Reflexiones

Publicado el RicardoGarcia

Entre la ciencia y la creación

Por: Ricardo García Duarte*

Sobre dos grandes dimensiones de producción intelectual palpita ese objetivo central del mundo universitario: el conocimiento. Actividad del espíritu humano profundamente arraigada desde el punto de vista antropológico. Está presente en la investigación en donde con cada nuevo avance se corren sus propias fronteras. También en la enseñanza y el aprendizaje en donde sus fundamentos y contenidos se reproducen al tiempo que se enriquecen en medio del entendimiento dialéctico entre docente y estudiante.

Esas dos dimensiones son, por una parte, la ciencia, que significa saber profundo; ese saber que va más allá de lo que muestra la superficie de los acontecimientos y las cosas; y, por otra parte, la creación, aquella actividad del espíritu que encierra una potencia de demiurgo, esa que de la nada o, aparentemente de la nada, da origen a algo nuevo. Aquel primer plano, el de la ciencia es más sistemático, mientras que el de la creación lo es menos. El del conocimiento científico es mucho más regulado que el creativo; y este último quizá un poco más caótico y emocional. El trayecto de ambos suele cruzarse, pero cada uno conserva su lógica. El enriquecimiento de esas dos lógicas, la de la ciencia y la de la creación, constituyen la base epistemológica y flexible del proyecto universitario.

Conocimiento científico y epistemología

Los procesos cognitivos ocupan transversalmente el campus de la formación y el de la indagación en el espacio universitario. La vocación científica constituye su núcleo central. Diversos saberes coexisten en la universidad; incluso el ancestral. Pero ninguno, por más simbólicamente eficaz que resulte en el orden social o por más romántica que sea la adhesión del grupo a sus códigos sagrados de obediencia, nos hará abdicar de ese esfuerzo fabuloso, el del conocimiento explicativo o comprensivo, que va más allá de las prácticas habituales, de la percepción espontánea y de los ritos de representación de orden comunitario. Cuando hablamos del conocimiento científico, nos referimos a la pasión por los descubrimientos y las invenciones, que hacen avanzar el discernimiento humano sobre el devenir de “las cosas y las almas”.

Estamos ante la ciencia como un llamado imperativo en lo que se refiere al ethos universitario; o dicho en un sentido más amplio, nos ocupamos del vasto y atrayente campo científico-tecnológico, una propensión a la que la universidad, como espacio del conocimiento, no debe jamás renunciar. El dilema es el siguiente: o ella es cada vez más científica o no podrá responder a las demandas críticas de una sociedad cambiante.

La lógica que anima al trabajo científico implica la búsqueda de la correlación interna en los fenómenos visibles; así mismo, la observación rigurosa y la formulación de proposiciones generales, algo que Newton denominara las leyes; por lo demás, expuestas a la prueba ácida de la experiencia, luego de lo cual dan paso a los consensos, resultado de los conocimientos validados. Nos importa, por sobre todo, mantener la presencia del método científico, en el aula y en el laboratorio, en el análisis y la investigación. Claro: ciencia y tecnología no deben conducir obligatoriamente a la instrumentación del conocimiento, tampoco a la manipulación del sujeto.

La creación y el espíritu de emancipación

La ciencia y la tecnología, a pesar de sus prodigiosos avances, acarrean el riesgo de que se imponga, sin contrapesos, la razón instrumental; o sea: el dominio del medio sobre el fin, de la técnica sobre el producto y su disfrute. Igualmente, hacen sobrevolar el fantasma de un utilitarismo estrecho, con el que, por desgracia, se privilegie el modernismo frente a la modernidad. Y finalmente, comportan la amenaza de que la verdad científica sólo traiga poder y no saber; dominación y no liberación; mecanización y no humanización.

Esos son los desangelados motivos, por los que el “progreso” entraña, no pocas veces, fragmentación social, aislamiento individual, ansiedad consumista y angustia existencial, algo que, en oposición, obliga a un proyecto de universidad que consolide, como uno de sus fundamentos, la creación.

Mientras la ciencia somete el conocimiento a reglas rigurosas, la creación está acompañada por un espíritu más libre en sus propuestas y en esa materialización evanescente de las representaciones. Tal vez, esté más vinculada con el arte, ese que no está sometido a comprobaciones y que más bien como diría el poeta Baudelaire: “exige abrir profundas avenidas a la más viajera de las imaginaciones”.

Naturalmente, la creación interviene no solo en el arte; también en la ciencia, la tecnología y la pedagogía; pero del arte extraemos ese cierto espíritu emocional de los sueños y la ficción. Con lo cual, no nos sujetamos al solo orden de las reglas, para en cambio asumir la osadía de ensayar algo, como si se tratara de una experimentación estética: es el impulso emancipador.

La ciencia es regulación y constatación, sobre todo. En cambio, la creación es prefiguración imaginaria y ruptura de las reglas. Con todo, la ciencia no está desprovista de imaginación; mientras el espíritu creador posee referentes normativos. En el espacio académico de la universidad cabe la tensión entre ambos, pero también su retroalimentación. Es de estas tensiones y de estas integraciones alternativas, de donde pueden surgir epistemologías más plurales, para fundamentar tanto los avances científicos como las posturas creadoras, algo que identifica el verdadero espíritu cognitivo y revolucionario de la universidad.

Rector de la Universidad Distrital*
@rgarciaduarte

 

 

 

 

 

 

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