Reencuadres

Publicado el Manuel J Bolívar

Fregados, felices y el síndrome de Joker

Colombia es el país más feliz del mundo, según estudio de Gallup International publicado el 29 de diciembre. Lo que ya parece una denominación de origen puede estar, en mi opinión, relacionado con una cosa muy grave; pero dejemos para más adelante la prescripción. Están también en el top Kazajistán, Albania, Malasia y Azerbaiyán —países donde pocos quieren residenciarse. Las razones que explican este estado de dicha son enigmáticas. Porque aquí —ocasionalmente— tenemos problemillas para vivir y sobrevivir, y nos sentimos algo molestos.

Obtuvimos, pues, el mayor índice mundial de felicidad individual, que se construye a partir de la pregunta si una persona «se siente muy feliz, feliz, ni feliz ni infeliz, infeliz o muy infeliz» en general sobre su vida; se suman los porcentajes de los que respondieron «muy feliz y feliz», y se resta el porcentaje de aquellos que dijeron sentirse «infelices y muy infelices». Muy simple la medición. Aparentemente.

Por el momento prefiero detenerme en los motivos por los cuales algunos países otrora felices ahora lo son menos. O dicho de otro modo: ¿de qué se quejan?, ¿qué les pasó en los recientes doce meses que aquí no nos enteramos?

Revisemos los comentarios al respecto de Kancho Stoychev, presidente de Gallup International Association. Los resultados se explican, dice, de acuerdo con los contextos de las naciones. La investigación revela que la opinión pública mundial está muy preocupada por las perspectivas económicas y espera una profundización de la crisis. Los apoyos estatales sin precedentes, tanto a nivel personal como empresarial, jugaron un papel determinante y, en cierto modo, limitaron la propagación del pesimismo. Sin embargo, parece que lo peor está por venir. El crecimiento de la inflación era previsible ante la impresión récord de dinero. Con la interrupción de las cadenas de suministro a nivel mundial y la explosión de los precios de la energía, el descontento generalizado y las tensiones políticas van a aumentar, no solo —y ni siquiera de forma predominante— en los países menos desarrollados. 

Continúa su análisis haciendo referencia a algunos países. El tradicional estado de ánimo pesimista de los búlgaros se debe principalmente a la desconfianza en las élites, especialmente en la política. Su pesimismo es realismo. Es más bien una condena de la manera en que funciona la sociedad y, desde ese punto de vista, es una actitud positiva y productiva. 

En cuanto a Alemania lo que muestra el sondeo es que su «conciencia» está de alguna forma molesta, cansada y desconfiada de sí misma. En el fondo de esto puede hallarse una compleja incertidumbre relacionada con los confinamientos, las vacunas, la complicada fórmula del nuevo gobierno, el débil desempeño de la UE, la dura confrontación entre Occidente y Rusia o preocupaciones sobre China.

En relación con la cola de la tabla, Ghana adolece de extrema desigualdad, Afganistán atraviesa por un profundo conflicto interno, y Rusia ha padecido con inmenso rigor la pandemia.

Y concluye: en todo el mundo la gente se está cansando. Planificar el futuro solía ser lo principal: dónde ir de vacaciones, qué auto nuevo comprar, etc. Esas respuestas las teníamos. Ahora estamos de vuelta en lo «normal», en la verdadera normalidad de no saber cómo viene el futuro, y percibimos esa nueva realidad como algo anómalo. Estamos perdiendo nuestras ilusiones… Hasta aquí las observaciones de Stoychev.

Como se ve, el resto del mundo la ha pasado mal los últimos dos años. La percepción de infelicidad es justificada. Las cosas no están bien, el futuro no está claro y pocos confían en la competencia de las élites dirigentes para manejar la situación. 

Volvamos ahora al comienzo. ¿Qué pasó en Colombia que explique que por el contrario seamos los más felices del planeta? La respuesta benigna es que el resultado muestra la resiliencia a la pandemia, el éxito en la vacunación y la recuperación económica, el buen desempeño y la confianza en las autoridades y las élites dirigentes. Puede ser…

Sin embargo, los números son dramáticos. El 30 % de los hogares ha dejado de comer tres veces al día; tres millones desempleados y desempleadas, y seis millones sobreaguando en la informalidad; más de cuatro millones de niños y jóvenes llevan dos años sin asistir al colegio; está disparada la inseguridad; un estallido social de sesenta días casi arrasa con varias ciudades; se han conformado 30 grupos armados con 7000 combatientes por toda la geografía; se intensificó la desigualdad; solo el 25 % de los ciudadanos tiene una buena impresión del presidente y de su gobierno; es mínima la confianza en las instituciones judiciales y de control; y están severamente desgastadas las imágenes del ejército y la policía. Si por el resto del mundo llovía por aquí no escampaba.

Viene la respuesta maligna. Los colombianos sufrimos de una  nueva variante con mutaciones del síndrome de Joker  (El Guasón, el enemigo de Batman). Se trata de la risa patológica. Es un síndrome pseudobulbar que provoca reacciones exageradas como ataques de risa incontrolables e inoportunos, entre otros síntomas. Una risa que no es proporcional al estímulo emocional, es inapropiada, desenfrenada, que aparece sin relación aparente con el estímulo. Por este motivo, cuando sufre un repentino ataque de risa, Joker muestra una tarjeta donde constata su condición médica para evitar malos entendidos.

Quedan advertidos los de Gallup de que la próxima vez que encuesten a un colombiano le pidan la tarjeta. Quizás de esta manera el indicador de felicidad sea más verosímil. Seguramente no mejor. 

Supongo que la conjunción de nuestra incontinencia afectiva y la obligación de ser felices —que es una norma social y una imposición ideológica del pensamiento positivo: un colombiano, primero muerto que aceptar que es infeliz—, actúan como un dopaje que facilita la obtención de la medalla de oro en las olimpiadas de la felicidad.

Ahora, no sobra algo de condescendencia con este logro mundial. Recordemos lo que dicen algunos pensadores acerca de lo incompatible que es ser optimista y sabio. Y los colombianos optamos por ser optimistas.

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