Reflexiones

Publicado el RicardoGarcia

Coronavirus y sociedad

 

Por: Ricardo García Duarte*

Este mal, partícula no viva, volátil y omnipresente, que sin embargo va en busca de las células vivas; y cuya presencia, por consiguiente, significa un impacto negativo en el organismo, sobre todo en el aparato respiratorio, al que acosa y obtura sin piedad, se ha convertido en una indeseada pandemia, empujada por las posibilidades de transmisión con las que cuenta, un efecto que consigue a través de los contactos humanos, esos intercambios diarios que ponen a cada individuo muy cerca del otro, una proximidad material, que es parental y hogareña o amistosa y recurrente o, por otro lado, ocasional y fugaz, no por ello menos peligrosa.

La prevención y la cura exigen, al contrario, la desconexión física con los demás, el aislamiento individual, para que el virus languidezca y se apague en el entorno en el que se ha instalado momentáneamente, antes de que alcance a aterrizar letalmente en los esponjosos y húmedos órganos bronquiales de aquel que la mala suerte haya acercado a su vecindad más inmediata. Este COVID-19 es un virus salido de una cepa nueva, por lo que elude las extraviadas defensas de un cuerpo humano que no encuentra el radar genético apropiado para reconocerlo y rechazarlo, un desamparo biológico que le abre las pistas al microscópico enemigo, para que pueda causar estragos en todos los seres humanos; sobre todo, en los adultos mayores.

El contagio es fácil y veloz, por lo que la reproducción de la infección llega a ser más que exponencial y, a la vez, universal. El primer epicentro fue China, en la ciudad de Wuhan, antes de que se trasladara muy pronto a Europa, transformada ahora en el espacio endémico, zona del más reciente epicentro, en razón de su difusión devastadora en países como España e Italia, país este último en donde se han presentado hasta 475 muertes en un día; y desde donde, por cierto, ha llegado al continente americano, y a Colombia en particular, portado por los viajeros de los vuelos trasatlánticos.

Las pestes y las epidemias, que eran como una marca de identidad de la Europa medieval, a cuya población golpearon con desmesura, alcanzaron unas dimensiones desorbitantes con el desarrollo del capitalismo comercial, vehículo gigantesco para la exportación de distintos virus, masivamente inatajables; solo controlables finalmente mediante los descubrimientos de la ciencia, y la activación junto con ellos de los dispositivos inmunológicos, base de las defensas orgánicas, un hecho que llegó tardíamente, hace apenas 100 años, pero que al instante revolucionó los comportamientos sociales, la salud y las expectativas de vida, todo esto surgido después de la invención de la penicilina y de que fueran creados los antibióticos.

Hoy, los virus y las epidemias se universalizan con rapidez inusitada por la globalización, pero la devastación es menor por los avances de la medicina. De hecho, tanto el capitalismo comercial como la peste fueron la anticipación, desde el siglo XVI, de la actual globalización económica y tecnológica.

De todos modos, ante una peste contemporánea, como la del Coronavirus, el público y las autoridades se ven obligados, para cortar la cadena del contagio, al aislamiento y al distanciamiento físico, como el remedio para una enfermedad que va tocando como una maldición bíblica a cada persona. Lo cual entraña al mismo tiempo la espera para que el virus desaparezca y para que el paciente no muera.

Al miedo se suma la ansiedad de la espera y de la soledad, que es lo que trae la experiencia individual y colectiva de la epidemia viral, versión contemporánea de la peste, ese terrible flagelo, en palabras de Camus, que en un segundo vuelve a cualquiera una víctima triste, arrebatándole la vida sana y sin sombras.

Son sentimientos de desasosiego, apenas mitigados por la esperanza subterránea de que está garantizada la sobrevivencia humana, tan grande es la población; igualmente, por la expectativa de que más pronto que tarde arribará la vacuna salvadora; y finalmente, aliviado el estrés que surge del confinamiento y la brusca ruptura del contacto social, sustituidas ambas carencias por el encuentro virtual y por la comunicación electrónica, hechos de la era informacional que reponen ilusoria pero efectivamente el habla, la imagen y el nexo discursivo entre las personas, aún entre aquellas físicamente muy distanciadas las unas de las otras.

A propósito, dos cosas cambiarán después del Coronavirus: el diseño de más progresivos dispositivos genéticos contra la cepa de los virus; y, por otro lado, los avances increíbles de las tecnologías virtuales, para las mayores posibilidades de coexistencia en medio de la soledad individual, saturada simultáneamente por todo tipo de interconexiones muy cargadas de imágenes y mensajes, a fin de que cada sujeto conjure sus temores a las enfermedades del cuerpo, incluso el miedo a la muerte insondable.

*Rector, Universidad Distrital Francisco José de Caldas.

@rgarciaduarte

 

 

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