Nota preliminar: Esta reseña fue publicada originalmente en El Correo del Golfo, periódico con base en los Emiratos Árabes Unidos, en donde el autor firma con su nombre de pila (Dixon Moya).

Alguna vez escribí que en el documental Gabo, la creación de Gabriel García Márquez (también conocido como Gabo, la magia de lo real, 2015) dirigido por Justin Webster, era probable que dos Nobeles colombianos de literatura se hubieran reunido en ese proyecto, pues quien hacía las veces de narrador y cicerone en aquella expedición a bordo de la vida del genio literario, era otro autor, siempre en ascenso, Juan Gabriel Vásquez. Cada vez que sale un nuevo libro de Vásquez, me reafirmo en lo escrito, aunque a él no le guste que uno diga ese tipo de cosas.

Caricatura de Juan Gabriel Vásquez de 2016 por el autor de la reseña.

Mi primera lectura del año fue la nueva novela de Vásquez titulada Los nombres de Feliza, inspirada en la vida de la escultora colombiana Feliza Bursztyn, artista de origen polaco, cuya familia judía se estableció en Colombia, poniéndose a salvo del régimen nazi. Feliza Bursztyn no sólo fue colombiana, ante todo fue bogotana y este libro narra a la par de la atribulada vida de Feliza, la crónica de una generación intelectual única en Colombia que se reunió en Bogotá. La novela es también, como varias de las obras de Vásquez, un manual de viaje por la ciudad, como el barrio de Teusaquillo, tan elegante en el pasado. Sin embargo, París es la otra protagonista de la novela, la cual, como Bogotá, siempre nos quedará.

En este libro, hay una incidencia directa de Gabriel García Márquez, quien compartió con la artista, el día en que ella falleció en un restaurante de París y días después escribió un artículo, con una contundente frase que daría la pauta a la novela de Juan Gabriel, Feliza se murió de tristeza. Esto pareciera una prueba de atletismo literario, cuando un consumado deportista le pasa el testigo a otro más joven, que viene acelerando, en una prolongada carrera de muchos años. Este libro, es la larga respuesta a la pregunta, ¿por qué Feliza se murió de tristeza? García Márquez como personaje de la novela, no tiene muchos diálogos, pero sí silencios determinantes y su presencia permea cada página del libro.

Feliza Burzstyn en su taller. Fotografía de la colección de Hernán Díaz.

Feliza, quien se iba a llamar Fergele, pero sus padres conscientes de los problemas de la pronunciación con su apellido lo cambiaron a Felisa y ella luego lo transformó en Feliza, como muestra de su carácter autónomo y rebelde. Una mujer incómoda para la sociedad paradójica que le tocó, pacata e hipócrita pero que al mismo tiempo, producía una serie de intelectuales y artistas, únicos e imprescindibles en Colombia. Feliza amante del poeta Jorge Gaitán Durán y amiga de la ceramista Beatriz Daza, los dos oriundos de Pamplona, en Norte de Santander, muertos jóvenes en accidentes de aviación y automóvil respectivamente o del inolvidable Álvaro Cepeda Samudio.

El libro muestra las contradicciones de seres humanos como la misma protagonista, pero también de una nación como la colombiana, que se debatía entre la violencia política y la producción intelectual, que no tuvo dictaduras militares en los años setenta y ochenta, a diferencia de otros países latinoamericanos, aunque contaba con un gobierno civil que perseguía artistas. Feliza que utilizaba la chatarra como materia prima, como la que seguramente dejaban esos terribles accidentes, para darles una segunda vida como objetos de arte y reflexión. 

Un libro en el cual, como siempre, gracias a la habitual juiciosa investigación de Vásquez uno encuentra datos interesantes, pues no muchos saben que Marta Traba, la legendaria crítica de arte argentina que hizo historia en Colombia, fue secretaria y traductora del poeta y diplomático mexicano Octavio Paz en París. Que Feliza Bursztyn estuviera leyendo Crónica de una muerte anunciada de su amigo García Márquez, el día en que falleció, no deja de ser una coincidencia inquietante. Definitivamente lo del realismo mágico, tiene más de verídico que de fantasioso. Al menos en Colombia o entre colombianos, es moneda de curso frecuente.

Vásquez se permite cameos literarios entre personajes de sus propias obras, pues me voy a aventurar a decir que un joven actor que impresionó a Feliza en una obra de teleteatro en Bogotá, no era otro que Sergio Cabrera, el protagonista de su anterior novela (Volver la vista atrás), así como Jorge Eliécer Gaitán (La forma de las ruinas), saluda en un parque a la pequeña niña Feliza. Es necesaria la referencia a una obra inicial del autor, Los Informantes, en la que detallaba cómo se vivió en la Colombia de medio siglo XX, la Segunda Guerra Mundial, especialmente entre la colonia alemana y judía, así como un caricaturista hace una viñeta de Feliza Bursztyn en Las Reputaciones.

En el plano personal, no pude evitar un sobresalto nostálgico, al leer que el primer esposo de Feliza, Larry Fleischer, ingeniero estadounidense trabajó en Icollantas, en donde mi padre Laurencio Acosta también laboró y fue sindicalista. A propósito de Fleischer, quien se llevó de Colombia a los Estados Unidos a las tres hijas que tuvo con Feliza, Bethina, Jeannette y Michelle, tuve curiosidad de saber qué pasó con ellas y encuentro que Bethina, quien siguió los pasos artísticos de su madre, ya falleció, pero descubrí a Feliza Fleischer, nieta de Feliza, quien tiene un parecido impresionante con la artista bogotana e incluso ha protagonizado un documental titulado Feliza, dirigido por los colombianos Andrés Borda y Manuela Ochoa que se estará estrenando este año, en afortunada coincidencia.

Hay algo más desolador que llamarse Feliza y morirse de tristeza? La gran paradoja de una mujer compleja que se fue demasiado temprano, pues seguramente pudo haber dejado un legado artístico de impacto universal, aunque ya su nombre no será olvidado, así su nombre sea tan contradictorio y su apellido siga siendo un reto. Uno termina admirando a Feliza y sintiendo cariño sincero por Pablo Leyva, su esposo.

Gracias a la pluma de Juan Gabriel Vásquez, los transeúntes, pasajeros y automovilistas que eventualmente pasamos por la carrera 7 con calle 100 en Bogotá, ahora sí podemos identificar la escultura allí erigida, el homenaje a Gandhi de Feliza Bursztyn, esa mujer que encarnó toda una época.

Dixon Acosta Medellín 

En lo que sigo llamando Twitter a la hora del recreo me encuentran como @dixonmedellin 

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