Reflexiones

Publicado el RicardoGarcia

La mujer: cambio de paradigma

 

Por: Ricardo García Duarte*

El día de la mujer -8 de marzo- invita a la reflexión sobre la evolución de la identidad femenina. ¿Esta última obedece solo a determinaciones biológicas y sexuales o responde a construcciones sociales?

Lo que el mundo ha experimentado en el último siglo, con la emergencia de las mujeres al primer plano, después de liberarse parcialmente de las penumbrosas estancias del hogar; y con la subsecuente alteración de sus roles; tiene que ver con un auténtico estremecimiento telúrico, cuya repercusión es similar a la de una transformación de carácter civilizatorio, muy lejos de lo que es por ejemplo el desplazamiento de una clase por otra, o de una élite vieja por una nueva.

Con la Revolución femenina, no sobreviene naturalmente el asalto por un grupo que se toma la fortaleza enemiga, para hacer quizá de otro modo lo mismo que hacía el gobernante anterior. No; más bien sucede lo contrario: sin la necesidad de una toma del poder, son las bases de este último las que pierden piso. Y lo pierden de un modo especialmente profundo. No en los límites que definen un régimen político o en las estructuras que configuran un sistema económico. Sino en las propias relaciones entre el “hombre” y la “mujer”, esas que han sobrevivido a todos los sistemas y que, de hecho, le han dado a cada uno de estos un soporte, interno y quizá invisible, como orden de dominación.

Precisamente porque estas últimas relaciones entre el hombre y la mujer han aparecido como si estuvieran animadas por una fuerza secreta proveniente de la misma naturaleza, han terminado por legitimar a lo largo de la historia los más diversos sistemas de un poder, hondamente arraigados en el patriarcalismo. Por cierto, han conseguido este efecto solo por la razón inamovible de una división milenaria del trabajo que relegó a papeles secundarios a las mujeres.

Los sistemas de exclusión económica y los despotismos políticos dejaron ver finalmente los harapos de su valor moral, como meras construcciones históricas; no como existencias, sacralizadas por algún mito o por alguna ley supuestamente natural. Así mismo, aquello que permanecía como energía latente, como sustancia y núcleo trascendente, es decir, el estatus de la masculinidad y de la feminidad -apoyo de toda organización social del poder- no tardaría en revelarse bajo las formas de una construcción histórica, en lugar de como una relación congénita asociada íntimamente a la existencia humana. Dicho de otro modo, se evidenció como un producto cultural; y no como inmodificable fundamento esencial, más o menos divinizado al amparo de la familia, institución sagrada, con todos sus papeles de subordinación y los claroscuros de su opacidad en el caso de la madre y las hijas.

El des-velamiento de este carácter contingente, no trascendente, de la masculinidad y la feminidad, subvertía -ni más ni menos- el orden del machismo, abierto o disfrazado. Si el status del hombre y la mujer también eran construcciones culturales, su transformación se convertía en una posibilidad. Emergía una potencia que haría explotar las relaciones del patriarcalismo y modificar el orden oscuro y eterno de la dominación del hombre.

Se trata de una subversión nacida del grito feminista en defensa de los derechos de la mujer. Solo que profundizada, con la idea de que el papel y el lugar de esta última no tienen origen natural y menos nacen de un sortilegio sobrenatural. Más bien, surgen de relaciones construidas; y que se traducen en la formación que desde la más tierna infancia reciben las futuras mujeres. Construcción intrafamiliar y social que determina sus perfiles de género. Lo cual quiere decir también que dicho perfilamiento es susceptible de cambios revolucionarios; algo que queda expuesto en la prometedora frase que Simone de Beauvoir pronunciara en su momento: “mujer no se nace, se llega a ser”.

Comprender ese carácter construido históricamente de la condición de mujer, obligó a una diferenciación tipológica; la de que existe una doble situación: la del sexo y la del género, una distinción que ha sido aportada por la filosofía feminista.

El sexo resalta la dimensión biológica; el género destaca la operación cultural. Este último, como producto social hace parte de una ancestral construcción patriarcal, que resulta en el paradigma del macho, y que se ramifica difusamente entre los distintos poderes de las relaciones interhumanas. Es justamente lo que está en trance de modificación. Es un cambio en el horizonte. La transición surgida hace unos 60 años, amenaza ahora, con el empuje del independentismo feminista, con derrotar un modelo de más de 5.000 años, si no de 10.000, en la construcción de la identidad femenina.

Los estereotipos de la mujer subordinada o por otro lado los imaginarios que la representan como una figura delicada, darán paso a una mujer independiente, no solo en términos económicos y culturales, sino en un nivel más profundo, en el de un sujeto emancipado, capaz de modificar las relaciones de poder en la sociedad.

*Rector de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.

@rgarciaduarte

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