Basil H. Liddell Hart, historiador inglés de las guerras, en las cuales, ha visto siempre la eficacia de lo que él denomina “la aproximación indirecta”, forma de plasmar la acción de la guerra: una operación siempre al sesgo, para potenciar la sorpresa, encontrar el punto de astucia y provocar en el terreno de batalla una correlación favorable, allí donde ofrezca una mayor debilidad el blanco del ataque.

Resulta evidente el hecho de que la operación de los tanques rusos, por más que estuviera seguida o anticipada por bombardeos aéreos, no era la mejor demostración de una “aproximación indirecta”, con la mira puesta en conseguir una ocupación exitosa del país vecino, víctima por lo demás de los arrestos hegemónicos de Putin. Muy por el contrario, el despliegue inicial de la ocupación representaba un choque directo contra Kiev, la capital; un despliegue que, en vez de desorganizar a las fuerzas de Ucrania, desestabilizó al ejército ocupante.

Obligada a cambiar de estrategia, la Rusia de Putin, esta vez sí, optó por una “aproximación indirecta”, abandonando la toma de la capital. Prefirió en cambio desviar su ofensiva hacia las regiones fronterizas del costado oriental, tanto las del norte en Lugansk y Donetsk, como en las del sur, cerca de Crimea, tomada desde 2014; regiones en donde hace presencia la población de origen ruso, muy cerca de una retaguardia que le ofreciera zonas de reavituallamiento garantizado.

De ese modo, en vez de reveses, experimentó avances importantes: durante los meses de junio, julio y agosto, consiguió ocupar zonas aledañas a las ya tomadas en tiempos anteriores, con progresos de control sobre territorios que se extendían hacia el interior de Ucrania; incluso, propinó un golpe muy significativo a su favor, al tomarse la central nuclear de Zaporiyia en el este de Ucrania.

Equilibrio de fuerzas sobre el terreno.

Estos avances rusos de alcance táctico quedaron inscritos, sin embargo, en un período de estabilización en la correlación de fuerzas entre los dos países, pues Ucrania, por su parte, ganó en la afirmación de su capacidad militar, en el apoyo mundial, y en la moral de sus fuerzas armadas, razones por las que pudo presionar sobre el frente de guerra del este, en las zonas ocupadas por Rusia; en donde comenzó a transformar su estrategia de defensa en operaciones ofensivas.

Durante el mes de septiembre tuvo la osadía de lanzar una contraofensiva, que no tardó en dar sus frutos, con la recuperación de algunos territorios ocupados, incluida la ciudad de Izium, complejo ferroviario, clave para el abastecimiento de las tropas rusas. No está por demás constatar la circunstancia de que en la retirada se ha entreverado el desorden y la desmoralización; en tal magnitud que el jefe de gobierno ruso y el mando superior que lo asiste no se han privado de exhortar a los soldados, en el sentido de no dejarse arrastrar por el pánico, aunque con tales llamados hagan una confesión de sus retrocesos.

Putin, por su lado, se decidió a promover varios referendos de autonomía, partidarios de la anexión rusa, en Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jerson; todo ello, a las volandas, valga la verdad, para dar legitimidad a su ocupación, aunque la ONU los ha rechazado. Igualmente, se ha visto obligado a realizar un llamado a filas, una leva, a los reservistas, en un número de 300.000, de los que dice ya haber reclutado 222.000. Con lo cual ha generado sin remedio el descontento en la población, algo que quiso evitar, con una operación, imaginada como un paseo por Ucrania, la que no obstante le estalló en las manos como un fracaso parcial.

A la espera del invierno.

 Rusia espera diciembre para que comience el terrible invierno con el que derrotó a Napoleón y luego a Hitler, ya convertida en la Unión Soviética. Además, aguardará a que las carencias en la calefacción, por los recortes del gas, causen un efecto de malestar y de división en Europa, continente en el que, para entonces, un país tan importante como Italia dispondrá de un gobierno populista de derecha, algo parecido a lo que sucederá en Suecia, un fenómeno doble que fortalecerá la línea política de Viktor Orbán en Hungría; flexible frente a Putin y hostil a los valores democráticos de los que por el contrario quiere ser baluarte la Unión Europea.

Tácticamente, la Federación Rusa alimentará la expectativa de que Ucrania deje de avanzar en su contraofensiva. Siempre inspirada en los anhelos conservadores de una Gran Rusia, preparará una ofensiva en la primavera del año entrante, lo que no le impedirá seguir bombardeando las ciudades ucranianas con drones y misiles, dirigidos contra las estaciones eléctricas, en forma tan despiadada que ya ha dejado sin energía a más de 1000 municipios y localidades, como si con ello deseara malévolamente castigar con un frío insoportable a la población civil. Solo que para ese momento Ucrania estará mejor armada, particularmente con plataformas antiaéreas -alemanas y estadounidenses- la dotación que más necesita; sin que por otra parte su moral se haya resquebrajado, algo que le dará más vigor al músculo de su resistencia; claro, sin que le alcance para derrotar al invasor. No son suficientes su potencia y su moral para vencerlo, dado el poderío de las fuerzas convencionales en juego; situación que convierte al conflicto en una guerra incierta y prolongada, adicionalmente con daños incalculables.

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