Reflexiones

Publicado el RicardoGarcia

Brasil o los retos de la democracia

Cuando en 1964, los generales, liderados por la camarilla putchista de Castel Branco y Costa e Silva, se tomaron el poder, no solo dieron inicio a un régimen tecnocrático, que al mismo tiempo limitaba con ferocidad las libertades; también sentenciaron la suerte desventurada de cualquier democracia republicana y liberal en el gran Brasil. Esta última opción quedaría asfixiada históricamente entre el populismo de los años 30, el de Getulio Vargas, y luego las Fuerzas Armadas, sustituto de los partidos, que introdujeron el autoritarismo, como sistema, perdurable hasta 1985, un experimento que fuera promovido por los Estados Unidos, durante la Guerra Fría, para frenar cualquier salida campesino-revolucionaria en América Latina.

La democracia históricamente frágil en Brasil

 Después de la modernización económica y el crecimiento urbano que trajeron consigo el populismo, agente movilizador de masas en la construcción del orden político, asomó la cabeza una modernidad empujada por las élites burguesas y civilistas, animadas por un espíritu reformista. Fue un ensayo de inspiración democrática, que con su nacionalismo progresista y su ánimo agrarista, muy pronto se rompió como el cristal, en un país sin tradición republicana; no resistió el peso abrumador del latifundio, de la antigua economía de plantación y de un empresariado con precoces tendencias al monopolio.

Ese paréntesis, el de jefes de Estado, tan emblemáticos como Joselino Kubistchek, Janio Quadros y Joao Goulart, representantes del republicanismo liberal, se reveló como un experimento, incapaz de consolidarse, ante los embates del golpismo, expresión de un aparato militar, que quiso integrar un capitalismo ,tardío pero pujante; con un régimen que en todo caso excluyera la presencia activa del pueblo en el espacio público y eliminara el juego de los partidos, con sus legítimas incertidumbres en las definiciones del poder.

Con la transición a la democracia en 1985, antecedida por una crisis insostenible de la dictadura, resurgió el sistema de partidos; eso sí, sin que mediara ningún juicio a los militares liberticidas. Emergió un fraccionamiento multipartidista, en el que se han destacado, como alternativas políticas creíbles, siempre bajo el formato de coaliciones, dos mega-tendencias.

Una, de índole conservadora, amarrada de alguna manera, a la cultura emanada del PMDB, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, caracterizado por ser amigo de la representación política, pero también de los militares; de la competencia interpartidista, pero también del autoritarismo; una especie de matriz ideológica con una mezcla de conservadurismo, juego democrático y limitaciones liberales, no ajenas a las nostalgias golpistas.

La otra tendencia brotó de un modo enérgico, como una opción de izquierda, inscrita en la estela de la oposición a la dictadura. Ocupó paso a paso el vacío que dejaba el liberalismo republicano de élite. Y se fue sustanciando con particular densidad en el Partido de los Trabajadores; en Lula, su líder indiscutible; un activista formidable que, con cada candidatura, forjaba la operación de conectar mejor con las necesidades de justicia y cambio.

En el contexto de la redemocratización, sobrevinieron los ocho años de Cardoso, un sobresaliente sociólogo de orientación socialdemócrata; igualmente, hubo las dos presidencias de Lula. Ambos jefes de Estado ratificaron en su momento, no solo el juego de la competencia democrática, sino el proyecto de un Estado de Bienestar Social, dado el apoyo a los más pobres en el país, de los cuales unos 40 millones fueron rescatados de la miseria, en una nación de enormes desigualdades y de pobreza endémica.

Así, en el período político más reciente, el de la democracia, el mismo que cubre los últimos 25 años, la confrontación electoral se ha decantado finalmente por la existencia de esos dos grandes bloques referenciados; a saber, el de los sectores más conservadores, casados con el autoritarismo y simpatizantes de las soluciones de fuerza, esa misma línea que se identifica de alguna manera con la consigna de “Dios, Patria y Familia”.

En la otra orilla se ha posicionado el bloque de los amigos del Estado de Bienestar, leales así mismo al juego democrático y por tanto de ninguna manera inclinados compulsiva y caprichosamente a cuestionar de antemano los resultados electorales; y cuyos miembros más destacados, incluidos talentosos artistas, militaron en la resistencia contra el régimen militar; fueron personalidades que también fustigaron con la crítica social el orden de las viejas oligarquías, propias del mundo local, con sus anquilosadas estructuras patrimoniales, con la dominación de los “coloneles” en  cada región; y  por supuesto, con la división inamovible entre “Casa grande y Senzala”; esto es, entre la sociedad de los grandes señores y la de los esclavos, diseccionada magistralmente por Gilberto Freyre.

Las perspectivas políticas.

 En las elecciones de ahora, las de 2022, cuya segunda vuelta tendrá lugar el 30 de octubre, se enfrentan estos dos bloques históricos, en una disputa profunda, y no solo circunstancial, por una gramsciana “hegemonía”, de tipo cultural e ideológica, alrededor de la democracia, como piedra de toque; una democracia en la que se unan, en vez de fracturarse, el funcionamiento de las elecciones y el Estado de Derecho.

Uno de esos bloques está representado por Jair Bolsonaro, el mismo que a su conservadurismo, agrega el adobo de sus expresiones machistas, militaristas y no pocas veces racistas. En el bloque de enfrente emerge, como un Ave Fénix, Luiz Inácio Da Silva, resucitado después de 20 meses de cárcel, acusado de corrupción y liberado sin embargo por anulación de los procesos; un personaje decididamente comprometido con la justicia social, algo que demostró con creces en sus dos mandatos, lo que le valió salir con cotas de popularidad del orden del 90%.

La figura de Lula ha quedado identificada en esta elección, no solo con la equidad, sino sobre todo con la democracia. Su candidatura encarna un modelo de desarrollo capitalista, acompañado por mayores equilibrios sociales en favor de los pobres; sin que deje de lado el respeto a las reglas democráticas y al Estado liberal de derecho, lo que significa el apego a la ley frente al poder.

La candidatura de Bolsonaro representa la defensa de un modelo capitalista, pero con la reproducción del viejo orden de exclusión social, aunque ciertamente reparta dádivas desde el Estado, en un programa similar al de Bolsa Familia, sólo que lo adelanta en los marcos de un populismo conservador, a la búsqueda de un mayor respaldo desde abajo, lo que tal vez se ponga en evidencia con el hecho de que el presidente en ejercicio haya ordenado que la mesada de octubre para las familias beneficiarias sea pagada justo antes del día de elecciones, un ejercicio indebido, a la vez de presión y de seducción.

Ya en el plano de la competencia electoral, Lula consiguió en la primera vuelta el 48%, poco más de 57 millones de sufragios efectivamente depositados por el líder de la izquierda. Bolsonaro, el segundo, se situó por detrás, a 6 millones de papeletas, pues alcanzó apenas el 43%; un porcentaje, con todo, mucho más elevado que el calculado por las encuestas, las que en este caso incurrieron en un pronóstico particularmente desatinado.

En la suerte final del balotaje, el 30 de octubre, nada está concluido. La carrera ha quedado completamente abierta, aunque ya algunas encuestas vuelven a dar como ganador al candidato de izquierda, con el 51%; no obstante, en los sondeos, parecen no quedar suficientemente detectadas algunas franjas de electores en regiones, con influencia fuerte de políticos bolsonaristas, algo que siempre será motivo de sorpresa, para aumentar las expectativas de la derecha.

A Lula no le resta más que conquistar un 2% adicional de votos, lo que de todos modos parece muy factible, en la medida en que, aparte de la adhesión con valor simbólico del expresidente Cardoso, los antiguos candidatos centristas Ciro Gomes y Simone Tebet le han ofrecido su apoyo. Esta última es dueña de una fibra especial para hacer política, fue la revelación en los debates públicos y consiguió más del 4%, equivalente a casi 5 millones de votos, por lo que se puede convertir en un factor de peso, favorable al triunfo de Lula; un presidente, en cuyo gobierno futuro, de sobrevenir tal eventualidad, podría asegurar un rol relevante.

Comentarios