Reflexiones

Publicado el RicardoGarcia

Comunicación, tecnología y poder

Las innovaciones tecnológicas nos habitan sin tregua. Nos movemos en su interior y nuestros mensajes son sensibles a los efectos de su modulación; de hecho, tales mensajes conformados por signos se adaptan a su cambiante naturaleza. Por otra parte, participamos con nuestros empeños en su apropiación para una labor científica y educativa más avanzada.

Es en el campo de la información, en donde mayores y más rápidas transformaciones experimenta el mundo de hoy. Si hace 100 años algunos ilusos quisieron plantear una revolución permanente en las esferas del poder político, cosa que nunca sucedió, ahora lo que en realidad exhibe la sociedad, esta vez sin lugar a dudas, es una verdadera revolución sin descanso en las tecnologías de la información y la comunicación; algo que hace ver como verdad aquel aserto marxista del siglo XIX, según el cual “todo lo sólido se desvanece en el aire”.

Es un vértigo que sin embargo no puede marearnos sin remedio. Al contrario, debemos sintonizarnos con su ritmo, pero imponiendo las pausas del caso a fin de mantener un control racional sobre su uso. Nos montaremos en su ola. Solo que lo haremos sin dejar que arrase y pase por encima de nuestra esencia humana. No le daremos luz verde a sus efectos deshumanizadores. E impediremos esa eventualidad mediante la utilización adecuada de las tecnologías, de modo que más bien estas enriquezcan los rasgos más éticamente humanos del individuo y de las comunidades sociales.Las innovaciones son asombrosas. Hoy tenemos el Big Data, complejo y gigantesco sistema de almacenamiento y procesamiento de los datos, con los cuales orientamos o enderezamos muchos de nuestros comportamientos diarios.

Así mismo, asistimos perplejos a los avances de la inteligencia artificial (IA), dotación de procesos parecidos a los circuitos neuronales, diseñados a partir de algoritmos, que aprovechamos como nodos y redes para la comunicación y elaboración de soluciones por parte de dispositivos que ganan cada vez mayor autonomía; y que nos meten de lleno en la cuarta revolución industrial.

Debemos agregar, correlativamente, la robotización que va a integrar de modo creciente el alto grado de maquinización de los aparatos que imitan al ser humano, de un lado; y del otro, la imaginación y la creatividad de cada persona. Sin que olvidemos el internet de las cosas (IoT), que conecta los objetos a través de la red, para crear una multitud inasible de estos últimos, que terminan comunicados entre sí, en función de las necesidades diarias del individuo.

Instantaneidad y simultaneidad

Elevamos a niveles increíbles la capacidad de la información y la comunicación, a tal punto que estas llegan a modificar las coordenadas del tiempo y el espacio. Lo cual recompone las distancias geográficas, incluso las elimina al virtualizarlas. Igualmente, altera la línea del tiempo que se ha desplazado tradicionalmente de manera consecutiva, momento a momento; y hace prevalecer la instantaneidad, en forma tal que el pasado y el futuro parecieran fundirse en un presente de mil facetas.

Ese instante en un presente que se dilata, con un cúmulo de información en tiempo real, modifica para siempre el orden del mundo de la vida. Desde luego que se trata de un efecto bajo la forma de encuentros entre los sujetos, no necesariamente prolongados en el devenir, tampoco dispersos en el espacio; sino vertidos en un face to face intangible pero efectivo. Son encuentros en el que los actores sociales concurren a una cita que se repite de modo múltiple, en una simultaneidad definida por un espacio virtual; y una instantaneidad, determinada por la fugacidad del tiempo en línea; ambas categorías casi incontrolables.

Los cambios en las coordenadas del tiempo y el espacio, pueden llevar a que la información nos arrolle. O, por el contrario, a que nos sobrepongamos al tráfico incontenible de fugaces intercambios sociales; y asimilemos los desarrollos tecnológicos, en el sentido de humanizarlos, en vez de abandonarnos a su deshumanización e incluso al efecto perverso de que nos idioticen.

El alud apabullante de información, que además fluye al instante, llega a suponer un control tecnológico por algunos círculos, una concentración en la emisión mensajes, un súper-poder nacido de la posesión de dispositivos productores y transmisores de la comunicación; sin que a ellos escape el dominio en el almacenamiento, creación y diseño de los signos, los símbolos y los mensajes, el equivalente a un nuevo factor que acentúa la desigualdad social, tanto a nivel internacional, como local y nacional.

Las desigualdades en el poder de la información podrían darse por sentadas, como si fueran inmodificables. Pero una visión amigable con la equidad obligaría a admitir los desequilibrios, sólo si los más débiles en el poder de comunicación pudieran crecer simultáneamente, en lo que se refiere a la potencia de sus mensajes, a su capacidad emisora; esto último, un claro principio de justicia distributiva en el universo digital.

Para lo cual, las tecnologías y las innovaciones, los desarrollos informacionales y la inteligencia de los dispositivos, deben alentar la posibilidad de que los más débiles, los que carecen de voz, vean aumentar su poder simbólico y sus posibilidades en la creación de significados.

@rgarciaduarte

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