“Las mujeres tenemos que tomar posición. Y yo tengo clara la mía, frente a la vida, porque se basa en el uso de mi libertad. Esta libertad ganada a pulso, para resistir y confrontar todo lo que atente contra la justicia social, y así tomar decisiones según mi conciencia, frente a la coyuntura política que esté enfrentando”.
Mar Candela
Hoy les escribo como ciudadana que ha dedicado la mayor parte de su vida a combatir la injusticia social, desde la esquina del mundo qué me corresponde. También hablo como feminista. Sin embargo, ya NO puedo hablar simplemente desde un sentir apasionado que provoca una opinión.
Hoy también les escribo desde la responsabilidad que tengo, como la persona que ha decidido creer en la revolución intelectual y caminar con la bandera de Emma Goldman. Una mujer anarquista y feminista que claramente dijo: «La revolución es el pensamiento llevado a la acción». Razón por la cual, en este momento, me atrevo a escribir como una mujer putamente libre que de corazón a corazón les trae a la memoria las palabras de Sara Ahmed quien dijo que «Ser feminista, hacerse feminista, hablar como una feminista. Vivir una vida feminista no significa adoptar un conjunto de ideales o normas de conducta, pero sí puede implicar hacernos preguntas éticas sobre cómo vivir mejor en un mundo injusto y desigual». A lo cual, yo le agregaría que “Tampoco significa que por ser feminista, porque en este camino aveces hay decisiones colectivas siempre tienes que tomar tus decisiones de carácter individual en forma colectiva, -una colectiva feminista no es una logia-. Pero, ¿Sabes qué significa? Significa que seamos nosotras mismas y que nos unamos y desunamos cuando consideremos en sororidad. Es decir cómo hermanas que se respetan, aceptan y valoran, que son capaces de disentir sin atropellar la libertad”.
LUCHA POR EL DERECHO AL VOTO
Quienes han visto mi trasegar saben que siempre he votado y he hecho mi voto público, con el ánimo de motivar la “práctica del glorioso derecho a decidir”, incluso dentro del proselitismo, porque tengo presente que el derecho al voto (sobre todo a las mujeres) nos ha costado tragarnos algunos sapos. Además de costarnos sangre, sudor, lágrimas, negociaciones políticas, y recordar que a nuestras antepasadas les costó la integridad y a muchas hasta le costó la vida, debido a su búsqueda de darnos a todas las mujeres en el planeta la libertad de poder tener derechos políticos.
Por otro lado, nunca he votado pensando en que las mujeres tenemos algo mágico o especial que nos convierte en mejores personas que los hombres. O que a las mujeres nos tengan que exigir mayor bondad, justicia y responsabilidad política que a los hombres. Porque sé perfectamente que nosotras tenemos la misma capacidad de maldad que cualquier hombre injusto, y porque nuestra especie de natura es proclive a la maldad y a la injusticia. Es proclive al oportunismo, a la envidia, y al utilitarismo, entre otras muchas más cosas.
La razón por la que he votado todos estos años, aunque el partidismo cuenta con toda mi desconfianza y prevención, es porque estoy segura que eligiendo a las personas indicadas, dentro del poder político, las cosas pueden ser menos difíciles.
EL VOTO Y LAS MUJERES
Cuando he votado por mujeres lo he hecho confiada en que se dejaran guiar por los principios básicos de los derechos que hemos ganado gracias al feminismo. Siempre he votado por una mujer que al menos favorezca en su discurso y en sus propuestas los derechos de las mujeres. Esto también me ha ocasionado un conflicto moral, ético, político y hasta emocional.
Por ejemplo, ¿Recuerdan cuando, detalladamente y con una gran explicación en una columna para Publimetro, dije que Claudia López no sería mi presidenta? Pues, debido a la coyuntura política, en donde ella era la única mujer aspirando a la alcaldía de Bogotá contando con el apoyo de una mujer con trayectoria feminista como lo es actualmente su esposa Angélica Lozano, era innegable que no estaría sola.
Sin embargo, no la tenía fácil porque en ese momento se enfrentaba a hombres que no representaban algo nuevo y no la superaban en los temas fundamentales de derecho. Y no solo eso, sino que se enfrentaba a Hollman Morris, quien por esos días estaba haciendo campaña política sin resolver ni aclarar las denuncias que enfrentaba por violencia de género. Denuncias hechas por algunas mujeres, y dentro de ellas, su esposa Patricia Casas.
Por otro lado, Claudia se enfrentó a un personaje como Miguel Uribe, que en ese momento recibía todo el apoyo de la ultraderecha y de las iglesias evangélicas. Es por eso que, dentro de mi lógica de votar lo correcto era votar por una mujer lesbiana, con una hoja de vida magistral, que acompañada de la trayectoria de Angélica Lozano, en materia de feminismo, y con una personalidad aguerrida, representaba muchos de mis ideales y merecía todo mi apoyo y mi deber ético en el camino por conseguir la alcaldía. Hoy debo decir que en aquel entonces voté e invite a votar por ella a conciencia. La invité al programa: “Mujer y Sociedad”, en donde delante de la audiencia le dije que le estaría haciendo control ciudadano. Cosa que he estado haciendo, pese a la pandemia, y el resultado para mí ha sido absolutamente decepcionante. Más adelante profundizaré en este tema en otro espacio.
Aún así estoy tranquila, porque siento que cualquiera de los hombres a los que ella se enfrentaba por la alcaldía de ninguna manera hubieran hecho un mejor trabajo del que ella hizo. Me decepciona saber que Claudia ni siquiera pudo ser coherente con varias de sus propias propuestas y estoy tranquila porque en ese momento hice lo que me correspondía porque ejercí mi derecho al voto, honrando las vidas de las mujeres que han pagado el precio por ese derecho.
No estoy arrepentida, porque sé que nosotras las mujeres tenemos que tomar posición siempre; ya que cada derecho que hemos ganado tiene de antecedente la lucha de cientos de mujeres en el planeta y considero infame no ejercer nuestra libertad ganada conscientemente.
VOTAR ASÍ SEA EN BLANCO
Mi corazón ha sido Anarquista de la línea Ácrata. Por tanto, no le creo absolutamente nada al establecimiento. Sí de mi dependiera, buscaría un mundo dónde la burocracia y las jerarquías políticas, con su juego manipulado de la democracia participativa, no fuera la única manera de defender los derechos, en el mundo que estamos.
Es una utopía siquiera pensarlo y tenemos que votar así sea en blanco. Tenemos que salir a votar porque es la única manera de resistir frente a la maquinaria política, la corrupción, la apatía y la indiferencia ciudadana. Es una manera de señalar lo que consideramos que no debe seguir sucediendo.
Tengo que votar porque estoy en el mundo que estoy y no en el mundo donde yo quiero habitar. Un mundo dónde deberíamos vivir en libertad sin tener jerarquías políticas que nos indiquen lo bueno y lo malo. Un mundo donde no sé exploten laboral y económicamente a los más vulnerables y dónde no nos manipulen únicamente para sus propios intereses por encima de los derechos fundamentales de las personas.
Tenemos la obligación de tomar decisiones y no ser indiferentes. De asumir con responsabilidad cada una de nuestras posiciones frente a la vida, y confieso que si no fuera por que a las mujeres nos ha costado tanto el derecho al voto yo hace muchos años habría dejado de votar.
Todas las mujeres a las que les he dado mi voto de confianza y que han llegado al poder político, han tenido que negociar una cosa u otra, con los mismos de siempre, para poder avanzar en su carrera. Y eso es apenas natural porque la política partidista siempre ha sido hecha por hombres y ellos tienen el sartén por el mango. Sin embargo, considero que hay algunas cosas que no se deben negociar y por eso me he sentido decepcionada del partidismo toda vez que veo cómo negocian la agenda de campaña. Candidatos que con sus acciones parece que su lema fuera:
«Estos son mis principios pero si de casualidad no te gustan mis principios te tengo otros principios».
Estoy muy decepcionada, incluso de algunas mujeres en la política porque han negociado lo que a mí juicio no se debe negociar y es la agenda programática a favor de las mujeres.
Por fortuna, todavía estamos en democracia y tenemos derecho al voto en secreto tanto cómo a gritar en voz en cuello cuáles son nuestras posiciones sin sufrir acoso político. A todas las mujeres que caminan en las redes de Feminismo Artesanal, o que de una u otra manera forman parte de este tejido social absolutamente humanista, que siempre ha sido feminista pero nunca ha sido un movimiento amarrado incondicionalmente al partidismo, quiero decirles que mi decisión esta vez, en el marco de la elección del presidente entrante, no trata de hacer algún tipo de campaña ni de decirle a las mujeres que hacer con su derecho al voto.
Durante más de una década lo he dicho y lo seguiré diciendo, mientras esté viva. Las mujeres tenemos que ser administradoras autónomas de nuestra libertad y de nuestros derechos ganados. Y eso incluye nuestros derechos políticos.
MI VOTO, MI POSICIÓN EN LIBERTAD
Esta vez no voy a recomendarles a ningún político ni a ningún partido. Eso no quiere decir que en futuro nunca más suceda y que mi conciencia me lleve respaldar algún proyecto político. Eso no lo sé, porque la realidad política siempre será dinámica y yo siempre estaré donde mi conciencia me guíe en ese momento histórico.
Hoy como mujer libre tomo mi decisión coherente a lo que he defendido, y les digo a todas las mujeres: “Ustedes tienen que hacer exactamente lo mismo.” No lo digo como una orden, o como un mandamiento. Lo digo como una recomendación lógica. Y si ustedes se consideran mujeres putamente libres, tienen el deber, con ustedes mismas, de analizar las candidaturas presidenciales y hacer una elección más allá de todo el acoso político que por estos días estamos experimentando al tomar decisiones.
Las razones por las cuales me hago a un lado de estas elecciones son razones de peso, de análisis y de proceso político. Un proceso íntimo tan emocional como filosófico, No es una decisión que yo haya tomado de la noche a la mañana,
Mi única bandera es la libertad y la justicia. No tengo ninguna superioridad moral. No pienso decirle a alguien qué hacer o no hacer. Pero, tengo el derecho legítimo a gritar a los cuatro vientos toda mi inconformidad con el sistema y a compartir mi punto de vista sobre la resistencia, ejerciendo mi derecho digno y legítimo a resistir de la manera que yo considere.
Ninguna persona está obligada a votar por encargo. Esta vez el presidente de la república de Colombia llegará sin mi voto. Por eso quiero insistir que la columna de hoy no la hago desde Feminismo Artesanal, como fundadora, sino como la mujer que cree en una sociedad donde todas somos putamente libres. Es una invitación, más no hago campaña y mucho menos pretendo obediencia.
Dentro de Feminismo Artesanal sé que hay decenas de seguidoras dispuestas a votar por Petro por razones diversas de manera individual. Mujeres a las que admiro y respeto por su tenacidad y su lucha diaria. Sin embargo, hoy reitero que el movimiento feminista no es una logia y acá nadie le debe obediencia política ni en ningún sentido a nadie. Acá las mujeres somos putamente libres y tomamos decisiones independientes. Además asumimos la responsabilidad de pagar el precio social por las elecciones que hagamos frente a la vida.
Dicho esto, quiero contarles porqué he tomado esta decisión e invitarles a hacer una reflexión sobre la democracia participativa en Colombia.
El presidente entrante de la república de Colombia no contará con mi condescendencia ni con el eco apagado de mi voz. Así como, hace cuatro años atrás, dije abiertamente y escribí en uno de mis espacios de opinión que Petro era la única esperanza que tenía Colombia y él contó con el eco de mi voz de manera contundente. Aún cuando yo no voté por él para que fuera alcalde de Bogotá y rechacé la destitución de su alcaldía, y convencida de que era lo correcto confronté al entonces procurador de la nación Alejandro Ordóñez, hoy puedo decir con tranquilidad y en libertad que ya no pienso igual que en ese momento.
Día tras día he visto desdibujado al Gustavo Petro, al cual le di el eco de mi voz y en el cual creí y con quién esperaba hacer camino al andar. No tengo problema con sus ideas de país ni con su programa. Mi problema es con sus prácticas y con su manera de hacer las cosas. A mí no me representa una persona que hace alianzas con todo lo que ha combatido únicamente para ganar. De ninguna manera creo que Rodolfo Hernández sea Álvaro Uribe Vélez. Y me niego rotundamente a seguir dándole relevancia de casi un dios a Álvaro Uribe, quién lejos de ser el gran ídolo que fue, hoy es una persona cuestionada por diferentes acciones y presuntos delitos.
Por supuesto que claramente Rodolfo Hernández representa lo más ridículo del populismo. A mi modo de ver es un hombre que quiere ser presidente de la república por puro capricho. Porque ya ha hecho absolutamente todo con su vida, como ha querido, y necesita hacer algo diferente. Además quiere acabar el tiempo en este mundo lo más poderoso posible, dejando a su familia un legado de poder.
Revisar la historia política de este hombre es casi que encontrarse con una comedia macabra, de esas que te hacen reír y al mismo tiempo llorar. Por supuesto que tengo que decir que me apena un país que puede preferir a un chabacán machista que en lo único que tiene experiencia es en hacer dinero construyendo casas para los pobres con contratos del Estado, y en hacer crecer su empresa justamente rodeándose socialmente del poder y de la institucionalidad sacando provecho de ella. Además sabemos que también está siendo cuestionado por corrupción y por supuesto tengo que reconocer que da un dolor profundo saber que el país está a punto de preferir a un hombre, que sin duda alguna le metería un cachetadón al rey de España. Aunque sería muy divertido ver al presidente de Colombia cacheteando al rey de España, al mismo tiempo sería una vergüenza lo que ilustro con este ejemplo es que un gran porcentaje de la ciudadanía votante de Colombia, al parecer según las encuestas de los que saben calcular resultados políticos, quiere a un hombre que todo lo resuelve «a lo maldita sea», a un hombre que no tiene propuestas claras de cómo va hacer las cosas, que pretende fusionar ministerios incompatibles, supuestamente para administrar mejor, cuándo sabemos perfectamente que la cultura no tiene nada que ver con el medio ambiente y que esas fusiones lo único que hacen es quitar recursos importantes a frentes fundamentales.
Por muy simpático que parezca Rodolfo Hernández –“el gran populista”- a mi no me hace gracia saber que es un retardatario que en el momento que las feministas lo confrontamos con su machismo en respuesta nos sacó del sombrero a Marelen Castillo, una fórmula vicepresidencial que no la conocía nadie y por supuesto que tiene ideas conservadoras y tradicionales. Aunque reconozco en ella una mujer preparada profesionalmente, no puedo evitar darme cuenta que está alineada en temas fundamentales en materia de derechos de las mujeres a la política tradicional.
Sin embargo, en la campaña de Petro he tenido que ver incluso cómo la posible primera dama Verónica Alcocer hace campaña pro- feto y considera que la misión más importante de las mujeres es la maternidad y el cuidado de la familia y los hijos.
CONCLUSIONES CON OLOR A DEMOCRACIA PARTICIPATIVA
Realmente en mi opinión éstas han sido las peores elecciones que he participado en 21 años de vida votante. Jamás estaré de acuerdo con la teoría que dicta que quiénes criticamos por igual todas las inconsistencias partidistas somos ambiguos o imparciales. Tampoco acepto aquella idea errónea de que quiénes decidamos votar en blanco, y no elegir entre el peor y el «nada mejor» de todos, somos cómplices de masacres y de injusticias sociales. Somos personas aguadas e inconsistentes, o como algunas personas dicen por ahí que, por no votar o votar en blanco perdemos nuestros derechos ciudadanos, como si ser ciudadano fuera únicamente el hecho de dar un voto.
Desde los 16 años, con muchísimas dificultades psicosociales, me he enfrentado a la injusticia social y he sido activista. Con el dinero que entra a mi vida pago todos mis impuestos y puedo decir con tranquilidad que, desde el rincón de la resistencia donde estoy, hemos podido transformar realidades concretas.
Por supuesto que soy ciudadana aún cuando decida votar en blanco, por supuesto que estaré resistiendo. Y por supuesto que seguiré haciendo propuestas y seguiré luchando por construir nuevas realidades en la Colombia que me duele y que continuamente me pone en un estado catatónico emocional. No puedo votar por ninguno de estos dos señores porque ninguno me causa tranquilidad. Ambos, desde donde yo los veo, se han comportado como políticos tradicionales y machos kikis. Es decir como estrategas que juegan con las necesidades y las emociones puntuales de la gente.
A mí juicio ninguno de los dos representa los derechos fundamentales de las mujeres y ninguno de los dos merecería estar en contienda, teniendo en cuenta la manera en que han hecho su trayectoria política. El Petro al que yo le creí no es el mismo de estas elecciones, por tanto no es el hombre a quién yo puedo darle mi voto de confianza ni tampoco el eco de mi voz.
Gane quién gane, yo estaré trabajando con los políticos que considere personas honorables y les estaré haciendo propuestas de trabajo de campo sin comprometerme de forma vitalicia. Todos los políticos de este país tienen que entender que las mujeres no somos un parapeto político que usan a su antojo cuando les conviene. Ninguna feminista en Colombia puede decirme que Petro no la ha burlado. Ninguna feminista en Colombia puede decirme que Rodolfo le da paz en materia de derechos. “Las mujeres tenemos que tomar posición y yo tengo clara la mía frente a la vida, porque se basa en el uso de mi libertad ganada a pulso para resistir y confrontar todo lo que atente contra la justicia social y para tomar decisiones según mi conciencia frente a la coyuntura política que se este enfrentando”.
Les abrazo y agradezco su lectura y espero después de toda esta calentura partidista podamos seguir enfrentando la injusticia social y al patriarcado.